Hemos ido charlando hasta llegar al pueblo, donde Charo me ha dejado a las 10. Nevaba y el suelo estaba mojado, de modo que me las he tenido que ingeniar para que no se mojara el equipaje.
He llamado a las estaciones de Linza y de Gabardito. Los de Linza no tenían que bajar y por tanto no me podían recoger, el de Gabardito me ha dicho que la estación era un manto verde y que no se podía esquiar, lo que significa que, como mínimo de momento, el reto no se puede concluir como yo hubiera querido. Pero la temporada es muy larga y alguna solución encontraré.
Ningún coche ha cogido la carretera en dirección a Ansó, el siguiente punto, hasta que ha parado Montse, pasadas dos horas y media.
Después de cruzar Ansó con todo el equipo a un ritmo más rápido del que quería mientras hablaba con ella, me he dirigido a las afueras, donde hay un pequeño parque con aparatos para hacer gimnasio al aire libre y un cobertizo intenta guarecer a quien se refugia, sin acabar de conseguirlo.
Allí, a diferencia de otros lugares, cada coche a quien hacía el gesto de pedir que se detuviera, paraba. Pero no tenía mucha suerte porque, o bien iban a la carpintería o a perseguir vacas o a poca distancia de donde yo me encontraba . No sé qué hora era cuando bajó uno de los chicos que llevan el camping de Zuriza, que me ha dicho que volvería a subir pasadas las ocho de la tarde. Esta vez he pensado que subiría alguien antes que él y que valía la pena esperar donde estaba.
A las siete y media de la tarde, harto de dar vueltas y de que pasara el tiempo, he decidido coger las cosas e ir unos metros en dirección al pueblo, para colocarme bajo la luz de las farolas. Resultaba muy sospechoso que el tramo de carretera donde estaba bajo cubierto estuviera lleno de nieve, mientras que cincuenta metros más arriba y cincuenta metros más abajo la nieve no hubiera cuajado.
Justo empezar a caminar, las luces de una furgoneta me han hecho vislumbrar una esperanza que se ha marchitado cuando me han dicho que no iban donde iba yo (en realidad se habían perdido).
Pero detrás de ellos venía un coche, que también se ha detenido, y que iba hacia Zuriza, donde sabía que, como mínimo, podría pasar la noche. Se trataba de Aritz, familia de la gente que lleva el camping y el albergue de Zuriza, donde hemos llegado después de subir por una carretera con algunos tramos cubiertos de nieve y algunos rocas caídas que nos han hecho parar para sacarlas.
En una de las curvas, un rebeco, deslumbrado, se ha quedado quieto en la cuneta, pero ninguno de los dos ha sido lo suficientemente rápido como para sacar la cámara e inmortalizar el momento.
Hemos llegado a Zuriza y después de tomarme un té bien caliente con miel he subido a mi habitación, una sala enorme con literas como las de la mili, donde he dormido, para no perder la costumbre, más solo que la una, cayendo prácticamente al instante, abandonándome en brazos de Morfeo.
gracias Nevasport