El remonte lo controla Bosse Biström y su mujer Marie-Louise Eklund, y se ha convertido en un sentido de vida. Ellos son los orgullosos dueños del Linbana, tal como se llama el teleférico, que con una longitud de 13,613 kilómetros entró en diciembre de 1989 en el “Libro Guiness de los Récords” como el más largo del mundo. El viaje en las cabinas, en la provincia de Västerbotten, dura en total unas dos horas. Lentamente, a 10km/h, el teleférico pasa sobre tupidos bosques de abedules, arroyos y los lagos Örusträsket y Mensträsket.
Hoy, el teleférico es una atracción turística. Hace más de 70 años, su función consistía en resolver un problema logístico: el transporte al tren de metales preciosos de la mina de Kristineberg hacia la localidad de Boliden, situada 100 kilómetros al este. Europa estaba en guerra y los metales de Suecia eran muy codiciados. Hubiese llevado demasiado tiempo construir en medio de la naturaleza salvaje de Laponia carreteras o una línea férrea.
En abril de 1942, hasta 1.500 trabajadores se trasladaron al solitario paisaje con el encargo de construir un telecabina para el transporte de cubetas. El trayecto tenía que ser en línea recta. Para lograrlo, los trabajadores clavaron 515 postes de hormigón en el suelo de bosques, pantanos y lagos. El 14 de abril de 1943 entró en servicio el teleférico, que entonces tenía una fabulosa longitud de 95,88 kilómetros. Cuarenta y cuatro años después, el 9 de enero de 1987, el teleférico fue cerrado. En sus años de vida movió 12 millones de toneladas de cobre, plomo, zinc, azufre, oro y plata. Cuando se tenía que llevar a cabo una amplia modernización del remonte, la compañía minera llegó a la conclusión de que el transporte del mineral en camiones era más barato.