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Última actualización: 27/04/2024 a las 12:23:00 (CET)

Cuando esquiar era toda una aventura: los primeros pasos del esquí en sudamérica

Cuando esquiar era toda una aventura: los primeros pasos del esquí en sudamérica
Hace poco más de medio siglo, subir hacia las nevadas cumbres de Farellones y otros centros invernales era una hazaña sólo apta para osados. No hab
Hace poco más de medio siglo, subir hacia las nevadas cumbres de Farellones y otros centros invernales era una hazaña sólo apta para osados.

No había caminos pavimentados, por lo que muchas veces el trayecto debía dividirse en dos. Subíamos mochila al hombro y cada uno llevaba su carpa por si se quedaba a mitad de camino, cuenta Jorge Crocis.

El zorrito, como se le conoce en el ambiente, cuenta que antes de la construcción del hotel y de las primeras cabañas, los fanáticos del esquí debían conformarse con alojar en el refugio del Club Universidad de Chile. Como era el único lugar para pasar la noche, llegaba todo el mundo y se formaba un ambiente bien entretenido, recuerda. Muchas veces nos quedábamos hasta el alba jugando naipes o simplemente conversando al calor del fuego.

José Luis Rivera, uno de los primeros instructores y actual examinador de la Escuela Nacional de Esquí, practica este deporte desde que tenía poco más de dos años.

Hace medio siglo tomábamos el bus en Plaza Italia, que nos llevaba hasta donde las condiciones se lo permitieran. De ahí en adelante, el trayecto seguía a lomo de mula, gracias a los arrieros que nos venían a buscar.

Rivera aún siente nostalgia por esos lugares que eran parada obligatoria cuando el camino era apenas una huella. Nunca volví a probar unas empanadas como las que vendía una señora en una de las curvas camino a Farellones.

Una vez en las alturas, practicar el esquí tampoco era tarea fácil. Sólo existía un andarivel que debía ser cazado por los deportistas. Cada esquiador andaba con su gancho y tenía que agarrarse como pudiera; era muy divertido ver los porrazos que muchas veces nos dábamos al intentar agarrarlo.

Pero no todos debían empinarse hasta las cumbres de Farellones para disfrutar de la nieve. Eugenia Fernández, por ejemplo, lo hacía desde el fundo que un amigo tenía en el Cajón del Maipo. Nuestros padres se escandalizaban porque nos teníamos que levantar a las seis de la mañana, y partíamos con pololos y todo a la nieve, cuenta riendo. Algunas de las mujeres se apunaban en la subida y les daban unos soponcios con desmayos y todo.

Eugenia aclara que no era tanto el afán por esquiar, sino que lo más importante era lo bien que lo pasaban: Nos dábamos unos costalazos horrendos y nos reíamos a carcajadas durante horas. Entre sus recuerdos está la curiosa técnica de esquiar que tenían. No sabíamos virar en esquíes, así es que nos teníamos que tirar de traste al suelo para cambiar de rumbo. Estuvimos haciéndolo así durante años, hasta que uno del grupo fue a Farellones y recién ahí vinimos a saber cómo se hacía, cuenta.

Sin embargo, lo mejor venía después: Llegábamos a la casa cuando ya estaba oscuro. Como veníamos muertos de frío nos estaban esperando con un rico asado que nos devorábamos.

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