A pesar de la alegría de la treintena de trabajadores que estaban en aquel momento en el túnel, Monge explica que “abrimos una botella de vino que pasamos de un lado al otro de la ventana y todavía no nos la acabamos”. La obra era tan necesitada que el paso de mercancías se inició antes de acabarla, se acercaban al lugar del cale con los vagones de la obra y se pasaban a mano hasta las vagonetas de la otra galería.
Otra anécdota del encuentro de las bocas es la que explica el cambio de inclinación en el túnel, ya que las galerías no tenían la orientación exacta. “La boca norte quedó más alta que la sur, y se tuvo que poner a nivel con el cambio de inclinación”, explica. Monge reconoce que “cada vez que paso por el túnel pienso: mira, aquí fue el cale”.
“Yo nunca había visto un muerto”.
Las condiciones en las que se construían estas obras faraónicas el siglo pasado hicieron que el túnel se cobrara una docena de vidas, según recuerda Monge. “El primero fue en la boca norte, yo le aguantaba la escalera y el clavaba un cable que sujetaría el ventilador”, explica. “De repente cayó una piedra, le dio en la cabeza, y murió en el acto. Me quedé pálido, yo nunca había visto un muerto”.
Más adelante, las voladuras causaron cinco muertos y un accidente en el que se desprendió una de las anillas del túnel acabaría con otros cinco trabajadores.
Monge pasó siete años en el túnel, aunque interrumpidos por la Guerra Civil. En este conflicto vivió, desde el ejército republicano, otro momento histórico, la Batalla del Ebro, que además le supuso una grave lesión en la pierna. “Tardé más de dos años en recuperarme y tengo 24 heridas en la pierna”, explica. “El día que me hirieron fallecieron 800 personas”, recuerda. “En esta situación resultaba imposible subir a una ambulancia, aunque lo conseguí fingiendo que era francés”, explica. Pasó dos años en un hospital de Barcelona y después, tras una denuncia, acabó en un campo de concentración de la capital. “Al regresar volví al túnel, se acordaban de mí y me recibieron muy bien”, pero antes de acabar la obra empezó en la Productora, otra empresa constructora. “Empecé cobrando 8 pesetas diarias y al final me daban 14 y media”, explica.
“Baqueira sólo era una montaña con vacas y ovejas, cuando me dijeron que me fuera a trabajar allí porque sería una estación de esquí, nunca pensé que acabaría siendo tan importante”. Ésta es la reflexión de Fermín Monge, uno de los dos primeros hombres que trabajaron en el primer telesilla de la estación.
“Yo estaba cortando árboles en el Portilhon y mi jefe me ordenó subir a Baqueira para cortar los árboles del telesilla”, recuerda. Al poco tiempo la estación se convertiría en el motor económico del Aran, una transformación que Monge considera extremadamente positiva.
“Mi hijo me lleva cada año a Baqueira y no lo reconozco, aquello era cuatro cabañas con vacas y ovejas”. Sin embargo, no lo ve con pena ni nostalgia, sino al contrario. “Esto ha generado riqueza, mi mujer trabajaba llevando ganado hasta Bagergue y ahora mucha gente se gana la vida gracias a la estación”. La misma empresa que le llevó a Baqueira fue con la que construyó todas las centrales del Aran salvo la de Bossòst.
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