Enseguida viene el pueblo de Strpce, que se ha convertido en la Covadonga de los serbios, casi sin quererlo. El valle ha acogido a miles de serbokosovares venidos de otras localidades de Kosovo. En la carretera hay dos paradas de autobuses que unen Strpce con Belgrado y el valle con el resto de enclaves serbios del centro. La economía es pobre, de montaña, y el turismo que antes elevó la calidad de vida de sus gentes, hoy ha perdido fuelle con el conflicto kosovar, "ya no vienen extranjeros", dicen, y no alcanza para dar trabajo a las decenas de miles de recién llegados.
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Los esquiadores pasan con sus todoterrenos, ajenos a las estrecheces de la vida local. Algunos se paran a comprar guantes o bocadillos en los puestos de la carretera, si siguen su ruta hacía las pistas, que se encuentran a partir de los 1.200 metros de altitud. La pasada noche cayeron 60 centímetros, que dificultan la subida.
Ya en lo alto, un Volkswagen Tuareg, ocupado por dos albaneses, se queda atrapado en la nieve recién caída. Tres serbios salen del restaurante-pub David's para empujar el vehículo. Tras la laboriosa liberación, los albaneses invitan a los serbios a una copa de slivonica, una especie de aguardiente de uva.
Es como si el aire de Brezovica repartiera glóbulos rojos de bondad. Todo el mundo es feliz en medio de los árboles rebozados. Lo parecen los miembros de la familia Jovanovic (serbia) y los Baltiri (albanesa), que comparten refugio de montaña. "¡Vivir, para ver!", se le escapa a la intérprete. De Strpce de toda la vida es Novica Jovanovic, de 46 años, que ha traído a sus dos hijos, Petar y Milivoje, a que aprendan a esquiar. En la escuela de esquí de la Casa de Piedra una profesora enseña a niños albaneses y serbios, al mismo tiempo, juntos, aunque sea durante una hora. Allá va Petar, al que se le resiste la cuña, y cae de bruces delante de la profesora.
Ambiente distendido
Dos ancianos serbios que viven en una casa modesta a cuatro pasos del vetusto funicular no pueden contener la risa. "No se conforman con caminar y luego les pasa lo que tiene que pasar, que se rompen una pierna", dice ya con el semblante serio la mujer, que va ataviada con un pañuelo, quizá de sus años mozos. "Yo tengo amigos en Pristina, albaneses, naturalmente, que son bien recibidos cuando vienen a casa. Para mí lo pasado no cuenta. Ahora, hay que trabajar juntos para tirar este país adelante, aunque sin pisar a nadie", reflexiona en voz alta Jovanovic.
En el albergue de madera, los Jovanovic comen con los Baltiri, albaneses, que celebran la próxima boda de Arjeta con Flamur, que trabaja en Alemania. Los novios desean que su casamiento coincida con la independencia.
Momento histórico
"Va a ser un momento histórico emocionante. De aquellos días para contar a los nietos", dice Ragip Baltiri, de 50 años, y primo de la novia. "Si la cosa se pone bien regreso de Alemania y me instalo en Pristina", dice Flamur con la ilusión en los ojos. Y los chicos bajan pegados por la pista, una vez tras otra, como ensayando el baile nupcial en la nieve fresca.
El vals de su boda, la danza de la independencia.
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