Se acerca un fin de semana. Habéis hecho un esfuerzo económico y os lleváis a la familia a esquiar. Desplazamiento, alojamiento, comidas, alquiler de material, forfait, monitor... Por fin, cuando llega ese preciado momento matinal de calzarse las botas y ponerse los esquís, de repente, una voz de retoño emerge profiriendo varias de las frases malditas, una seguida por la otra: "tengo sueño", "no pienso esquiar", "las botas me hacen daño", "tengo miedo", "el casco me aprieta", "me quedo en el coche", "yo no quería venir", "hace frío".... Podemos añadir todas las que queramos, seguro que cada uno tendrá la suya favorita que algún día profirió alguno de sus hijos.
Tras esa retahíla de improperios, llega el momento de la resistencia pasiva por parte del menor. Y se entiende por resistencia pasiva a intentar que no puedas sacarlo de la cama, ponerle el anorak, los pantalones o las botas. Y claro, según en qué parte estemos, tú vas completamente ataviado de esquí, con el consiguiente calor que te va subiendo desde los pies a la cabeza. Cuando tienes una manga puesta, mientras atacas la segunda, ya se encarga (él o ella) de sacarse la primera. A base de infinita paciencia, y a veces no tanta, consigues acabar de vestir a tu pequeño. Falta ponerle las botas. Sudor frío... Una vez introducido el primer pie, empezará un balanceo de la pierna buscando que la bota vaya saliendo poco a poco mientras intentas colocar la segunda. El contrincante es de primera división, pero finalmente logras doblegarlo (literal).
Ha pasado lo peor. Ha podido haber momentos de extrema tensión. Posiblemente llantos, algún que otro uso de la violencia, o aunque sea, de la fuerza y llegas a la estación con un ligerísimo estrés que te va a durar lo que queda de día.
Aparece en escena el momento de cargar con el material. Has aparcado a cientos de metros del primer remonte. Tienes dos manos, con suerte sois dos para tirar del carro y hay que llevar al menos a un niño con pocas ganas de caminar con botas, sus esquís, los tuyos, bastones,... Una odisea, vamos.
Por fin, llegas al pie del remonte. Si a partir de aquí, has optado por un monitor, es posible que las cosas sean algo más fáciles. Sino, tu medalla al mérito del esquí todavía merece ser mayor. Pero aún así, si lo dejas, te pasarás el resto del día hasta la hora de recogerlo pensando en si volverá con ganas de repetir.
Ese podría ser el inicio de uno de los primeros día de esquí de aquellos padres que no se encuentran todo cuesta abajo en los inicios de este deporte con sus hijos. Son muchos, más de los que pensáis. Porque no todos los niños de 5 años se despiertan corriendo a las 7 y te vienen a sacar de la cama vestidos de esquí porque hay que subir a pistas corriendo. Es posible que eso acabe pasando, y te compensará con creces todo lo anterior, pero igual por el camino te comes algún episodio como el que he descrito. Y siempre hay aquellos a los que los preliminares a la pasión por el esquí de sus pequeños les durarán años y cada inicio de temporada será para recordar. En esto de los niños y el esquí, es como los pimientos del padrón, toca como toca, y hay que intentar lidiar como se pueda.
Aquellos padres que, por su afición, tras una, dos, tres o n escenas vividas como esta, siguien ilusionados, piensan que la suerte hay que buscarla y no tiran la toalla, merecen un monumento. Porque son muchos los esquiadores que lo son, gracias al tesón que pusieron sus padres para que, tras esos momentos de incertidumbre, el clic del esquí sonara en su cabeza y empezara un camino de amor por este gran deporte.
Hay casos de todo tipo, desde que este número solo dure un día, a algunos muy extremos, de llorar todas las mañanas y acabar siendo unos campeones. Seguro que conoces alguno. Porque como con la tónica, hay que darse oportunidades para aprender a amar el esquí y cada uno se toma su tiempo. Aunque seguro que conoces a algún cuñado a quién los niños siempre le han ido a esquiar solos. Ya les tocará por otro lado...
Por ello, cuando veo alguna estatua, monolito u otra cosa que me llama la atención en una estación, siempre pienso que podría ser un buen monumento a aquellos que pusieron una dosis infinita de paciencia, cariño (aunque viendo alguna escena, no lo pareciera) y sobre todo, afición, para que sus hijos también se engancharan a este deporte y poderlo vivir en familia, que es algo realmente maravilloso. Va por vosotros.