A tres kilómetros de Salcedillo, en dirección al Alto del Golobar, y a seis de Brañosera, una pareja de montañeses, palentina y cántabro -a los que su hija de 20 años dejó este año por una plaza en el Ejército profesional- atiende por sexto año consecutivo un negocio limitado en muchas ocasiones por las fuertes nevadas.
En un amplio aparcamiento de una antigua estación de esquí que pudo ser y no fue al quedar abandonadas las instalaciones, a las que se añade un hotel derruido, ocupado por ganado y muy próximo en las estribaciones del Alto del Golobar, se erige una modesta edificación hecha a base de madera y piedra y de planta baja.
«Hay un estudio y una propuesta del PSOE para que la Diputación Provincial cree una pequeña escuela infantil recuperando un remonte que ya funcionó en su día, pero todavía no se ha hecho nada», se lamenta Gil, consciente de que su negocio, «que no va nada mal», prosperaría los fines de semana. (Ver noticia relacionada)
Este año la nieve «se ha portado mejor», sostiene el propietario del refugio de montaña más alto de la provincia de Palencia, «pero ya parte del sábado y todo el domingo estuvimos aislados por carretera hasta el lunes».
Cuando se acerca un temporal «a veces la cuña quitanieves hace su trabajo, pero luego tiene que ser una máquina fresadora la que limpie los neveros, que el año pasado fueron de hasta tres metros en la carretera de acceso», añade.
El pasado invierno, después de allanar una zona con raquetas y esquís para que la moto de nieve pudiera acceder, dos agentes del Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) de la Guardia Civil de Barruelo de Santullán subieron víveres a la pareja de montañeses tras ochos días de aislamiento, «Ya casi estábamos sin despensa», sonríe Mario Gil.
En cuanto el hostelero montañés vio que la carretera estaba abierta después de varios días, al actuar una pala excavadora de una empresa de Barruelo que trabajaba en una obra cercana, «bajé rápido a por tabaco a Brañosera, porque mi mayor deseo era poder fumarme un cigarro», recuerda divertido.
Más de lo mismo.
Durante el periodo invernal 2004-2005 el matrimonio que regenta el refugio-restaurante de La Collada permaneció 45 días desde noviembre a marzo incomunicado por carretera en días no seguidos, pero afrontando cuatro temporales. «Vivimos aquí todo el año, el negocio es rentable, hay que atenderlo y cuidar la instalación y no vamos a cambiar nuestra forma de vida», explica Mario Gil, convencido de que, junto a su mujer, ha elegido un estilo de vida «como otro cualquiera».
Esta familia considera que recuperar lo que iba a ser un hotel y estación de esquí en el cercano Alto del Golobar podría dar vida a la zona algunos meses. «Nosotros trabajamos muy bien», matiza, consciente de que el idílico paisaje atrae numerosos visitantes.
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