Edelweis era una joven que deseaba fuertemente
esquiar bien y sin que el miedo le atenazara. Se pasaba las horas
viendo los descensos de los profesores de esquí y de lo esquiadores
avezados. Tenia mucha fuerza de voluntad, aunque era demasiado impetuosa
y nerviosa. No podía evitar al esquiar la tensión
como fruto de un miedo que no conseguía digerir. Veía
mil excusas productoras de su mal y cada vez hacia énfasis
en una distinta.
Un día conoció a un conocido profesor de esquí,
le contrató y en cuanto pudo le preguntó: He leído
muchos libros de esquí, sé lo que hay que hacer y
lo que no, pero creo que cada persona es distinta y unos tienen
ciertas cualidades y otros no. ¿Que cree que debo hacer para
esquiar bien y sin miedos como Usted?
El profesor de esquí le contestó: “ Tu no eres
diferente a mi” .
Y al notar que ella ansiaba una respuesta sobre muchas cosas acabó
diciéndole: “Tienes que creerme, ya puedes esquiar
como deseas, no se trata de esquiar de una forma especial, sino
de darte cuenta de cómo esquías.”
Edesweis no encontró satisfacción con estas palabras
a los innumerables temores que le inquietaban y que consideraba
mas próximos y reales y siguió buscando profesores
de esquí con la esperanzas de encontrar la clave para evitarlos.
Un día encontró otro, también muy famoso y
apreciado, y muy enérgico. Le formuló la consabida
pregunta. El profesor le dijo que antes de contestársela
le proponía trabajar con el, ayudando a sus alumnos. Su misión
seria levantar a estos cuando cayeran, recoger sus palos y los esquíes
en sus caídas y entregárselos, controlar los ejercicios
y ayudar en definitiva a los alumnos en lo que necesitaran. Ella
aceptó.
Pasados tres años el profesor habló con Edelweis y
le dijo que ya podía darle la respuesta que le había
pedido. Edelweis en esos tres años había dejado ser
una joven presuntuosa e inquieta y se había convertido en
una muchacha mas sencilla, afable, tranquila y sensata. Había
aprendido a querer a los demás y a ser menos egocéntrica.
Su mente era menos dispersa y podía estar mas atenta.
Y el profesor le dió la deseada respuesta: “Tu no eres
diferente a mi, tienes que creerme, ya puedes esquiar como deseas,
no se trata de esquiar de una forma especial, sino de darte cuenta
de cómo esquías.”
Edelweis se dio cuenta de que era lo mismo que el primer profesor le había aconsejado hacia ya mucho tiempo y comprendió que solo en este momento, después de tres años de prestar atención y de preocuparse mas por los demás que por si misma había estado preparada para entender el consejo, había aprendido que su exceso de individualidad le impedía aceptar sin miedos su entorno y que ahora al volcar su ser hacia lo que le rodeaba, la gente, los paisajes, la naturaleza en fin, conseguía sentirse parte de lo otro y ya no temía tanto que el exterior le produjera daños.
Y a partir de este momento nunca el
miedo supuso para ella una limitación ni en el esquí
ni en la vida.
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