16-3-2011 Manzaneda 1er día. ¡No hay fallo!
Mi meta era llegar al pueblo de A Rúa, donde me esperaba Alejandro.
Por suerte no me mojé mucho ya que un hombre me llevó de Caboalles hasta Villablino y desde allí llegué a Ponferrada. Un autobús me dejaba en el pueblo de Alejandro, un chico que había conocido gracias a escribir mis aventuras en nevasport.
Me acogió en su casa.
Cenamos y charlamos, sobre todo de esquí. Después me llevó a dar una vuelta por el pueblo, pero llovía y yo estaba tan cansado que me dormía en el asiento del copiloto.
Me levanto un poco espeso, más tarde de lo aconsejable cuando se quiere ir a esquiar, pero ...
La semana está saliendo más o menos como la tenía prevista y eso me hace sentir bien. Espero que podré estar en casa el fin de semana, pero no quiero pensar mucho en ello, para no desilusionarme mucho si se tuercen los planes.
Desayunamos algo y a las diez salimos de su casa en dirección a las pistas de esquí. Está lloviendo.
Pasamos por un supermercado a comprar algo de comer y de beber.
Es una lástima que llueva porque no puedo ver el paisaje.
Llegamos a la estación a las once y media. Manzaneda está sumergida en una espesa niebla que esperamos que se vaya pronto. A pesar de ser bastante tarde no hay más que cinco coches en el aparcamiento.
Todavía no hemos bajado del coche que un amigo de Alejandro, Hiram, nos viene a saludar. Nos invita a cambiarnos dentro de la escuela de esquí, pero antes yo tengo que conseguir mi pase.
Alejandro lo conocen bien en esta estación porque es un apasionado de este deporte y ayuda siempre que puede. Él tiene su abono de temporada. Me señala el acceso para personas con movilidad reducida, una rampa, limpia de nieve, que salva el tramo de escaleras y de la que tomo buena nota.
Primero voy a taquillas; de allí voy hasta el edificio de los apartamentos donde hablo con la recepcionista.
Llamamos a las oficinas de Ourense para hablar con el comercial y finalmente consigo el permiso. De vuelta a las taquillas pido por la persona que me enseñará la estación, el señor Miguel Sierra, pero está ocupado, o sea que aprovechamos para subir a la escuela a meternos las botas y equiparnos. Allí conozco a Alex, otro monitor y amigo también de Alejandro.
No sé porque, y eso me pasa a menudo, se me pegan los acentos y los hablares típicos de los lugares donde voy y me doy cuenta que estoy entonando las palabras en gallego. O al menos eso es lo que creo.
Miguel llama a Hiram para saber dónde estamos y bajo para encontrarme con él.
Sin perder tiempo vamos a la nave que hace las funciones de taller y almacén de material. Me enseña varias máquinas para arreglar diferentes piezas, tanto de telesquís como de telesillas.
Pasamos a otra parte de la nave donde guardan el material que utilizan en verano, ya que Manzaneda tiene una oferta muy potente de cara a la temporada estival.
A continuación vamos a otra nave, un garaje donde guardan los vehículos y que también usan para hacer las reparaciones, lo que compruebo viendo a dos operarios trabajando en el foso, cambiando la hoja de la cuña de un camión quita-nieves.
Salimos fuera, donde hay un Unimog, justo el mismo modelo que yo había conducido el año pasado. Este no tiene montadas ni la pala ni el cajón para la sal, pero está adaptado para colocarle una cuña en caso de ser necesario. También se le puede adaptar una desbrozadora enorme que utilizan para adecuar los caminos en verano. Me cuenta que se organiza cada año un maratón de montaña y hacen una Andaina de unos veinte kilómetros, el mes de septiembre.
Más que una oferta veraniega, Miguel me dice que ofrecen servicios de mayo a octubre, abarcando así la primavera y el otoño con productos como la bicicleta de montaña, los karts o la práctica del golf.
Entramos a otro edificio, donde tienen el alquiler de material de esquí y donde estaba ubicado el antiguo telesilla de dos plazas. Me dice que tienen aproximadamente unos quinientos pares de esquís y también tablas de snow. En el exterior, un arco de color amarillo con una placa recuerda el nombre de la instalación, así como su longitud, el desnivel que superaba y el año de construcción.
Uno de los problemas que tienen es la formación de hielo en los cables y las poleas, problema que solventan dejando la instalación en funcionamiento durante la noche, ya que tienen el mar muy cerca y no tienen ninguna cordillera que los proteja.
Vamos hacia el desembragable de seis plazas. Sufría un poco por mi nuevo amigo, pensando que se agobiaría, pero está como pez en el agua.
Encuentro un poco extraño que el telesilla no esté más cerca de las taquillas y que tenga que caminar montaña arriba, aunque sea sólo unos metros, pero a estas alturas del viaje no me supone ningún problema.
Como hay tan poca gente y la que hay está en la parte superior, el telesilla está parado.
Dentro del cuartito del telesilla Miguel me enseña el panel de control del aparato, formado por varias pantallas e interruptores que hacen varias funciones.
Subimos la escalerilla para acceder al motor. Desde allí me vuelve a insistir en el problema del hielo que se forma en el cable y que daña las gomas de las poleas. Me enseña las seguridades y los modos que tienen de resolver los imprevistos.
De vuelta al nivel del suelo, Miguel me comenta que ellos dan a este telesilla un uso más turístico, permitiendo el acceso a personas que van a pie. Esto daña mucho la zona de embarque, tal como me señala.
Ponen el telesilla en funcionamiento y subimos los tres, Miguel, Alejandro y yo. Ascendemos entre una espesa niebla, que vuelve gris el paisaje. Sigue lloviendo.
Alejandro me señala las pasarelas que se ven debajo nuestro y que forman parte del circuito de descenso de bicicletas de montaña.
Cuando llegamos al desembarco del telesilla Miguel me lleva en moto de nieve hasta donde tienen las máquinas pisa-pistas. Suerte que se conoce el camino porque yo no veo nada.
De repente aparecen una Pisten Bully 200 y una Rolba TurboTrac más viejecita. Miguel me dice que no son las mejores herramientas para trabajar, porque tienen que mover bastante nieve y se les quedan un poco pequeñas.
Me deja subir y me siento en el lugar del piloto. Me gustaría saber hacer funcionar un trasto de estos.
Por culpa del tiempo tengo que ir cambiando las cámaras, filmando ahora con la Lumix, ahora con la Oregon. Con la primera cuando estoy en interiores, la otra cuando salimos fuera, con la lluvia y la niebla, aunque preveo que la imagen quedará quemada.
Volvemos a la caseta del desembarco y me sigue explicando los factores que más influyen en la estación, sobre todo la humedad y los cambios bruscos de tiempo.
Llega la hora de comer, tanto para Miguel como para el señor que se encarga del remonte y Alejandro y yo aprovechamos para ir a hacer unas bajadas. Da bastante pereza salir con el tiempo que hace, pero, aunque parece que el cielo se quiera abrir, el tiempo no mejorará y ya hemos esperado bastante.
Empezamos a bajar por la pista Charrelas con una visibilidad muy reducida. Siento como una tristeza, en parte por el tiempo que hace, en parte porque sé que es la última estación de esta parte del viaje. Por otra parte estoy contento porque si todo va bien en pocos días estaré en casa, durmiendo en mi cama, sentado en mi lavabo, abrazando a la mujer que amo.
Concentrado en la nieve, muy húmeda, y en el entorno, llegamos al telesilla Fontefría. No habremos tardado ni cinco minutos y ya estamos empapados, pero no por la lluvia, sino por la niebla "mixona", lo que en Catalunya llamamos “boira pixanera”.
Cuando estamos en la cota más alta de la estación aprovecho para ir a los baños y ver también que guardan el material en una sala adyacente. Me llaman la atención unos esquís, modelo Manzaneda, colgados en la pared.
Volvemos a bajar, ahora por otra pista, hasta llegar a la parte baja de la estación, donde volvemos a coger el telesilla Manzaneda.
Arriba hay los niños que recibían clases de Hiram y Alex, que ya han terminado las lecciones y se disponen a bajar con el remonte.
Nosotros cinco, Alejandro, Hiram, Alex, una profesora y yo hacemos la última bajada, ya estamos cansados de mojarnos.
Cuando llegamos abajo dejamos los esquís en la escuela y algunas prendas tendidas, con la esperanza de que se sequen un poco.
Ante un plano enorme colgado en la pared, junto a las taquillas, Alejandro me enseña el sector que hemos esquiado y demás pistas que no hemos podido hacer. Me hubiera gustado esquiar más tiempo y en otras condiciones, está claro, pero es lo que hay.
Vamos al restaurante a comer ya que Miguel nos ha invitado. Un buen plato de callos y un poco de pescado de segundo. De postre arroz con leche.
En el transcurso de la comida se nos plantea la posibilidad de volver al día siguiente. Parece que las predicciones del tiempo dan una mejora.
El plan es este: bajar al pueblo de A Rúa, coger lo necesario e imprescindible (que incluye bañador y toalla) para pasar la noche en el apartamento de los chicos, a unos pocos cientos de metros de las pistas, comprar unas botellas de vino y volver a subir a Manzaneda. Quedamos que nos encontraremos en la piscina.
Me hace mucha gracia lo de la piscina porque llevo el bañador, el gorro y los tapones para los oídos en la mochila durante toda la aventura y aún no los había usado.
Así pues, acabamos de comer, vamos a la escuela a tomar nuestras cosas, pero nos lo pensamos mejor y dejamos buena parte del material, ya que es tontería llevarlo de un lado a otro.
Nos despedimos del personal, previo aviso al señor Miguel que mañana volveré para intentar hacer unas cuantas fotos, si el tiempo lo permite, y nos vamos a A Rúa.
Ya en casa de Alejandro cojo y meto en bolsas de plástico, ya que la mochila está bastante mojada, todo lo que creo necesitar. También compro por internet los billetes que me llevarán hasta mi ciudad natal.
Salimos de casa, con prisa, pasamos por un supermercado donde perdemos más tiempo del que quisiéramos en las colas de caja y pasadas las seis ya volvemos a estar de camino hacia la estación gallega.
Llegamos con el tiempo un poco justo. Yo me bajo del coche bajo la lluvia que sigue cayendo y entro en los vestuarios mientras Alejandro va a buscar a los chicos.
Me cambio, meto todo en una taquilla y me voy a la piscina.
El agua de la ducha, obligatoria antes de meterse al agua, está fría, muy fría. La de la piscina está más caliente, pero para estar realmente a gusto hay que estar en movimiento.
A los pocos minutos llegan los chicos. La chica encargada de la piscina los abuchea un poco, porque es tarde y cierran dentro de poco, pero aún les da tiempo para darse un chapuzón.
Reconfortados por el baño llegamos al apartamento de los chicos.
Me sorprende la ausencia de muebles en el comedor y la calidad de la música, que por suerte suena a medio volumen. Hiram tiene unos altavoces más propios de estar en una sala de discoteca que en un piso. Alex se pone muy contento cuando ve que Alejandro ha llevado una botella de licor-café.
En el comedor no hay muebles porque la vida se hace en las habitaciones y es donde acabamos cenando, mirando vídeos, fotos y haciendo fiesta hasta que nos cansamos, una de las ventajas de no tener vecinos.
No sé qué hora es cuando nos metemos en la cama. Yo sólo sé que dentro de unas horas estaré en un autobús dirección Barcelona y que habré acabado con esta parte del viaje.