18-12-2010 Linza. Menos Gabardito, Pirineo aragonés hecho
Me he despertado sobre las 6 y ya no he podido volver a conciliar el sueño. Normal teniendo en cuenta la hora que me fui a dormir.
Una vez vestido he quedado con la chica que ya pasaríamos cuentas cuando volviera de esquiar y con la conciencia más tranquila he salido a la carretera a hacer dedo. He hecho unas fotos de como se estrellaba el primer sol de la mañana contra las paredes del Ezkaurri, pero el frío me ha hecho ponerme en marcha.
No había hecho ni doscientos metros cuando ha subido una furgoneta con Eriko, Martín y Víctor, que iban bien "equipados" a hacer montaña.
Me han recogido y hemos llegado al refugio. Me han invitado a desayunar de sus víveres y hemos empezado a subir,
pero yo no lo he visto claro y he tirado hacia la Falla de los Ingenieros. He esquiado entre hayas, en soledad, disfrutando del paisaje.
De bajada he visto un zorro, en la solana.
Ana y Miguel, del refugio, han sido muy atentos y Ricardo, de Ansó, me ha invitado a una cervecita, que ha entrado muy bien.
Ha sido él quien me ha bajado hasta el camping de Zuriza, conversando y conociendo mejor las peculiaridades del lugar.
Una vez en el albergue, después de conversar sobre nacionalismos y otras hierbas,
Jaime, Ricardo, Torín, Enrique y algún miembro de la pandilla más se han puesto a comer, mientras yo me duchaba, me cambiaba y preparaba la mochila. Jaime se había ofrecido a llevarme hasta Asolaze, donde hay un camping con albergue, parecido al de Zuriza, ofrecimiento que no podía rechazar, si bien en alguna ocasión me he planteado de hacerlo.
El Sol iba cayendo, la comida se había acabado y ahora era el turno de las copas. Yo tenía más hambre que sed, pero no he rechazado los dos gin-tónics a que me invitaban.
Al final hemos salido de allí alegres. Jaime es todo un personaje en estos valles, conocido y querido por su carácter amigable, siempre dispuesto a hablar horas y horas. Me ha enseñado la borda (que no es suya, que es de su mujer), una casa encantadora donde ya me habría quedado.
Hemos llegado a Asolaze y he metido las cosas en mi habitación, más pequeña que las últimas y que no tengo que compartir con nadie. Nos hemos despedido, después de tomar un pincho y una cerveza ( que esta vez he pagado yo) y, al final, después de tenerlo controlado todo el tiempo, se ha llevado mi encendedor.
Me meto en el saco y no tardo en cerrar los ojos, con la cabeza un poco embutida por la ingesta de alcohol a la que última y sanamente no estoy acostumbrado.