El Escuadrón de Vigilancia Aérea número 12, situado por encima del puerto de Lunada justo en el límite con Cantabria, acaba de dejar atrás el invierno más largo de cuantos había experimentado desde su creación en 1997. A lo largo de sus 18 años de existencia nunca había permanecido más de 73 jornadas aislado por carretera hasta que este invierno llegó a las 82. El nuevo récord se ha visto acompañado por temperaturas de hasta 12 grados bajo cero, 8 metros de acumulación de nieve en algunos puntos y vientos de más de 180 kilómetros por hora, pero quienes lo han padecido de cerca no se dan importancia.
No lo hacen ni el sargento Mantilla (jefe de seguridad) ni el teniente Dermit (jefe de apoyo) ni tampoco el comandante Rodríguez (máximo responsable de la base). Mientras explican las distintas dependencias del edificio insisten en que «las condiciones climatológicas son algo que va con nuestro trabajo».
No se inmutan al repasar cifras como los 22 bajo cero que alcanzaron hace unos años o las rachas de viento de hasta 230 kilómetros por hora que han llegado a medir. Tampoco al contar que durante los periodos de aislamiento deben caminar unos cuantos kilómetros con raquetas sobre la nieve hasta llegar a la carretera general, o incluso bajar esquiando para el abastecimiento de la base. Si ni siquiera así pueden hacer los relevos, un helicóptero los visita periódicamente y contribuye al traslado del personal que procura hacerse un mínimo de dos veces por semana.
En condiciones normales, los hombres y mujeres de la base militar (hay alrededor de un 30% de personal femenino) suben y bajan cada día por Las Machorras y realizan una jornada ‘normal’ de 7,30 a 15 horas. Pero hay personal de mantenimiento 24 horas al día los 365 del año y alguien tiene que estar comprobando permanentemente que el radar funciona bien.
Esa es la principal función del EVA 12: la vigilancia de los cielos de la mitad norte de España a 500 kilómetros a la redonda. El aparato instalado bajo una gran estructura que recuerda a un balón de fútbol capta toda la información del tráfico aéreo sobre la Península Ibérica, Francia y el mar Cantábrico y la remite tanto a los centros de control militares como a AENA. Explica el comandante que el control del espacio aéreo asignado al Ejército del Aire
Así, la vida en la base discurre con normalidad incluso en las condiciones más duras. El comandante Julio César Rodríguez prefiere no especificar el número de efectivos que componen el acuartelamiento, pero explica que «hay tropa, suboficiales y oficiales» y entre ellos según su especialización se distribuyen los trabajos de mantenimiento, gestión del pequeño parque de automóviles del que disponen (incluyendo dos máquinas fresadoras y un camión con cuña quitanieves), mantenimiento del radar, comunicaciones o instalaciones generales.
El personal que duerme allí, por su turno o debido a los periodos de aislamiento, dispone de sus habitaciones donde poder descansar. Tienen televisión, conexión a internet de alta velocidad y una pequeña biblioteca. Cuando no realizan prácticas en el exterior o tareas de entrenamiento hay que pasar muchas horas a cubierto de un edificio sin ventanas y necesitan también recursos para el tiempo libre.
Los implicados lo viven con absoluta normalidad. Algunos de los militares destinados allí llevan tantos años que ya no se sorprenden de los ventisqueros, de que a finales de mayo aún queden neveros en las cunetas de la carretera de acceso o de que hace dos semanas les cayera una nevada de 10 centímetros. Allí han visto teñirse de blanco la base 10 meses al año, de septiembre a junio ambos meses incluidos. Dicen no saber si el suyo es el Escuadrón con las condiciones meteorológicas más duras de todos los que dispone repartidos por la geografía española el Ejército del Aire.