El águila volaba en círculos por encima de la nieve y de una forma humana. Aparentemente el esquiador estaba muerto. No se movía.
Dani llevaba un buen rato quieto, semi enterrado en la profunda nieve virgen, pues el beicon había sido espectacular… estaba haciendo un escáner mental de todo el cuerpo para asegurase de que estaba todo bien.
Recopiló un poco. Si se hubiera dado más impulso, si hubiera girado antes, no estaría de bruces, no estaría revisando no tener ningún hueso roto.
De repente empezó a convulsionar… había valido la pena. La sensación de volar fue brutal y ahí, en el agujero en la nieve, no podía parar de reír.
Las carcajadas resonaron en la montaña ahuyentando al águila y calmando los ánimos de sus tres colegas paralizados allí arriba de la gran roca, que se habían quedado blancos con el espectáculo.
Poco a poco fueron llegando a donde estaba Dani, quien no podía parar de reír. Había sido su mayor vuelo hasta hoy, por lo menos unos veinticinco o treinta metros y si todo había ido bien, estaba grabado. Ya tenía otra buena anécdota para contar en el refu esa noche, eso y los moratones.