Puede que el esquí sea difícil de aprender; es posible, pero también es verdad que la mayoría de las dificultades nos las imponen los mitos, las falacias y los prejuicios que tenemos o que nos han contado sobre lo que cuesta hacer tal o cual cosa. Dos casos muy típicos son el hielo y la nieve virgen ¡maaaaaádre mía! con lo fácil que resultaría si nadie nos dijera que no se puede….
Les contaré dos anécdotas:
Mi estación en Norteamérica es famosa por sus pendientes extremas. Tiene, por ejemplo, doce pistas azules y ¡treinta y dos negras! Allí, como no hay más remedio, la gente que apenas hace viraje fundamental se baja las “black diamond” como si tal cosa. La inclinación es una cuestión de perspectiva, más que de grados. Por el contrario, como allí jamás hay hielo, una nieve dura que a nosotros en España nos parecería una delicia, a ellos les asusta porque alguien un día les dijo que “aquello” era hielo. Aunque fuera hielo ¿qué más da? Si en todos sitios se esquía igual…
Ahora otra anécdota de cuando trabajaba en Austria en los 90. Allí la gente usaba los esquís por todos sitios y a todas horas, de manera que desde que podían hacer una vulgar cuña se acostumbraban a andar por la nieve virgen. Como nadie les asustaba con su supuesta dificultad, se acostumbraban a la sensación desde sus inicios con las tablas, aprendían a disfrutarla y jamás dudaban sobre su capacidad para hacer curvas en una nieve sin tratar.
Aunque sea hielo, aunque sea nieve virgen, en las dos se esquía igual, sólo que en una se resbala menos, y en el otro se resbala más. Pero ¿a qué vamos a esquiar? Pues a resbalar. Una pista verde con nieve en polvo también resbala más que el salón de nuestra casa ¿Y qué? Olvídense de colores, de obstáculos, de demonios y de infiernos. Lo que de verdad debe de ser un tormento, es in invierno sin nieve, ja, ja.
Carolo © 2006