¿Y en verano? No hay problema: “En cuanto cierra Valdesquí, voy todos los días a Xanadú”, el centro de ocio de Arroyomolinos dotado con un parque de nieve. “Allí uso unos esquís largos que compré por más de mil euros, van fenomenal”. Después, baja al circuito de karts y corre un poco sobre cuatro ruedas.
Los intereses de Blasco Llopis, que también practica windsurf, “en el embalse de Valmayor, cuando dejan”, y ha pasado por el patinaje sobre hielo, el parapente y el ala delta, “das unas clases y luego ya te sueltas, a mí lo que me gusta es deslizarme, por tierra, agua o aire”, transcurren también por otros derroteros, muy distintos: “Conocer el universo”. Mientras trabajaba, ya en Madrid, empezó a estudiar Publicidad en la Universidad Complutense. “Pero me aburría y lo dejé para dar cursos de informática, que estaba empezando y era muy interesante”, apunta este hombre inquieto.
“Me di cuenta de que la informática, la neurología y la cosmología están relacionadas: todo está compuesto de hardware y software”, explica. “En el hombre, el hardware es el cerebro y el software, la mente; en el universo, el hardware son los planetas, y el software, la energía de las estrellas”. Blasco Llopis ha escrito tres libros sobre el tema y ha dado varias conferencias. Casado, con una hija y una nieta, el secreto de su casi eterna juventud está en las cinco raciones “o más” de fruta que come al día. “Todo empezó por el hambre que pasamos en la Guerra Civil y la posguerra”, recuerda: “De chavales, recorríamos la huerta y cogíamos lo que podíamos. La fruta nos salvó, y mira a mí qué bien me sienta”.
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