Antropología bajo cero

Enviado: 13-01-2009 20:12
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El pasado día 2 de enero, día de la Toma, junto con el 2 de febrero, de San Cecilio, las dos fiestas de Granada, aunque ahora quieren suprimir la primera tras 500 años de existencia para no molestar a otras “civilizaciones” que ahorcan homosexuales y lapidan adúlteras, hacía un tiempo imposible para el esquí pero delicioso para el paseo.

Decidí darme uno por el circuito de Fuente Alta, siempre recomendable en una montaña sin árboles, debido a su altura y a la escasez de precipitaciones en verano. Pero la mano del hombre ha creado un agradable boque de coníferas, que ese día se encontraba maravillosa y espesamente nevado.

Como no iba provisto de raquetas me hundía hasta más arriba de las rodillas y mi paso era penoso y a la vez gozoso al contemplar esa maravilla, extraña en nuestra sierra, pero más común en Alpes o Pirineos de la mezcla de nieve y árboles.

Me acordé de mi tío-abuelo Manolico de los Bérchules, que era “alimañero” y se ganaba la vida cazando zorros y gatos garduños poniéndoles cepos en las nieves de las Alpujarras. Hiciera frío o calor, fuera verano o invierno llevaba siempre el mismo atuendo: un traje de recia pana marrón, un chaleco de franela y una camisa blanca de las de tirilla. Se cubría la cabeza con una descolorida boina y tenía las manos como sarmientos de viña.

Enjunto, con los ojos pequeños (“puñalá en un tomate”,decía mi madre), enrojecidos por los humos de las chimenea y entornados por la costumbre de ver los atardeceres desde el “tinao”, a los sobrinos-nietos nos llamaba “matulillos” que quiere decir zorrillos; más parecía bereber descendiente de las huestes de Boabdil, que tras pactar con la Reina Isabel de Castilla la entrega de Granada a cambio de vasallaje, dinero,y mantener su reino en las Alpujarras, que vasco, de segundo apellido Arana y RH negativo, con los que fueron repobladas esas tierras tras el incumplimiento por los llamados Reyes Católicos de las capitulaciones en su momento acordadas.

Cuando tenía suficiente colección de pieles y antes de que llegasen los calores primaverales del Sur de Sierra Nevada, ese sur tan bien descrito en sus aspectos humanos y costumbristas por el inglés Gerard Brennan, alias D. Gerardo para mi padre que llegó a conocerlo, bajaba “a las capitales” como él le llamaba, o sea a Granada, a vender las pieles en una curtiduría de la Calle de la Colcha, al lado de mi casa.

Comía con nosotros y nos traía unas manzanas de invierno que el llamaba “peros malapios” que mi madre utilizaba para ponerlos en la cómoda entre las sábanas blancas y que yo aprovechaba para comérmelos cuando tenía hambre y no encontraba a mano pan con chocolate que era lo que me gustaba.

Iba pensando en mi tío-abuelo revisando los cepos entre el bosque nevado, cuando en medio del paisaje me encontré solitaria y entre la bruma a una persona. La niebla, la nieve y la soledad del paisaje me hicieron recordar los cuadros de Brueghel, ese pintor especializado en pinturas de personas en medio de paisajes nevados, y al llegar trabajosa y felizmente a su altura comprobé que se trataba del “ceturso”, encargado de las cabañitas de Fuente Alta.

Estaba limpiando la nieve acumulada sobre un puente de madera, me dijo. Hace Vd. bien, le respondí, no se fíe de los ingenieros, que lo mismo esto no aguanta.

A pesar del frío y de la nieve, la Fuente Alta fluía abundante y silenciosa. ¡Que bien se yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche!, escribió el místico San Juan de la Cruz desde su retiro en el Carmen de los Mártires, y la verdad es que la fuente manaba no solo mística, sino deseable, porque literalmente iba empapado en sudor tras el esfuerzo de intentar sacar mi pierna de un agujero de nieve para meterla en otro.

Al ir a beber, un cartel del funcionario de sanidad indicaba: “agua no clorada”. Como a mi los funcionarios me acojonan pensé que si bebía agua y me ponía malo me iban a negar las prestaciones sanitarias de la Seguridad Social, por lo cual le pregunté al ceturso si esa agua era “potable”. El me respondió: yo no sé si será potable o no, pero es la que yo bebo normalmente.

Al ver que el ceturso, joven, tenía el aspecto de los peros malapios de mi tío Manolico, metí el morro en el chorro de agua sin ningún temor y sacié mi sed.

Se estaba bien allí, entre la niebla y los copos de nieve y le pregunté al ceturso joven por el Sartenes Grande y por el Sartenes Chico. Él no sabía que hubo dos “Sartenes” cetursos y que el mayor de ellos es el que “antropizó”, es decir humanizó el lugar, haciendo una chabola y un huerto (otra vez San Juan de la Cruz con aquello de .Del monte en la ladera, por mi mano, plantado tengo un huerto......) justo al lado de donde estaba un horno incinerador de la basura de la urbanización.

Enfrente de nosotros había una caldera para quemar y destilar alhucema. La pusieron allí en plan parque temático para los eventos del 95. Le pregunté al ceturso si la había visto funcionar alguna vez. Me dijo que una, cuando la copa del Mundo de Esquí. Yo le conté cuando de niño, muchos atardeceres, mi padre me llevaba a una caldera que había en las cercanías de nuestra casa de Huétor Santillán en la que un operario vestido como mi tío Manolico calentaba el agua de la caldera y hervía la alhucema que se amontonaba a su lado, para ir destilando unas gotas olorosas que se almacenaban en “damajuanas” de vidrio (entonces casi no había plásticos) para llevarlas a las Destilerías García de la Fuente cerca de Armilla y tras su transformación venderla como “auténtica lavanda inglesa”. A veces el operario de la caldera nos asaba una patata en el rescoldo.

Me invitó a entrar en la cabaña donde crepitaba un acogedor fuego y fuimos examinando todos los útiles que había dentro. Aparejos para burros y mulos y aperos de labranza. Aunque mi padre fue contable, se preocupó bastante de que me relacionase con el mundo rural y sorprendí al joven ceturso detallándole los usos de los distintos instrumentos, que él no conocía.

Bueno, se animó y me dijo que había aparejado un mulo y yo le dije: pues ya sabe Vd. mucho porque a los mulos, a los burros y a los caballos hay que saberlos aparejar bien. Porque si se les pone floja la montura se la quitan y si se le pone muy apretada, los muy cabroncetes se tumban panza arriba. A eso se le llama “subírsele el aparejo a la barriga” y es lo que le pasa a Terrón cuando nieva en la Urbanización.

Había muchos utensilios de esparto y le pregunté si había segado esparto alguna vez. Él me dijo que segar no, pero que lo había arrancado enrollándolo en un palo y tirando de él. Yo le dije que segar esparto era una tarea muy dura, porque es una planta áspera y hay que hacerlo bajo el calor del verano. Tan duro era, que mi padre cuando le deseaba un mal a alguien solía decir: “a ese lo ponía yo a segar esparto”.

Le conté que tanto la alhucema como el esparto no eran de libre disposición de los campesinos, sino que eran propiedad, mediante contrato de concesión de aprovechamientos, de los llamados “señoricos del esparto o de la alhucema”, que mediante canon e influencia gozaban en exclusiva de las plus valías de la recogida y transformación de dichos productos, antes imprescindibles y ahora innecesarios.

MI tío abuelo Manolico, el Sartenes Grande, el Sartenes Chico, el ceturso joven, el "tío de la alhucema", los burros cargados de esparto...

Esas son las grandezas de nuestra sierra, ahora trasnformada por pretenciosos e inútiles políticos en Paque Nacional, para proteger a cuatro lagartijas mal contadas.....

¿Y de las personas, quien se ocupa?

Perdonan el rollo, pero alguien os tiene que contar estas cosas, porque aunque no os lo creais los más jóvenes, hasta hace muy poco en España y en Europa existía, quien lo mantendría ahora, la cultura del neolítico que empezó hace 8.000 años en Mesopotamia, cuando los hombres se dedicaron a cultivar la tierra y a pastorear ganado.

Y eso nadie lo cuenta

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