Se trata de fotos hechas con el móvil o cámaras de poca calidad, disparadas desde el coche, trabajando, al azar, que he ido tomando aquí y allí sin ninguna disciplina ni interés concreto. Veámoslas si nos apetece.
Éstos eran algunos de mis compañeros en la escuela de esquí de Kirkwood, en 2003. Como se ve, en primavera, nada de uniformes serios ni imagen corporativa encorsetada; allí basta con llevar el "nametag", esa etiquetita dorada con tu nombre y tu puesto y, eso sí, trabajar de manera profesional.
Nieve en polvo muy a menudo, sol radiante y mucha pendiente es lo habitual en la Sierra Nevada de California. Aquí, bajando "inspirao" en "Your Father's Chute", en Alpine Meadows. La foto la tomó Eduardo Lacave.
Vista de Heavenly en 2003 (¡Cómo pasa el tiempo, juas!) desde mi casa en Gardnerville. Barrios típicos americanos en la desértica e inmensa planicie, a los pies de la Sierra Nevada americana, vieja, fértil y rica.
Ocho clindros en V. y 5.700 centímetros cúbicos. Me tuve que deshacer de este viejo y descomunal (o quizás fuera mejor decir clásico o, incluso, legendario, juas) Ford Bronco para sustituirlo por un Jeep menos sediento y más sensato. Cuando uno vive en este entorno salvaje y donde las distancias son muy largas, entiende la filosofía - y la necesidad - que les lleva a fabricar estos coches enormes y duros.
South Lake Tahoe - el pueblo donde está Heavenly - resulta peculiar al estar dividido por la mitad, enclavado en la frontera entre dos Estados. De la apacible y cívica California rural se pasa, cruzando el semáforo, a la bulliciosa y urbanita Nevada llena de casinos abiertos las 24 horas. Buena parte de los mitos e iconos de la cultura norteamericana pueden encontrase aquí mezclados, en el mismo día, en un par de manzanas.
El lago Tahoe es majestuoso, como todas las grandes masas de agua enclavadas en las montañas. Ciento veinte kilómetros de costa situados a dos mil metros de altura dan para muchas paradas bucólicas, a contemplar el entorno o a contemplarse uno a si mismo. Aquí mi colega Nacho, gracias al cual conseguí mi primer trabajo en los EEUU.
Nada menos que tres restaurantes vascos en un pueblecito de apenas seis mil habitantes. La presencia vasca es notable en Nevada y no es raro cruzarse con el vecino luciendo txapela. La mayoría vino cuando la fiebre del oro, a mediados del siglo XIX, y luego se dedicó al pastoreo de ganado ovino. Muchos de ellos eran esos que vemos en las pelis del Oeste, peleándose con los vaqueros porque las ovejas se comen el pasto muy corto. Hoy hay un Centro de Estudios Vascos en la Universidad de Reno y yo, cada vez que puedo, me escapo al J.T. Basque de Gardnerville a comer ¡como Dios manda, con pan y vino, aibalaosti!
La foto está tomada en Gardnerville-Minden por Paula Castro, que es del mismo Bilbao, juas.
En toda Norteamérica es fácil encontrar pueblos conservados tal como eran en el siglo XIX. Los domingos la gente se viste de época con sus trajes de volantes, sombrillas de encaje, espuelas de estrella y revólveres al cinto. Aquí, varias fotos de Virginia City, la famosa ciudad donde Mark Twain se consagró como periodista o donde estaba ambientada la serie Bonanza. Yo, como es natural, entré en el "Bucket of Blood" empujando las puertas abatibles al autentico estilo John Wayne y, claro, me llevé una bronca de la camarera, juas, que dijo "otro idiota que ha visto muchas películas" jaja.
La foto es de Mary Cruz, compañera de Kirkwood.
Modernidad, extravagancia, creatividad, amor por lo clásico y mera decrepitud coexisten con naturalidad en el Far Wild West. Foto disparada por mi colega Miguel Marques, el mejor caña del Mar de Alborán ahora metido a montañero y explorador.
Ahora ya en Genoa, otra de las ciudades más antiguas de Nevada, paso obligado en la ruta del "Gold Rush" - la Fiebre del Oro - en el siglo XIX. Paradójicamente, estas complicadas rutas las habían cartografiado misioneros y exploradores españoles, a los que siempre menospreciaron o censuraron la mayoría de los historiadores norte-europeos. Éstos historiadores, sin embargo, nunca cuestionaron con tanta dureza la avaricia y los dislates de sus propios compatriotas ni, por supuesto, reconocieron el valor y el legado de los pioneros que les allanaron el camino durante muchos años. Quienes sientan curiosidad acerca de la parcialidad de esa versión negra y apolillada del cine y de los "enciclopedistas", pueden indagar un poco sobre las más de treinta Universidades que ya se habían fundado en América por esas fechas o a la codificación de las más de 600 lenguas indígenas por parte de los españoles. Ello, junto con la prolija red de carreteras y pueblos, contrasta con la imagen de exploradores cerriles, avariciosos y sanguinarios que ha calado en el imaginario popular y que, tan eficazmente, han difundido los que vinieron después, a través de la literatura y el cine.
Mi Bronco, de nuevo, haciendo una pausa para refrescarse
El famoso Genoa Bar del que hablo en otros artículos sobre el esquí en California. La mismísima Sofía Loren, siguiendo la tradición, dejó colgado de un candelabro - y allí sigue inmenso y polvoriento - el sujetador que llevaba puesto ese día.
Snowshoe Thomson, una de las leyendas locales. Como cartero, su medio de locomoción en invierno eran los esquís. Recorría grandes distancias por toda la Sierra Nevada para cumplir con su deber, en unos tiempos en los que recibir un paquete o una carta tenía un valor extraordinario - a veces vital - que hoy hemos olvidado. La famosa y "fílmica" ruta del "Ponny Express" no sólo era recorrida en caballos y diligencias, sino también con esos artefactos que fueron un medio de supervivencia no hace tanto y que, hoy, nos proporcionan tantas satisfacciones en el esquí de ocio.
El Camino Real, la legendaria Highway One del sistema federal de carreteras; la preciosa ruta que exploraron y construyeron los franciscanos y jesuitas españoles para conectar las Misiones a lo largo de la Costa Oeste de California y que, hoy, es el sueño de todo surfista. Numerosos historiadores norteamericanos contemporáneos coinciden en señalar la importancia de esta red de comunicaciones por la costa y hacia el interior para la actividad portuaria, las migraciones en masa desde el sur y el este, el desarrollo de California como potencia económica y el posterior esplendor cultural de la misma. Afortunadamente, para ellos no hay leyendas negras ni blancas sino más bien grises con sus matices realistas; luces y sombras, como en todas las historias.
El Camino Real nos va llevando hacia el sur por la Costa... Se nota el verano y la sal, y es hora de meter los pies en algo más confortable que las botas... Aquí camino del Big Sur, donde los hippies experimentaban con la revolución sexual, Henrry Miller escribía sus novelas lúbricas y escenario de tantas películas, series y spots de televisión a lo largo de mil históricos y pintorescos kilómetros a la vera del mar.
La perfectamente bien conservada Misión de Carmel (de San Carlos Borromeo del Carmelo, mi santo, juas), pueblo donde Clint Eastwood - en su transformación de tipo duro a artista brillante y sensible - ha sido por muchos años el Alcalde más aclamado. Hay 21 Misiones como ésta en California y una abundante arquitectura colonial que desmiente la imagen tópica de las casas de madera con jardín, en barrios cuadriculados, que solemos ver en las series de la tele.
En el puerto de Santa Cruz la playa nos recibe con esta potente ola tubera. Desde Tijuana a Vancouver hay dos mil kilómetros de olas como ésta, pero el área desde San Francisco a San Diego con todos sus lugares icónicos (Mavericks, Santa Cruz, Capitola, Malibú, Huntinton, La Joya. Mission Beach...) está especialmente bien comunicada por el mítico Camino Real y ofrece unas excelentes y variadas condiciones.
Los nombres de las calles y el de los propios pueblos de toda la Costa, nos recuerdan la voluntad de algunos sectores de la sociedad norteamericana por conservar sus primeros vínculos con la cultura occidental hace cuatro siglos: España. Nótese que estos barrios de la foto están construidos en los años 50, en pleno siglo XX. Quince millones de californianos hablan nuestra lengua y cincuenta y siete millones lo hacen en todo EEUU, dándose la circunstancia graciosa de que, en algún Estado, el castellano (español, como lo llaman allí) cuenta con protección constitucional mientras que el inglés no.
El surf tiene, probablemente, un origen simultáneo chileno y hawaiano, pero es en California donde ha adquirido su forma moderna y su difusión mundial. Respeto y amor por el entorno y el deporte son mensajes constantes en cualquier playa norteamericana. Aquí en "Pleasure Point", sugerente nombre para sumergirse en el agua, el elemento del que uno procede.
Refuerzo positivo y negativo combinados. "Comparte la carretera", dice cortésmente el primer cartel, "La ley se aplica estrictamente", dice la segunda señal. Educación y mano dura juntas. El civismo aquí es ejemplar.
Un Corvette del 57 que se usa a diario. Es alucinante el amor aquí por los coches clásicos y la cantidad de atomóviles antiguos, desde trastos a verdaderas joyas, que se ven circulando en perfectas condiciones y con la misma naturalidad que el primer día.
Seguimos nuestro camino por la Costa y nos acercamos a un pueblo llamado "Surf" donde, curiosamente, no encontramos olas, pero damos con este evocador tren de mercancías que va desde San Diego hasta Seattle, o sea, de la frontera con México a la de Canadá, recorriendo miles de millas por la que quizás sea una de las líneas de ferrocarril más pintorescas de América. El simple hecho de imaginarlo, me traslada a la infancia por unos minutos de ilusión que me sientan como una eternidad de bien.
En San Onofre ponemos de nuevo en remojo mi "Bruno Shapes" de (nada menos) diez pies. Obsérvese el tamaño de mi coche, el Ford Bornco del que hablaba antes, teniendo en cuenta que en esa época (2005) yo pesaba más de 90 kilos. La foto es de Svletana Dadenada, ahora en Suiza.
Morro Bay. Unos surfistas con la T2 restaurada que se aprecia en la foto me quitaron el sitio en el párking. En los restaurantes del puerto, colgados sobre el agua, se puede ver focas nadando mientras uno se come un pescado fresco o unas excelentes costillas. Morro Bay fue en ocasiones uno de los puertos del famoso Galeón de Manila; allí hay una inscripción que conmemora la llegada de los primeros filipinos a América pero, en realidad, se refiere a dos españoles disfrazados de fraile -Pedro de Unamuno y Martín Ignacio de Loyola- que arribaron allí en el siglo XVI cuando el Océano Pacífico era considerado "The Spanish Lake". Portolá, Cabrillo, Vizcaíno, Anza... tienen estatuas por todos lados sin que la mayoría sepa en realidad las hazañas más que fílmicas que llevaron a cabo.
El bonito puerto de Oceanside, donde no se puede dejar de comer unos calamares fritos. Más al sur está Camp Pendleton, la inmensa base naval tan grande como una ciudad que habremos visto en un sinfín de películas, Precisamente allí, cual actor secundario, me las tuve que ver con el negro agujero del calibre 45 de un oficial cabreado, en la garita de entrada, al confundirme hasta tres veces y colarme despistado, por la cara, dentro de la base militar, juas.
No son ratas, son ardillas marinas en el puerto de Oceanside. El águila calva es el animal nacional de los Estados Unidos, pero igual podría ser la ardilla, a tenor de la inmensa cantidad y la enorme variedad que hay por todos lados.
Mi cruiser
Es hora de volver hacia el interior y adentrarnos, de nuevo, en la naturaleza salvaje que rodea nuestra casa en Sierra Nevada. Aquí, decenas de variedades de pino, rojos, limber, ponderosa... castigados por los elementos implacables y sirviendo de cobijo a osos, lobos y pumas, que hacen las excursiones y los "picnic" de fin de semana "algo" menos relajados que en Europa.
Y ya, llegando a casa, las nieves prematuras del otoño han dejado todo cubierto. Hay que dejar al frío que entre en el cuerpo y aceptar la nueva sensación, haciendo que carne y espíritu se acomoden, mirando hacia adentro, en ese espacio menor que deja en uno el descenso de las temperaturas. Es hora de desempolvar esquís.
Y, finalmente, esta vista desde las ventanas del Main Lodge de Mammoth, tomada por Paula Castro. Los autobuses del colegio que traen a los chicos los días de entrenamiento. Aunque sea una foto anodina a mi me sugiere un montón de buenas emociones. Y es porque veo, ahí dentro de esos vehículos amarillos, a todos esos con los que comparto tan buenos momentos y a los que me encontraré un día en el futuro, en cualquier sitio, recordando lo que vivimos y sabiendo que, desde entonces, tenemos algo que nos une a toda la comunidad de la montaña.
Muy buen comienzo de la temporada a todos
¡Buenas huellas!
Carolo © 2011
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