La sensación al ponernos unos esquís por primera vez es la de ser absolutamente incapaces de dar un paso, nada que ver con esa sensación de libertad anteriormente descrita. Puede que ahí esté la clave, tenemos que aprender ya no a andar sino a deslizar, lo cual nos va a obligar a hacer unos movimientos diferentes, si cabe más sutiles. Y es que, en efecto, la técnica de un esquiador parece no llevar una lógica.
Por eso, para conseguir esta técnica, hay que realizar un aprendizaje relativamente metódico. No os preocupéis porque aprender a esquiar es muy divertido, fácil y rápido, y con un profesional además será totalmente seguro. Lo primero antes de ponernos los esquís, será conocer el material, para qué sirve y cómo transportarlo. A continuación ya sí podremos ponérnoslos pero antes de bajar cualquier pequeña cuesta hay que aprender a moverse con los esquís, después aprender a subir y, por fin, deslizar. Esa será la primera sensación de libertad, muy breve, pero para un debutante una gran satisfacción. Esto sólo es un primer paso, hay que seguir, aprender a frenar en cuña, luego aprender a girar también en cuña, hasta que finalmente uno ya esté preparado para subir en un remonte mecánico.
Podría parecer que estas primeras clases carecen de importancia para el futuro y que sólo son unos rudimentos para poder empezar a esquiar aceptablemente. Nada más lejos de la realidad, desde que el debutante se pone unos esquís, estará aprendiendo a ser un buen esquiador (o malo) y muchos de los gestos por insignificantes que parezcan ahora, seguirá realizándolos cuando ya sea un esquiador experimentado, muchos vicios o defectos también los seguirá manteniendo. De lo que se trata es de aprender los movimientos correctos y no coger esos hábitos que en un futuro podrían entorpecer la progresión del neófito. Es cierto, un debutante aprende a hacer la cuña (la forma de girar elemental), pero en realidad el profesor le está enseñando los gestos para en un futuro hacer paralelo y luego carving.