Hay momentos en la vida en que Dios te guiña un ojo, y aunque no lo veas, lo sientes. A mí, me hizo un guiño enorme hace seis años, en una noche triste de marzo en la que aún debía haber nieve en los altos, pero yo no lo sabía, pues entonces esquiar seguía siendo otro sueño.
Aquella noche puso delante de mí una pequeñísima ventana, y el que entonces era naufrago arrojó por aquella pequeña rendija otro mensaje en una botella (no, no sonaba The Police, solo oía el silencio lánguido de la noche). Y el mar (que no llevaba agua sino bits, qué poco romántico…) tardó mucho en llevar la botella a su destino, tanto que el naufrago prefirió olvidar aquella rendija y aquel guiño… ¡craso error!, Dios no actúa con el cronómetro en la mano, y nuestras almas parecen agónicos esprinters.
Y un día, al cabo de los meses, el mar me devolvió señales… y dentro de poco hará seis años que vi cómo aquel guiño se convirtió en la sonrisa más luminosa que a ningún naufrago le ha recibido cuando al fin llega a puerto. Aquella noche fría de diciembre, también debía haber nieve en los altos, pero yo no lo sabía, pues entonces esquiar seguía siendo el mismo sueño.
Pasó el tiempo, y aquello se convirtió en un eslalon interminable de emociones, una montaña rusa apasionante. Y un día, el sueño empezó a teñirse de blanco... por que había nieve en los altos, y yo no lo sabía... pero me lo dijeron. Nunca nadie fue tan feliz por que le llevaran a pisar la nieve… ni siquiera hoy, cuando compartimos la espera de nuestro maná durante meses, soy tan feliz al pisar el manto añorado como lo fui aquella mañana. Toqué el cielo con las manos, creí ver algún angelito por allí paseando… Hoy en día, miramos con indiferencia a esa pista forestal que en Valdezcaray pintan como pista verde “El Camino” para sumar un kilometrito más. Yo siempre suspiro, recordando aquel beso que no llegué a dar. Reíros vosotros de las películas de Jolivú, aquello sí que fue una escena inolvidable donde el espectador se quedaba embobado en la butaca.
La vida no ha sido fácil en seis años, pero eso no importa ahora. Pues ha habido momentos inolvidables de magia que compensan todo. Desde
aquellos inolvidables días en Formigal y Jaca, cumpliendo un viejo anhelo, hasta ese paseo por su amada Ermita de Allende, allí donde una helada y húmeda noche de febrero me había plantado -armado de papel y pluma- para escribir una carta, entumecido en aquel banco de piedra en el que el camino de acceso tenía un recodo, a la luz amarillenta de una solitaria luminaria. También debía haber nieve en lo alto, pero aunque yo no lo sabía, el gélido viento que bajaba de las montañas me hacía intuir que algo había.
Nunca como en estos años, he oído hablar con más entusiasmo y ternura de Ezcaray, del viejo Ezcaray ahora demasiado masificado a veces. Con los ojos bien abiertos me hablaba de Allende, de la Picota (ay, aquella noche viendo estrellas en la Picotilla), del rumor del Oja y sus puentes, de la panadería, de la Iglesia fortificada, de esos paseos que el valle regala a quien quiera conocerlos. Y de aquellos días de infantil felicidad, inmune ante todo y ante todos, en la vieja y desaparecida guardería del club social de Valdezcaray, aquellas primeras armas veladas por las empinadas cuestas de la estación, entonces agreste y sin que los bulldozers hubieran abierto sus heridas.
Y aún tuve la inmensa fortuna y dicha de poder regalarla dos inolvidables días de esquí, solo dos días en estos seis años, en que montañas de papeles y el Código Civil la han separado de su mundo, de esas cosas que para todos nosotros son tan normales y a la vez tan imprescindibles que no nos imaginamos nuestra vida sin ellas: vacaciones, fines de semana, tardes libres, un sueldo a fin de mes, puentes, un coche, un cine, una noche de juerga o un día de esquí.
Daba igual que aún fuera con sus Elan rectos como dos lápices gigantescos, o con ese precioso y retro jersey de Le Coq que tan bien le sienta… todavía recuerdo aquellos ojos tan luminosos y bien abiertos, aprehendiendo aquellas vistas y aquellos recuerdos, sabiendo que no sería fácil volver a repetir la escapada. Y aún desde donde esto escribo, levanto la vista y miro esa foto en que se la ve tan feliz, en la salida del remonte de Campos Blancos, con los Pancrudos nevados al fondo. Para vosotros, contemplar esa vista es algo bonito y especial, quedarse unos segundos allí contemplando el paisaje es casi una tradición en Valdezcaray. Para mí es aún más especial.
Y aunque no lo parezca, este pequeño rincón de Valdezcaray, este foro donde encontrarnos, también es especial para mí, por que fue ella la que me enseñó a querer ese valle, la que me hacía subir a la cima del San Lorenzo cuando ella estaba allí abajo en el valle, escondida bajo un velo de nubes y convertida en mi Julieta prohibida, la que ahora en el exilio me sigue animando a entusiasmarme con la nieve, a disfrutar de esos paisajes, de esas bajadas, de esas sensaciones de libertad que sólo la montaña nos puede ofrecer. Yo creo que, en el fondo, lo hace también para que a través de mí le llegue un pequeño trocito de esos momentos, que añora tanto.
Y hoy, que escribo estas líneas con los dedos del corazón, también debe haber nieve en los altos… pero esta vez sí lo sé. Ahora ya no sueño con esquiar, sino con esquiar con mi sueño.
A zermatt, mi sueño y mi música
Editado 1 vez/veces. Última edición el 07/12/2006 01:37 por caballero.
