Enviado: 15-02-2005 15:20
Ties razón Mario, se pasan 'mishone de palo', tanto puertas como ejercicios de pasillos, conos y toda la pesca (entorno "cerrado" lo llamanos, y el esquí libre, pues entrono abierto, claro, je, je) y, por supesto, la táctica (tan importante como cuaquier otro elemento del rendimiento) se entrena tanto en seco como en el tajo (o sea, que tenemos taco de sesiones de video y de clases teóricas, con pizarra y todo, of course)... en el entrenamiento para competición nada sustituye a la práctica más cercana a la propia competición, o sea, que nada como la simulación de la carrera (pasar palos-puertas con el crono) o las propias carreras....
Pero a lo que voy es que la técnica de base que se trabaja en competición es la misma (o debería de serlo, je, je) que la del esquí de turismo (cosa que no todo el mundo sabe) aunque se vea bajo de puntos de vista distintos (para mi, como tú sabes, desde siempre, el punto de vista del entrenador me ha parecido más completo que el del profesor, aunque depende del caso, claro....) En fin, a las buenas huellas, je, je
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Enviado: 21-02-2005 20:07
Je, je, ayer hicimos un Descenso Chino. El día comenzó nublado pero con medio metro de nieve en polvo. A las doce estaba todo trillado menos Eagle Bowl, un fuera de pista que puede compararse a la Trucha, en Sierra Nevada, para que os hagáis una idea.
Aquí se es muy respetuoso con los fuera de pista cerrados pues, puedes ir a la cárcel por pasarte una cuerda (en este lugar, con los temas de seguridad, ya se sabe) así que todo el mundo estaba esperando en el collado de Eagle a que el pistero quitase la cuerdecilla roja y diera la señal... Maaadre mía, conté hasta setenta y seis personas, así que me fui esquiando The Wall (un enorme circo de 40º de media y 300 metros de desnivel) hasta la base, con nieve trillada pero aún por las rodillas, y volví a coger el telesilla nº 10, llamado Wagoon Wheel, que sube al punto más alto de la montaña.
Hasta dos subidas me hice y la gente seguía allí, esperando en el collado de Eagle Bowl, para que nadie les quitase su merecida línea limpia. El número de esquiadores aumentaba y yo, para mí, me decía que no, que de bajar por allí ni de coña, que aquello iba a ser una merienda de negros en cuanto el pistero moviese un músculo anunciando que se abría la pista.
Con todo no pude contenerme y, cuando pasaba a la altura del collado de nuevo, me paré a observar de nuevo la línea de mil colores de gorros, cascos, caras de malas pulgas y miradas de soslayo esperando a ser el primero en dejar una estela de nieve en polvo en aquella ladera todavía impoluta.
Mientras miraba, el pistero hizo un gesto, algo quizás imperceptible para los demás, pero que para mi, tantos años entre chaquetas rojas con la cruz blanca, me decía que se disponía a dar la señal tras desanudar la cuerdecilla roja que nos separaba a todos de esa inmaculada pala de casi 40º, ancha, enorme, virgen, que desaparece ante tu vista y se estrecha en innumerables canaletas justo cuando ya las fuerzas te faltan al final de la bajada.
Efectivamente, el pistero movió una mano hacia adelante y yo, que no pretendía bajar entre tanta gente dándome codazos, por puro instinto, ya me había puesto en marcha impulsado por una fuerza secreta que se disparó desde uno de mis pies. Un leve paso de patinador y, sin darme cuenta, estaba bajando, recto, un metro, y otro, y otro, hasta coger la suficiente velocidad que me permitiera girar en aquella nieve profunda hasta casi la cintura.
Ya dibujaba mi primer viraje y por el rabillo del ojo se recortaba una silueta amenazadora. Eso me decía la vista, porque el oído se sobrecogía entre una sinfonía de alaridos mezcla de excitación, agresividad y euforia que me alcanzaba apenas a unos centímetros de mi espalda. Al estruendo de los gritos se sumaba otra y otra silueta, y veía cómo me adelantaban decenas de esquiadores aparentemente enfurecidos. Maaaadre del amor hermoso. No había caído, allí arriba, unos segundos antes, esperaban más de ochenta personas en el collado y, ahora, todos bajábamos a la vez, casi a codazos, maricón el último, tratando de firmar el primero nuestra línea.
No se qué razones hacían a los demás tratar de adelantarse unos a otros, pero para mi era el miedo. No quería llegar a las canaletas del final con un tipo de noventa kilos disputándome el interior, ni tampoco quería frenar allí en medio, sin saber si justo detrás de mi vendría girando descontrolado un chaval a 60 por hora. Aceleré, claro ¡qué iba a hacer!
Creo que nunca había hecho giros tan largos en una pala tan empinada de nieve por la cintura, y créanme que mola. Mis Stocklis Stormrider son para eso un magnífico aliado, je, je. Y, bueno, no llegué el primero a mi canaleta preferida, lástima, pero al menos no llegué con nadie a mi lado. El tío del casco naranja que veía a mi altura cada vez que giraba a la derecha, pasó delante de mi completamente recto, el muy animal, por ese pasito estrecho, entre rocas, de apenas tres metros de ancho; así que no me molestó mucho para dejar en el tubo una magnífica huella...
Ya abajo, resoplando, con el cuerpo entero ardiendo, cuando volví la vista hacia arriba no quedaba un solo centímetro cuadrado sin trillar. Nadie bajando. Todos siguieron pista abajo gritando y aullando, hasta que el estruendo desapareció entre la distancia y el bosque.... Total, me dije, he salido de esta. Mi primer descenso chino sin comerlo ni beberlo.... la bajada mereció la pena, sí pero juro que eso de bajar ochenta a la vez a carajo sacao no vuelvo a intentarlo.
¡Buenas huellas!
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