Raras avis
Lo que ahora es normal, hace apenas 30 años era impensable y hace medio siglo, en la España de postguerra y posterior desarrollismo de la dictadura la gente que esquiábamos éramos aves raras, que despertábamos las miradas sorprendidas, cuando no irónicas de los trajeados paseantes de las ciudades que se cruzaban con nosotros en las tardes de los domingos invernales, nosotros con largos esquis a cuestas y calzando botas de esquiar, que entonces eran de cuero y no tan aparatosas como las actuales, y ellos paseando por los elegantes paseos de las ciudades (el Tontódromo se le llamaba al de Granada).
Y eso me hace intentar hacer una aproximación sociológica al perfil de esas raras avis que al atardecer de los domingos invernales, con raros atuendos y grandes zancas como las de las cigüeñas caían sobre las ciudades, quemados por el sol o mojadas todas las ropas por la feroz ventisca del día.
En España había entonces cuatro sitios principales donde esquiar: La Molina en Cataluña, Navacerrada en Madrid, Sierra Nevada en Granada y Pajares en Asturias. Era lo que se llamaban estaciones de invierno.
La más antigua en lo que a remontes se refiere era la estación de esquí de la Molina en Puigcerdad en la provincia de Girona.
Se notaba que en Cataluña había una auténtica burguesía que por entonces podía permitirse ciertos lujos como el esquí. Tanto a La Molina como al Puerto de Navacerrada podía accederse por ferrocarril, como ahora sucede en muchos sitios de Austria y algunos de Suiza y la gente, somnolienta en la mañana del domingo tomaba el tren para desplazarse a las pistas. Hijos de la burguesía textil e industrial catalana copaban las pistas, sin poderse encontrar “andaluces, extremeños o gallegos que practicasen ese deporte que en Andalucía llamaríamos de “señoritos”. Los llamados despectivamente “xarnegos” no cabían en las pistas ni en las residencias de los clubs de esqui catalanes.
En Navacerrada la gente que acudía a esquiar era gente más acomodada, gente del régimen que tenía un albergue juvenil “Franco” para fomentar el deporte y adoctrinar en el fascismo, la masturbación y el redoble del tambor a los jóvenes urbanitas de la capital de España.
En Granada íbamos a esquiar gente de la montaña, de esa montaña que se nos metía por la ventana y a la que algunos empezábamos a considerar de la familia. En Granada no había remontes, así que todo el esquí había que hacerlo subiendo lo bajado con los esquis a cuestas y a base de mucho esfuerzo físico. Para un granadino, poder usar un telesilla como el de la Bola del Mundo de Navacerrada o el de Costa Rasa en la Molina era algo así como el carro en el que el profeta Elías fue trasladado al cielo.
Por eso, el perfil de la gente que esquiaba era más abierto, más democrático. No había que pagar el forfait de los remontes, el autobús a las pistas era prácticamente gratis, y compartíamos las meriendas, ya os hablaré de eso.
Éramos raras avis, y sobre todo aves masculinas, porque las chicas no solían frecuentar las pistas, por lo que el esquí entonces, como el famoso coñac Fundador, era “cosa de hombres”....¡y de que hombres!
En sucesivas entregas os iré relatando los ambientes de dichas estaciones y mis impresiones sobre esas tres estaciones de invierno, así como de las demás circunstancias que rodeaban hace medio siglo la práctica de nuestro deporte favorito.