La psicología es la ciencia que estudia la interacción de las personas con su ambiente, tratando de explicar las semejanzas y las variaciones de esa interacción. La comprensión de la propia conducta, o las de los demás, no es tan simple como puede parecer, por lo que no se cuenta todavía con una única teoría general de la conducta. Sin psicología no hay un conocimiento total propio, puesto que somos un conglomerado de personalidad, afectividad, capacidades cognitivas, y conflictos psíquicos. Como adición a la comprensión del ‘qué’ hacemos al esquiar, también se añade el ‘por qué’ lo hacemos de una cierta forma en un determinado momento.
Según San Agustín, la fuente de la psicología está en uno mismo. Todos estamos, de una u otra forma, concernidos por ella. No resulta fácil centrarse en uno mismo como individuo aislado dado que también debemos incluir la comprensión de las demás personas que interactúan en el ámbito de una estación de esquí.
En esta serie de artículos intentaremos analizarnos como esquiadores en situación bajo tres variantes a saber: la cognitiva (cómo pensamos), la fisiológica (cómo sentimos), y la conductual (cómo actuamos). Por ejemplo, al enfrentar una situación amenazante de tener que descender por una pista exigente comenzamos a pensar en la posibilidad de perder el control de nuestro equilibrio o de nuestra velocidad (variante cognitiva) y, a partir de esto, nuestro nivel de ansiedad incrementa al sentir el aumento del ritmo respiratorio y cardíaco (variante fisiológica), lo cual nos impide actuar con normalidad (variante conductual).
Si bien podemos entender que esquiar se sustenta en la técnica y en la adaptación a las condiciones ambientales, como así lo entiende la mayoría, también se sostiene en nuestros estados de ánimo, en las emociones, en la personalidad, y en las posibilidades de acción que surgen a partir de estas características.
Nuestra conducta al esquiar se exterioriza por medio del movimiento en deslizamiento, siempre dentro del marco de nuestra propia personalidad. La motivación a actuar es la fuente del movimiento. Sin esta participación afectiva, esquiar se convierte en una mera repetición motriz, pero no somos sólo motricidad; somos sensibilidad y afectividad y cuanto más saludables estas sean, mejor será nuestra esquiada sensorial.
Nuestras motivaciones para esquiar se basan, esencialmente, en las emociones positivas como la alegría, la diversión, y, especialmente, en el hedonismo como deseo de placer. Otra estimulación es el escapismo: para muchos de nosotros, esquiar significa escaparnos de la realidad diaria, de ir en la búsqueda del autodescubrimiento, de alcanzar un buen estado de ánimo y olvidarnos de las preocupaciones diarias.
Esquiar es una actividad recreativa y deportiva en la que necesitamos contar con una capacidad óptima de adaptación debido a las numerosas variables (técnicas, físicas, tácticas, y psicoafectivas) que determinan la calidad de nuestro rendimiento. Si no hay equilibrio psicoafectivo, no hay buen rendimiento. Practicar el esquí promueve el bienestar psicofísico, siendo apreciado por su valor terapéutico, por lo tanto, es difícil encontrar un esquiador con alteraciones psicológicas considerables. Si bien esquiar nos produce beneficios placenteros, en algunos esquiadores y en ciertas situaciones, pueden aparecer reacciones desagradables que afectan la homeóstasis psicoafectiva.
En cada uno de nosotros subsisten dos esquiadas: la interior y la exterior. La exterior se desarrolla en el ambiente, en los obstáculos externos, en dominar la técnica; la interior ocurre en la mente. Lo más importante que deberíamos saber es que las acciones y situaciones externas son las manifestaciones físicas de las acciones y situaciones internas. Las imágenes mentales que consistentemente mantenemos en el subconsciente, buscarán manifestarse en nuestro mundo exterior. Si en un momento dado no estamos realizando el tipo de esquiada que siempre deseamos, podemos crear una nueva realidad cambiando la fuente de información con la cual alimentamos nuestra mente. Lo que hacemos con nuestro cuerpo afecta nuestra mente, y lo que hacemos con nuestra mente afecta nuestro cuerpo, por lo tanto, esquiar requiere saber controlar ambos.
Los términos que utilizaremos frecuentemente son situación y conflicto. La situación se refiere a contextos, escenarios, circunstancias, o realidades externas tales como enfrentarnos a una pista no familiar, a una inclinación excesiva, a un fuera de pista con peligro de avalanchas, al exceso de velocidad, a un área congestionada, a una condición climática abrumadora, a una caída traumática, a un accidente, choque, o colisión contra alguien o algo. Como ser-en-situación, exteriorizamos nuestra conducta frente al ambiente, es decir, un modo de situarnos en el contexto de la montaña.
El conflicto describe las disposiciones personales que experimentamos y que nos afectan positiva o negativamente en nuestra relación con el ambiente. Estos estados, generadores de conflictos psicoafectivos, pueden ser la percepción atemorizante de una situación, la incertidumbre de si contamos o no con un suficiente nivel de autocontrol, la frustración generada por el fracaso de un aprendizaje, la ansiedad frente a las decisiones o frente a las incertidumbres.
Otro término muy utilizado será el de tendencia, referido al conjunto de disposiciones presentes activadas por los estímulos del entorno, los cuales generan respuestas; entonces, podemos decir que nuestra conducta al esquiar trata sobre estímulos-tendencias-respuestas. Como poseemos tendencias internas (rasgos de personalidad, actitudes y valores, principios morales, autoestima) que determinan nuestra conducta, consideramos que existe un sistema tendencial a actuar en base a determinados motivos, los cuales pueden ser internos, debidos a incentivos que componen nuestro propio sistema; o externos correspondientes a estímulos del entorno que lo activan.
En la próxima oportunidad, revisaremos los distintos tipos de personalidad y como estos afectan nuestra propia forma de esquiar.
¡Hasta la próxima!