Enviado: 22-09-2006 02:10
Bueno, al final he logrado “transformar” en texto lo que había escaneado, pero dándole a los botones del propio programa del escáner se podía hacer,¡¡aunque me hubiese llevado menos tiempo escribirlo directamente¡¡¡¡La próxima tardaré menos¡¡¡
Aunque queda un poco largo he decidido poner casi todo lo que salía en el capitulo sobre pendientes extremas y el “impulso corto”, y por supuesto, el famoso “limpiaparabrisas”; además, asi se entiende mejor toda la explicación.
Contento estará Lito Tejada-Flores de la publicidad que le hacemos de un libro de hace casi 20 años, y alucinará cuando reciba los royalties de autor desde España en el 2006, si alguno acaba comprándolo (si lo encuentra).Deciros también que no debe ser difícil verlo en Bibliotecas Publicas, pues si lo he visto en Pública de Gijón, que es muy cutre y deprimente ¡puede estar en cualquier sitio¡
Saludos
Fuente:”Esqui fuera de pista”, Tejada-Flores, Lito.
Barcelona, 1989. Ed.Martinez-Roca .Pág. 156 a 164.
Las pendientes y las superpendientes
“El control de las pendientes escarpadas es un arte, pero no un misterio. Los elementos clásicos del esquí paralelo avanzado, combinados en una secuencia rítmica de virajes cortos y encadenados, conocida con el nombre de «impulso corto», son suficientes. Sin embargo, antes de entrar en los detalles de tales virajes, vamos a considerar otra cuestión:
¿Cuándo se considera como escarpada una pendiente?
Para el esquiador, la noción de escarpado o abrupto es tanto psicológica como geométrica. Cuando miras desde arriba una pendiente que desconoces, respirando hondo a causa del temor que te inspira y pensando si lograrás ejecutar alguna vez tu primer viraje sobre ella, la ves escarpadísima. Lo curioso es que prácticamente todos los esquiadores—aun aquellos que son alpinistas expertos y debieran conocerlas mejor— tienden a sobreestimar lo escarpado de las pendientes que les impresionan. Naturalmente, vista desde arriba, toda pendiente, esté o no cubierta de nieve, parece más abrupta que su verdadera medida en grados, y los esquiadores suelen verlas primero desde arriba y así las recuerdan. Se considera que una pendiente fácil para principiantes ha de tener una inclinación de alrededor de 10°, que las pendientes de 10° a 20° constituyen el término medio para las carreras normales, mientras que las pendientes situadas entre los 20º y los 30º son del dominio exclusivo de los esquiadores avanzados, es decir, tienen ya un desnivel muy respetable. Las pendientes de 30º a 40º son realmente escarpadas y resultan aterradoras para la mayoría de los esquiadores. Sólo los muy expertos atreven a esquiar en ellas. Sé que es difícil de creer, pero todo esquiador que sale de una pendiente abrupta está dispuesto a jurar que era por lo menos de 45°, cuando no sucede así en absoluto. Digamos como ejemplo que la pendiente más fuerte de California entre las provistas de remontes es sin duda la famosa «Chute 75» del Squaw Valley, llamada así porque la cima de esta impresionante vertiente presenta un desnivel del 75 por loo (no de 75 grados). Ahora bien, da la casualidad de que, según este último método de medición, el 100 por 100 equivale sólo a 45° y que la parte más abrupta del célebre recorrido no sobrepasa los 37°.
Fuera de pista, se pueden encontrar —y esquiar en ellas— pendientes y vertientes muy superiores a las de las áreas señalizadas Hasta un cierto grado, resultan exultantes; más allá de ello a la mayoría de los esquiadores les causan verdadero terror. Una gran aventura, que ha dado nacimiento a una rama casi separada de nuestro deporte, el esquí extremo. En los círculos alpinos, ha aparecido una forma singular de competición, el «primer descenso» sobre esquíes de caras y pasillos que hasta ahora se habían considerado exclusivamente como el dominio de los escaladores sobre hielo. En este mundo de grandes desniveles, el esquí fuera de pista se combina con el montañismo y, para lograr ciertas proezas, las cualidades del escalador son tan importantes como las propias del esquiador. Para mí, todo lo que sobrepase los 45°, incluso los 40°, es una superpendiente, un lugar en el que no te gustaría verte, a no ser que las condiciones fueran perfectas y poseyeras una técnica a toda prueba. Los maestros del esquí extremo han logrado bajar por pendientes superiores a los 50° y tengo entendido que incluso se han realizado, en raras ocasiones, descensos en esquí por pendientes de 60°, pero he de decir que ese límite del espectro está muy por encima de nuestras aspiraciones. Así que volvamos a la base y tratemos de superar la gran variedad de pendientes que se nos ofrecen, ya de por sí lo bastante abruptas y pavorosas, y veamos cuál es el problema que nos plantean.
Dejando aparte el cosquilleo en el estómago, el principal problema del esquí en terreno escarpado reside en la súbita y espectacular aceleración que se experimenta cada vez que se apuntan los esquíes hacia el valle y el apremio consiguiente de tiempo para completar el viraje y recuperar el control de las cosas, lo que exige un comienzo rápido en cada viraje, volviendo muy deprisa los esquíes hacia la línea de caída, y un final igualmente veloz y potente, devolviendo los esquíes a la horizontal antes de que adquieran demasiada velocidad. Hablamos de virajes, ya que, como hemos visto, encadenarlos supone el medio más rápido de perder altura y seguir conservando el control. Más aún, una gran proporción del terreno abrupto consiste en vertientes, hondonadas y pasillos más bien estrechos, llenos de rocas y otras incomodidades que eliminan toda posibilidad de hacer largos trayectos de descenso. Por lo tanto, el terreno abrupto exige no sólo virajes muy rápidos, sino también virajes cortos encadenados continuamente en la línea de caída, es decir, el impulso corto.
El impulso corto
Recurriremos a distintos enfoques para exponer el impulso corto. En primer lugar, en la nieve dura (ya sea pisada, asentada en invierno o granulada en primavera), procura simplemente acortar el radió de tus virajes paralelos encadenados. Intensifica la anticipación, manteniendo siempre las caderas y el torso dirigidos hacia la parte de abajo de la línea de caída. Esquía en una postura más baja de lo normal, con las piernas más flexionadas, y conduce las rodillas más vigorosamente al terminar cada viraje. Un remate más brusco, más dinámico, producirá una sensación de reacción, de rebote, al relajarse la presión de conducción al final de cada viraje, dejando los esquíes como sueltos detrás de ti al penetrar en el siguiente. Por último, para acortar y estrechar el radio de tus virajes paralelos encadenados, estrecha la acción del brazo y el bastón. Planta los bastones de manera rítmica, a fin de cronometrar el tiempo de tus virajes, del mismo modo que se hace en música con un metrónomo. Cuando tus esquíes hayan alcanzado la línea de caída, mucho antes de que el viraje que estás ejecutando haya terminado, la nueva mano y el nuevo bastón exteriores han de estar bien adelantados, extendidos hacia la parte de abajo de la pendiente, preparados para lanzar el nuevo viraje.
Pero además de la evolución progresiva hacia virajes encadenados más cortos, necesitas una nueva habilidad, un asentamiento fuerte de los cantos, es decir, un súbito incremento del canteo cuando termina verdaderamente el viraje. Asentar bien los cantos en la superficie de la nieve no sólo fuerza a los esquíes a una detención momentánea casi completa, sino que suscita de repente en las piernas y los esquíes una tensión suficiente para acentuar la tendencia al rebote que has experimentado ya entre los virajes. Los esquíes (y en cierta medida el esquiador) tienden a dispararse hacia arriba, apartándose de la nieve y provocando un aligeramiento del peso explosivo y total, que facilita enormemente el giro rápido al comienzo de un viraje.
La sencilla secuencia siguiente te ayudará a conseguir un asentamiento fuerte de los cantos. En primer lugar, sitúate en posición de diagonal con respecto a la pendiente, flexiona ambas rodillas y dispáralas rápidamente hacia la montaña. Naturalmente, esto hará que los esquíes se canteen, pero lo más importante es la velocidad con que se impulsan las rodillas. La potencia del asentamiento de los cantos y el grado de rebote que produce son el resultado directo de la velocidad, no de la fuerza con que cantees los esquíes. Ahora, deslízate verticalmente un corto trecho y detén el deslizamiento mediante el mismo movimiento súbito de las rodillas. Practica esto unas cuantas veces más, en una pendiente bastante inclinada, con nieve dura y, cuando te pares de repente, sincroniza el empuje de las rodillas con un plantado sólido del bastón de la montaña, que sostendrá la parte superior de tu cuerpo, ya anticipada. Cuanto más lejos, mejor. A continuación, en lugar de limitarte a deslizarte, haz un previraje (tu viejo amigo) corto y agudo, asienta los cantos al final del mismo y rebota hasta la diagonal original. Al principio, lo normal es que no obtengas mucho rebote. Simplemente, darás un activo salto y sentirás que los esquíes giran para regresar a la línea de trayectoria. Con un poco de práctica y un asentamiento de los cantos progresivamente más acentuado y más rápido, tendrás la impresión de que este pequeño salto se produce por sí mismo... y comprenderás lo que quiero decir cuando hablo de rebote.
Y ahora, claro está, ha llegado el momento de integrar el asentamiento de los cantos en tus virajes cortos. Tus primeros esfuerzos darán también escasos resultados. Persevera. La cuestión está en incluir la velocidad y una activa acción muscular hacia arriba en la reacción de salir despedido de la nieve, consecuencia del súbito asentamiento de los cantos. Una tarde de práctica en una pendiente corta y empinada, con nieve moderadamente dura, te proporcionará una idea bastante buena de lo que estoy describiendo.
A partir de ese momento, sólo es cuestión de buscar pendientes escarpadas para esquiar, situaciones en que la práctica del esquí se confunde con el esquí «de verdad». La perfección a través de la crisis... Pero por favor, no te lances armado tan sólo con estas cuantas páginas de consejos discutibles y ataques la vertiente más abrupta que te sea posible encontrar. Prepara antes tu camino, esquiando en desniveles cada vez mayores, a medida que te vayas sintiendo más cómodo en ellos y haciendo más cerrado tu impulso corto.
Me he referido ya al esquí sobre una superficie dura, pero no he insistido lo suficiente. En el hielo, no te será posible asentar los cantos lo bastante para detener el deslizamiento latera! al final de un viraje. Por lo tanto, busca nieve de primavera, que se ablanda al cabo de unas horas de estar sometida al sol, o pendientes escarpadas, lisas, de polvo azotado por el viento. (Pasado un cierto ángulo, el polvo no sujetará los esquíes o rodará dejándote sobre la capa dura de debajo.) Cuando dudes de si te será posible clavar o no los cantos en él, deslízate lateralmente hasta un asentamiento de los cantos antes de meterte en la pendiente. Por último, cuando tu confianza (y tu competencia) en terreno abrupto aumente, te sentirás quizá preparado para enfrentarte a esas pendientes ultraescarpadas y esas vertientes estrechas a las que llamo «superpendientes». Y para tal clase de esquí extremo, probable- mente necesitarás algunos ajustes sutiles, o refinamientos, de tu impulso corto básico.
El impulso corto extremo
Considera el esquí en las superpendientes como una serie de giros de 1800 ligados (los esquíes giran rápidamente desde una posición horizontal a la opuesta). Cada viraje da como resultado un corto patinazo o deslizamiento latera!, cortado por un asentamiento de los cantos que proporciona el rebote o impulso para el giro siguiente. Casi no se da velocidad hacia adelante, y la velocidad del esquiador hacia abajo queda controlada por el deslizamiento lateral y el fuerte asentamiento de los cantos, que casi le obliga, momentáneamente, a una detención.
Toda la secuencia, incluido el primordial primer viraje, se desarrolla del mismo modo. En lugar de ejecutar el previraje clásico (al que con tanta frecuencia has recurrido para lanzar el primer viraje de una serie), limítate a deslizarte lateralmente hasta el primer viraje. Adopta una posición de «hiperanticipación», con el cuerpo orientado por completo hacia abajo en la línea de caída, conduciendo hacia afuera con el esquí del valle, el bastón del valle bien extendido debajo de la bota del valle. Luego, deslízate latera! y verticalmente unos cuantos metros, hasta conseguir un fuerte asentamiento de los cantos. (Debido al desnivel, la pierna de arriba estará mucho más flexionada que la pierna de abajo, que soporta la mayor parte del peso y que, por consiguiente, proporciona la mayoría de la fuerza para el asentamiento de los cantos.) Inmediatamente, a fin de aprovechar cualquier rebote que hayas conseguido, salta hacia arriba, sosteniéndote con un sólido plantado del bastón del valle. A continuación, gira rápidamente ambos esquíes en el aire, lo más lejos posible de la línea de caída (con frecuencia casi 180º). Para lograrlo, has de mantener las piernas flexionadas al saltar, levantando, los tacones de las botas, de manera que la parte posterior de los esquís se alcen paralelas a la pendiente y, en consecuencia, no se adhieran. En efecto, has de permanecer en una posición semisentada, mientras te concentras en hacer girar las espátulas de los esquíes. Naturalmente, la fase siguiente de este viraje consiste en el aterrizaje, que debe ser flexible y relajado, cargando la mayor parte del peso sobre el nuevo esquí del valle al iniciar rápidamente un nuevo deslizamiento latera!. En este momento del viraje, te conviene apoyar el peso en los talones de las botas (y por lo tanto, en las colas de los esquíes) para seguir avanzando verticalmente hacia abajo. Cualquier presión hacia adelante sobre las eminencias metatarsianas, es decir, en la parte delantera del pie, antes de los dedos, no sólo te imprimiría una velocidad indeseable, sino que podría conducirte a una proximidad, no menos indeseable, de los laterales
rocosos de un pasillo estrecho. El viraje termina lo mismo que empezó:
completas la fase de conducción mientras se deslizan los esquíes, devolviéndolos ambos rápidamente a la horizontal y, tan pronto como te es posible, detienes el derrapaje con otro fuerte asentamiento de los cantos.
Durante todo el viraje —en realidad, durante todo el descenso—, conserva la posición totalmente anticipada de la parte superior del cuerpo, que garantiza la máxima potencia de giro y deja una masa mínima (sólo las piernas y los esquíes) para virar de lado a lado.
Lo que acabo de describir es un viraje más o menos desesperado para pendientes más o menos fastidiosamente escarpadas, el máximo que, en mi opinión, puedes afrontar. Se suprime la fase media del viraje, y el fuerte giro inicial se efectúa rápidamente en el aire. Algunos llaman a estos virajes los «limpiaparabrisas», debido al rápido vaivén los esquíes de una posición horizontal a otra.
En los últimos años, ciertos esquiadores extremos, como Jean Marc Boivin y Patrick Vallençant, han ideado una variación extraordinariamente eficaz del viraje de limpiaparabrisas, destinada a girar en pendientes de más de 50º (no más o menos desesperadas, sino francamente desesperadas). En tales pendientes, las piernas superior e inferior del esquiador se apartan tanto que resulta casi imposible obtener menor rebote utilizable del esquí inferior. Por consiguiente, se trata en esencia de un viraje saltado, hecho a partir del esquí de la montaña. Solo el comienzo es diferente En una posición totalmente anticipada, el esquiador traslada todo su peso al esquí de la montaña e impulsa el esquí inferior tan alto como le es posible, antes de saltar con el esquí de la montaña y ejecutar, con la rapidez de un relámpago, un giro de 180º en el aire. El motivo de levantar el esquí del valle antes de saltar y girar es doble: el esquí de la montaña o exterior puede girar entonces sin peligro de chocar contra su compañero; además, el impulso total hacia arriba resulta más largo y más potente, dando al esquiador una fracción mayor de tiempo y espacio para completar el giro. Los esquiadores que utilizan este viraje presentan al comienzo una apariencia extraña, de cigüeña, como si tuvieran una sola pierna. Es fatigoso, casi extenuante, pero funciona, lo más que se puede pedir. En Europa, se oye hablar de esta técnica calificándola de «viraje de salto pedaleado». En realidad, se trata menos de una técnica aislada que de una variación del impulso corto extremo, en que cada viraje se inicia desde el esquí de la montaña.
Ahora bien, no tienes por qué recurrir a estas técnicas extremadas en todas las pendientes abruptas. Si el desnivel es un poco menos o si te sientes un poco más seguro, reduce la amplitud de tu salto con rebote, haz girar los esquís sólo hasta la línea de caída, mantenlos sobre la nieve durante una parte mayor del viraje y condúcelos con un apalancamiento de las rodillas flexionadas. En resumen, suaviza un poco las cosas. Cuando ejecutes el viraje sobre terreno escarpado, haz girar rápidamente los esquíes en la línea de caída y, con la misma rapidez y un final potente, devuelve los esquíes a la horizontal antes de adquirir una velocidad excesiva. Hablamos de los virajes porque, como ya hemos dicho, los virajes ligados son el medio más rápido de perder altitud y mantener el control. Más aún, el terreno escarpado se encuentra en gran parte en vertientes, hondonadas y pasillos más bien estrechos, llenos de rocas y otros inconvenientes, que eliminan toda posibilidad de largas trayectorias descendentes. Así que el terreno escarpado no sólo exige virajes muy rápidos, sino virajes cortos, encadenados continuamente a lo largo de la línea de caída, es decir, el impulso corto.
Unas cuantas precauciones harán tus momentos en terreno escarpado y superescarpado más fáciles y seguros. No hay que decir que no deseas caerte en las pendientes de gran declive. La mayoría de las caídas en tales situaciones se deben a que el esquiador se echa hacia atrás y conduce hacia la pendiente, en lugar de hacerlo hacia el vacío. Tal vez sea una reacción nerviosa natural, pero puedes evitarla fácilmente intensificando tu anticipación y lanzando el bastón del valle lo más lejos posible hacia abajo.”
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