¡¡¡¡Madre mia!!!..Dino, es que las mujeres somos muy seguras ¿eh? ¡Anda que la rubia! Ahí, buenas huellas y castigando al Palillero solitario y ella a lo suyo ¿no? Pues a ver que pasa en la segunda parte Seguimos esperando
El invierno se les había escapado sin cumplir sus propósitos.
Diseñaron vanos planes para encontrarse, pero las complicaciones surgían por doquier.
La nieve comenzaba a derretirse al ritmo de sus esperanzas. Los esquiadores se habían marchado.
Fuera ya de temporada, idearon un último intento. Había sido un excitante invierno de charlas casi a diario, y aunque no se habían visto jamás, se habían convertido en formidables amigos.
Ella fue a recogerlo al aereopuerto. El llegaba puntual, bello, feliz. Ella estaba, realmente, resplandeciente.
Recogieron los esquíes y se marcharon hacia el coche, donde esperaban plácidamente los de ella.
Comenzaron el ascenso hacia la Sierra. Pasaban ya las dos de la madrugada.
La luna lucía inmensa.
En vez de marcharse al hotel, decidieron subir la montaña. Aparcaron en un buen sito. La vista del paisaje desde allí se dislumbraba, maravilloso.
Chalaron animadamente de sus últimas experiencias, mientras Sabina iba quemando todo su repertorio.
Ella, cansada, dejó caer su cabeza en los brazos de él, que, inconscientemente, depositó con ternura un beso sobre su cabeza.
Nunca habían hablado de amor. Sólo eran buenos amigos. Pero sus labios, sus miradas y sus manos, se descubrieron entrelazados. Sus párpados se cerraron y sus sonrisas se entreabrieron.
Fue un largo beso, maravilloso, inesperado. El, acarició su espalda y ella, presionó su cuello con sus manos.
Le siguieron otros cálidos besos, cada vez más apasionados, y ella, moviéndose parsimoniosamente, fue a sentarse sobre él.
El ritmo de los movimientos de su cadera eran alucinantes: armoniosamente, alejándose acercándose. El , la asía por sus posaderas, y la atraía de forma segura, hacia sí.
Pronto se acompasaron sus movimientos. El, cada vez, la acercaba con más fuerza queriendo llegar a lo más recóndito de su ser. Ella, temblaba de pasión.
El, estiraba sus piernas y se arqueaba para que ella pudiera gozar más de todo su miembro, ella, le abrazaba fuertemente como si él fuese a escapar.
El se impulsó varias veces más rápidamente, y ambos descubrieron, simultáneamente, como se les avecinaba un dulce orgasmo. Se abrazaron y se besaron, y sus cálidos flujos se mezclaron.
Fue la mejor experiencia que habían disfrutado jamás. Quedaron extenuados, casi dormidos.
Los primeros rayos de sol empezaron a asomar detrás de la montaña. Y mucho después,
cuando tímidamente, los cálidos rayos empezaron a acariciar la ladera, todavía permanecían dormidos y abrazados.
El día comenzó a aclarar, y la nieve brillaba a la luz del sol.
Se sonrieron y decidieron aprovechar la nieve antes de que comenzara a fundir.
Se vistieron, calzaron sus botas y la anclaron sobre sus esquís; se pusieron sus guantes y bajaron sus gafas, y comenzaron a descender por la nieve virgen.
El bajaba gracilmente por el fuera pista. Ella le seguía. Ambos, con la misma intensidad, bajo el mismo ritmo.
Se sintieron de nuevo, un mismo cuerpo, un mismo alma y un mismo espíritu.
El giró y se paró. Y ella hizo lo mismo junto a él. Sintió la irrefrenable necesidad de cogerla entre sus brazos y volver a besarla.
Ella le respondió. Realmente besaba de maravilla. Entrelazaron sus manos, entregándose sus vidas para siempre, como la mano de Dios , insuflando la vida a la de Adan, en la Sixtina.
Ella había conocido a muchos hombres, pero con ninguno se había entendido como con él.
Ella se levantó temprano. Se embadurnó de aceites aromáticos y se vistió lista para matar: intentaba derochar seducción, y realmente, lo consiguió.
Las medias negras de encajes posadas sobre los firmes muslos, el tanga insinuante que se le marcaba bajo su corta falda, la camiseta ceñida y escotada, y los pechos tungentes e insinuantes.
Labios rojos pasión, sonrisa provocadora, tacón de aguja, el perfume de ella preferido por ambos y un halo de hormonas salvajes que provocaba, en todos, escalofríos y volver la cabeza, al verla, contoneándose, pasar.
Fue a buscarlo al trabajo. Abrió la puerta y allí estaba él, enfrascado en sus notas y en sus informes. La miró despistado por encima de las gafas.
¿qué hora es? ¿las 11? uhmmmm ¿qué haces aqui?
Ella se colocó en el sofalito que hay justo enfrente de él.
Abrió sus piernas y dejó entrever el tanga rojo que tanto le fascinaba. Sólo recordar los últimos acontencimientos vividos con ellas provocó en él una gran erección.
Cerró sus libros y ajustó sus gafas. ¿Nos vamos? Hacía una mañana expléndida para desperdiciarla en esa triste oficina.
El coche esperaba en la puerta totalmente equipado: los esquís, las maletas, las botas…
El la miró encantado: vaya sorpresita me has organizado…
¿Así que no vuelvo mañana a trabajar?
Se introdujeron en el coche y viajaron varias horas. De repente, la estación apareció a su vista: blanca, incólume.
Ya era un poco tarde para unas bajaditas. El cielo tenía esa luz anaranjada que precede a la caída de la noche. Ténues luces, blancas y amarillas, brillaban serpentelleantes cual luciérnagas.
Dejaron las maletas al mozo del hotel y se fueron a cenar. La música era embaucadora, la vista, alucinante, los vinos, deleitantes, y los manjares, exquisitos.
Levemente, él rozaba sus rodillas con los dedos de los pies debajo de la mesa. Entonces, ella, se deslizaba aún mas hacia el extremo de la silla, y le abría las piernas, para que él adivinara sus propósitos. El llegaba a alcanzar ahora sus firmes muslos. Ella suspiraba, sonreía, y se acercaba aún más, poniéndose a su disposición.
El, ya no sabía si seguir con la cena o dedicarse exclusivamente a ella. Se decidió pronto. Dejó el importe de la cena sobre la mesa y una buena propina, la cogió de la mano y se la llevó hacia el hotel.
Comenzó a lloviznar. Sobre los cristales de la ventana, las gotas jugueteaban divertidas, ofreciéndoles una bella sinfonía. Al poco tiempo cesó, la temperatura había bajado y había comenzado a nevar.
Pidieron una botella de Moet y unos bombones. El dejaba caer levemente el contenido de la copa sobre sus pechos. Lo seguía con su dedo hasta alcanzar sus tensos pezones, los alzaba levemente, hasta alcanzarlos con su lengua. Los lamía ávidamente y volvía a comenzar nuevamente con el Moet.
Ella hizo lo mismo con su pene. Lo lamía con pasión pero con suavidad.
Y finalmente se embriagaron de amor y de pasión, y así pasaron, muchas, muchas horas…
Al día siguiente ella se despertó primero. No le apetecía salir de la ducha, pero cerró el grifo con decisión y fue a despertarle. Les esperaba una inolvidable jornada de esquí.
El día amaneció soleado, sin viento. Los abetos todavía sostenían entre sus ramas la nieve caida la noche anterior.
Las pistas estaban alucinantes: la capilla de nieve polvo sobre la base helada permitía un deslizamiento rápido y placentero.
Los dos disfrutaron de una supuesta jornada laboral, en la nieve. Sin apenas gente, sin colas, sin ruidos, salvo el sonido de los esquís al deslizar.
Pero todo lo bueno se acaba, y al atardecer, abandonaron las pistas. Recogieron sus cosas y emprendieron el camino de regreso, relajados y felices.
Si no fuera por esos ratitos...
Ella había conocido a muchos hombres, pero a ninguno había amado tan apasionadamente como a él.
Hacía algún tiempo que chateaban. Les unía una pasión común: es esquí.
El era mas experto que ella. Pero él soñaba con poder acompañarla, con enseñarle, incluso con esperarla.
El no tenía una idea clara sobre las intenciones y la disponibilidad de ella. Sólo sabía una cosa: que la deseaba ardientemente. Deseaba estrecharla entre sus brazos, besarla, amarla, acariciarla...
Ella nunca le había parecido una mujer corriente: de carácter, segura, algo agresiva, enérgica; no se apabullaba ante nada ni ante nadie. Tenía sentido del humor y era cariñosa, o al menos, eso esperaba.
Aunque él se había propuesto pasar el invierno tranquilo, sin compañías femeninas que le atasen, había quedado desarmado ante esta mujer; y solo pensaba en poseerla.
En varias ocasiones él le había expuesto que la deseaba. E intentaba conocer los sentimientos de ella, pero ella no le había aclarado nada; <no te lo puedo asegurar. Ya veremos cuando nos conozcamos. La química, las reacciones entre las personas…>
Pero tenían claro que les unía cierto misterio, y cierto deseo por desvelarlo, porque, cada día, allí estaban, conectados de nuevo.
A veces, inventaban tórridas historias en la nieve. Uno comenzaba, el otro la continuaba, y así continuaban hasta que llegaban al desenlace final.
Otras veces, hablaban sobre las personas, sobre la vida, las pasiones, los deseos.
En opinión de ella, él conseguía hacer todo lo que le apetecía en la vida, y por eso, lo envidiaba.
A ella, a veces le apetecía escapar, perderse, pero estaba atrapada en una serie de circunstancias.
Por fin llegó el día en el que organizaron el esperado encuentro. Cada uno viajaría desde su ciudad y se encontrarían en una estación de esquí del Pirineo.
El, que ya había estado allí varias veces, se encargó de la organización. Ambos llegaron al atardecer. Decidieron compartir una cabaña en la montaña.
La primera noche fue algo extraña. Se sentían a gusto pero les faltaba confianza. Charlaron un rato, cenaron y luego se durmieron en sendas camas.
Por la mañana, les despertó la luz del sol al filtrarse entre las rendijas de las cortinas. Se vistieron y se fueron a esquiar.
Como él imaginó, se sentía a gusto deslizándose por las pistas junto a ella, a pesar de sus diferencias de nivel. El era casi perfecto, aunque ella no lo hacía mal. Bajaba por todas las pistas, por unas, con más decisión que por otras, pero siempre, con seguridad.
Y el hielo fue cediendo paso a la amistad; las palabras a los murmullos. Las distancias fueron acortándose, y sus cuerpos empezaron a conectar, a no evitar el roce, a conocerse en lugar de interpretarse.
Les encantaba charlar juntos en el telesilla. A veces, se miraban fijamente, intentando averiguar los pensamientos más profundos del otro. Aquellos que él decía, brotaba no de sus mentes, sino de sus almas.
Los telesillas se pararon. La estación fue cerrando y regresaron a la cabaña. El encendió la chimenea. A ella, le apetecía ir a nadar a la piscina climatizada del complejo. El la acompañó.
Nadaron y flotaron relajados. Ya había anochecido y las luces de las máquinas preparando las pistas para el día siguiente brillaban a lo lejos. Pasaron al jacuzzi. Los fuertes chorros de agua cálida masajeaban sus músculos. Cuando la gente se hubo marchado, se acercaron más íntimamente y sus manos se rozaron.
Poco a poco, la piscina se fue quedando desierta. Se marchó él último inquilino. Salieron del jacuzzi y se colocaron sus albornoces. El, que conocía al director del complejo, pidió allí mismo una cena. Los camareros trajeron el servicio de mesa, y como ya se habían apagado las luces de la piscina, les encendieron unas velas para que les iluminara.
Ellos seguían hablando, sonrientes, divertidos. De vez en cuando volvían a unirse sus manos, resultaba casi electrizante, y cuando fueron a compartir el postre, él se levantó, se sentó muy cerca de ella, se miraron fijamente y se besaron.
Estuvieron un largo rato acariciándose hasta que decidieron volver a la cabaña, que permanecía cálida.
Se tumbaron en la alfombra junto a la lumbre y siguieron besándose, acariciándose, conociéndose, poco a poco, sin prisas, sin pausas.
Fue una noche memorable. Inolvidable.
Al día siguiente volvieron a esquiar. Volvieron a disfrutar juntos, pero ya, no como él y ella, sino como "ellos", unidos en un mismo suspiro y en un mismo esfuerzo.
Y por la tarde llegó la hora de la despedida. El, que pocas veces temía nada, tenía miedo de no volver al verla.
Pero ella le sonrió tranquilizándolo. No volverían a separarse durante largos periodos de tiempo. Allí quedaban emplazados: para el mes siguiente, el año siguiente, y quien sabe, quizás algún día para la semana o el día siguiente.
Ella había conocido a muchos hombres, pero con ninguno había descubierto la profundidad de su alma como con él.
La chica se sentó a su lado, en una hamaca, para descansar un momento.
Se quitó las gafas de sol y dejó ver unos ojos claros serenos. "Ojos claros serenos, ya que al dulce mirar sois alabados" recordó el Palillero Solitario de sus lecturas del poeta medieval Juan de la Encina, pero no quiso decir nada, por temor a romper el mágico silencio del momento.
Al despojarse de su casco, una catarata de oro cayó sobres sus hombros, y pareció que el sol resplandecía aún más..
Pero al descorrer la chica la cremallera de su anorak pequeño y ajustado, aparecieron dos magníficos semi-hemiferios apenas cubiertos por una camiseta de lana de mohair que bajo las celosías de un sugerente encaje, dejaban traslucir el moreno de una aureola que para si la quisiera el astro rey.
Tambien pudo ver (¿tal vez intuir?) dos pequeñas yemas que bajo la tibia lana empezaban a despuntar como brotes primaverales en pleno invierno.
Tampoco era lo único que empezaba a desperezarse. Empezó a sentir una enorme presión de su "tercer bastón" que en plena erección pugnaba por romper la cremallera de sus pantalónes.
Su situación era incómoda, porque además de disimular su erección, tenía que disimular su incipiente "panza cervera" y mirar de reojo esas maravillosas montañas que emergían a la búsqueda del sol que más calienta.
Pidió una cerveza, entre otras cosas, porque tenía la boca seca. Le pregunto a ella que quería y le respondió que agua mineral.....
Mientras venía el camarero con la comanda, se dirigió a la bella esquiadora y le digo: con esas huellas de las gafas de máscara en la cara pareces una lechuza.
La chica le respondió: ¿No tienes algo mejor que decirme?
El Palillero Solitario se acordó de sus tiempos de bachiller cuando traducía la Ilíada de Homero y éste a una determinada diosa (¡ya no se acordaba de cual, habían pasado tantos años!) le llamaba "glaucopis" o sea ojos de lechuza, porque tenía unos bellos y grandes ojos....
Dió esta explicación a su compañera eventual y está no respondió nada, pero el Palillero creyó ver que le gustó la comparación.
Terminaron sus parcas consmiciones y el Palillero no quitaba la vista de esas maravillosas colinas que tenía al lado, que además de ser muy bellas y tersas, subían y bajaban al ritmo de la respiración de su propietaria...
Por cierto, todo esto con peligro de quedarse bizco de por vida, de tanto mirar de reojo....
El Palillero pretendía habilmente hacerle el padrón a la chica, quien era, de donde venía, etc. y sobre todo saber si estaba sola.
Había leido en el Foro Nevasport el problema de los esquiadores consortes, y aunque lo normal es que la parte femenina de la pareja esquiadora sea la que odie la nieve y/o se sacrifique en el cuidado de la descendencia, en esta caso, era obvio que o estaba sola, o esperaba que su pareja estuviese esperándola....
Una mujer sola, de esa belleza y tan buena esquiadora, suele estar emparejada o tener detrás a toda una legión de moscones.....
Nada dijo la bella esquiadora, aunque tampoco hizo gesto alguno para dejar de esquiar con el Palillero Solitario.
Al finalizar la tarde, y antes de cerrar los remontes, el palillero tenía dos cuestiones que resolver:
A) Quedar con la chica para la noche
Otra más inmediata: LLevársela a la happy hour.
Ya habíabn desvirgado todo lo desvirgable, y las pistas estaban imposibles de novatos en la operación retorno, más peligrosos que una piraña en un bidet...y además al Palillero le dolía la rodilla y tenía los pies destrozados por las botas.
¿Nos vamos a la happy hours? Le pregunto así como el que no quiere la cosa y pensando que la chica le iba a preguntar que era eso, dándole así la oportunidad de demostrarle que él era un hombre de mundo (sobre todo que tenía muchas pistas recorridas) y de lucirse ante la chica.
La chica esbozó una media sonrisa y dijo: ¡Bueno, tu delante, te sigo!
LLegaron a una cabaña llena de irlandeses borrachos y ingleses con la nariz roja, se quitaron los esquís, se sentaron en la terraza, y de mala gana salió un camarero apremiándoles para que pidieran lo que fuera y se largaran, pues el servicio pistas (en este caso de recoge borrachos) iba a aparecer de un momento a otro.
Tanteándose con disimulo la panza cervecera, el Palillero se pidió la "penultima cruzcampo" (la última creo que se la pedirá por vía intravenosa cuando esté en la UCI) pero quedó perplejo cuando su bella y abstemia acompañante se pidió un colosal "lumumba" (chocolate con coñac) .
¿No quedamos que tu no bebías? Yo no consumo alcohol en las horas de trabajo, respondió ella muy seria.
Se ponía el sol, el frío arreciaba y la nieve empezaba a ponerse rosa y luego violeta en esos colores incapaces de apresar en la paleta de los pintores, tal como como dijo el pintor Mariano Fortuny, catalán-granadino que terminó sus días en Venecia.
Se estaba muy bien. Intentó alguna aproximación a la chica y ésta no rehuyó el contacto, aunque no se quitó el casco, pero sí las gafas, alegando que hacía frío. Roces subrepticios y un intento de pasarle el brazo por el hombre que la chica no rehulló, pero que tampoco aceptó enloquecida.
Tenemos que irnos, dijo la chica, en lo que el Palillero interpreto como en una intención de cortar esa situación.
Se pusieron los esquis y empezaron a bajar por la pista.
Al pasar por delante del telecabina, que estaba a punto de cerrar, la chica vió una cabina vacía y dijo: ¿Nos bajamos en la cabina?
El Palillero, sorprendido le dijo: ¿estás cansada? Ella le miró con una cara cuya expresión el Palillero, en ese momento no supo interpretar, pero que a posteriori calificó como que quería decir: ¡que tonto eres!......
Esquiar no es sólo ponerse unos esquis y machacarse una pista. Es una forma de ver la vida, de disfrutar de la naturaleza, de relacionarse con los demás.
Al menos, eso es la forma en que yo lo entiendo....
El Palillero Solitario puedo ser yo y podeis ser vosotros. La chica esquiadora, cualquiera de nuestras inteligentes y guapas foreras...
Y las situaciones que describo están al alcance de tod@s.
Espero alegraros la ardiente espera del próximo invierno con relatos no menos ardientes, y quien sabe si a lo mejor para algun@ es un catálogo de intenciones!
Mejorad vuestrio nivel de esquí y llevad los ojos bien abiertos por las pistas, no ya para no dañar a nadie, sino quizá para encontrar a vuestro Palillero Solitario o a vuestra esquiadora soñada.
Eso es lo que os desea este viejo Dinosaurio.....
PS. Por cierto que también escribiré algo sobre encuentros entre principiantes y sobre no esquiadores en estaciones de invierno
Dejaron los esquís apoyados en los cristales y ella se quitó las gafas, los guantes y el casco, y al hacer esto último, su cascada de oro, que tanto excitaba al Palillero se desbordó sobre sus hombros.
Como no sabía qué hacer con el casco, y además quería aflojarse las botas, la chica se arrodilló.
En ese momento, el Palillero notó una presión en sus genitalaes y cómo tras una hábil y rápida manipulación, su tercer bastón saltó libre, para pasar a mejores manos (nunca mejor dicho).
Unas manos, expertas, que sabían lo que había que hacer.....
El Palillero había leído una situación parecida a esa en el Foro del Esquiador, en Nevasport.com, pero nunca pensó que eso fuera verdad y mucho menos que le iba a pasar precisamente a él.
Se ápoyó sobre las almohadillas del Al- Andalus (por otra parte siempre había pensado que estaban allí para eso) y asió fuertemente por su dorada cabellera a la esquiadora que lanzó un gemido pero que no le impidió seguir son su tarea.......
En ese momento, deseó que la "bendita incompetencia cetursina" originara una parada del medio mecánico (lo más frecuente en S. Nevada) pero no, para su desgracia la velocidad del chisme era endiablada, como endiablada era la mirada directa y pelín burlona de la esquiadora que se había introducido su pene en la boca.
Se dejó hacer, y cuando terminaron, la alzó y se fundieron en un fuerte beso, donde curiosamente el Palillero Solitario, tuvo la rara y placentera sensación de saborearse a sí mismo.
Como único comentario dijo: ¡Si esto es un francés, viva la vieja Europa!
No pudo decir más. Los últimos traqueteos de la cabina indicaban la llegada a la estación de salida y no era cosa de que el ceturso lo pillara subiéndose la cremallera.
En la Plaza de Andalucía, llena de gente, le dijo a la esquiadora: ¿te puedo invitar a cenar?
Ella respondió: como habrás podido comprobar, no soy abstemia de nada, aunque a simple vista lo parezca. ¡Donde y a qué hora!
Le dió la dirección de su apartamento en la zona alta de la Urbanización y maldijo mil veces a los responsables de la misma por no poder disponer de un medio de transporte.
El ya no estaba para andar con los esquis a cuestas, por esa calle de la amargura, cuando hacía unos minutos había estado en la Gloria.....
¡¡¡¡Ah!!! Me está dando miedo, este apartado del foro Tendré que llamar a Cint. ¿De verdad que estas cosas pasán? Que bonito,!!!! Dime Dino, despues de esto, cada vez que me monte en el Telecabina de S.Nevada, me voy a poner como una moto, pensando en estos relatos ¡Ahy!!! mi madre!, y si cojo una cabina que "vayamos dos" me temblaran las piernas. Pero tú sigue, Dino, que estamos en Fin de Semana y sin esquiar
Cuando llegó a su apartamento, derrengado, el Palillero Solitario se llenó la bañera de espuma, se preparó un Habana-Cola con ron de 7 años y empezó a pensar en cómo organizar la velada.
Gastronómicamente, S. Nevada es un desierto total. Mala calidad, precios abusivos y sobre todo, unas instalaciones y un servicio abominable.
Y luego, los lugares de copas, incómodos, sin clase, atiborrados de gente, sirviendo garrafón y atronándote con luces y músicas insoportables.Es lo que eufemísticamente se vende como ¡la marcha de Sierra Nevada!.
Quizá a la bella esquiadora le gustaría eso. La pizza, el Sticky,etc. pero el Palillero, a estas alturas no estaba dispuesto a sacrificarse ni siquiera por una mujer como esa.
Bueno, sí se iba a sacrificar, porque tenía que coger inmediatamente el coche y bajar a Granada, de compras.
Alcoholes varios, ya tenía el Habana añejo, la Bombay azul, el Remy Martin, la manzanilla fría (por cierto había comprobado que en S. Nevada la manzanilla abierta aguanta mucho más tiempo), pero encontró unas botellitas de chapagne Krug que le hicieron un agujero bastante bueno en la visa, pero ¡que diablos! una chica como esa (que había demostrado que no sólo bebía agua mineral) lo mismo sabía apreciarlo.
Se fué a la Pastelería López Mezquita, herederos de un escritor granadino, liberal, del mismo nombre y también del no menos liberal General Espartero, pero sobre todo famosos por su exquisita repostería y compró una pastela (al estilo árabe) de pichón y unos pastelillos increibles de hojaldre, de crema, etc.
Luego compró foi de oca, jabugo, etc. Ah. y una lata de cangrejo Chatcka, lo único ruso que ha seguido manteniendo la calidad tras la caída del Muro de Berlín.
Puntualmente, la chica llegó a la cita. El proceso de transformación de la amazona de las nieves, en gheisa, había sido perfecto. El escote daba más miedo que el Tajo del Veleta, y sus piernas más largas y empinadas que la Trucha eran auténticas pistas negras, diciéndo bájame, o mejor súbeme.
Se dieron las buenas noches y un casto beso de recibimiento. Él le preguntó que si querían podían salir a cenar fuera, pero que a esa hora, estaría todo lleno, etc.etc.
Bueno, respondió ella, tomemos una copa, no tengo mucha hambre.
Se sentaron en el sofá, o mejor dicho, se sentó ella y su corta minifalda negra dejó ver en el fondo como si de un pozo se tratara, el resplandor blanco de sus braguitas casí transparentes con una tonalidad oscuro-castaño que le hizo recordar la anécdota de aquel fotógrafo de Marilyn Monroe encima de la alcantarilla con la falda levantada que gritó entusiasmado: ¡Eh Marilyn, yo creía que toda tú eras rubia natural....!
Sirvió manzanilla fría con el jamon de Jabugo bien cortado con ese sabor grasiento y áspero que lo caracteriza y tambien se acordó de un amigo experto en jamones que decía que los jamones de la pata del cerdo del lado en que el cerdo se echaba a descansar, son mejores, porque acumulan más grasa.
Tenía que pensar en todas estas chorradas para que su vista no se dirigiera a le entrepierna de la esquiadora o se precipitase en el abismo de su escote....al menos no todavía.
Faltaba la música. No sólo no sabía nada de los gustos de la chica, como tampoco sabía otras cosas, incluso no sabía si le gustaría la música, pero como siempre (y por eso a menudo era acusado de machista) optó por lo que a él más le gustaba, independientemente de que en su apartamento había lo que había.
Lamentó haber entregado sus vinilos, en herencia anticipada a sus hijos, pero algo encontró.
Encontró el Local Hero de Knofler. Siempre había pensado que si fuera mujer, el punteo de su guitarra, duro,seco y emocionante, le hubiera provocado inmediatas reacciones clitoridianas...
No, mejor con Eric Clapton, cuya guitarra despierta seguramente los instintos maternales en las mujeres.Por lo menos, a él lo enternecía.....
O el Boss, Springtein, demasiado macho y capaz de enamorar sólo con su voz. ¡Feroz contrincante para esa noche...!
Pero optó por relajarse, de momento, a la vista de lo que ima ginaba que podía pasar, y tomó como siempre una decisión egoista:puso el Orfeo y Eurídice de Gluck, que aunque debe oirse medio emporrado para mejor efecto, era la música que quería oir cuando su cuerpo estuviese en el crematorio...Al fin y al cabo, Orfeo se salva del infierno, gracias a la música....
Empezaron a hablar de cosas intrascendentes y en un momento se tomaron de las manos. Se estaba bien.
Hablaron de paraisos blancos. De nieves remotas. De todo menos de sus cuotidianas y aburridas vidas, que a nadie, ni siquiera a ellos en ese momento interesaban....
Empezaron a besarse. Primero lentamente, luego furiosa y meticulosamente. Con conciencia de lo que hacían. No como un anticipo de lo que pudiera venir, sino por el mismo hecho de la unión de dos bocas y dos lenguas, tan lejanas, tan desconocidas.
Sus lenguas se enlazaban como las eses de las bajadas en la nieve polvo....
Fue en una tienda cuando, mientras compraba material de esquí coincidimos por primera vez. Su belleza me pareció tan inmensa, que mi atención desde ese momento solo existía con su contemplación. Las palabras de quienes me rodeaban parecían ecos lejanos. No me atreví a acercarme y me fui solo, andando por la calle de la Paz (odiosa palabra en aquel momento). Sentí una terrible tristeza que me aplastaba sobre el asfalto. La calle estaba desierta y había anochecido. A mi anterior entusiasmos tras aquella visión maravillosa, sustituía ahora la pérdida del deseo de vivir.
A partir de entonces, cada día aprovechaba los momentos de desánimo en pasar por las tienda y, desde fuera de esta, revivir la emoción que su observación me producía. Un fuerte deseo de posesión se apoderó de mi. A la vez que mi cuerpo vibraba, eran constantes los pinchazos en el hipocondrio izquierdo, las palpitaciones y la sequedad de boca, signos todos ellos reveladores del terrible miedo que me producía mi amor. Una vez mas lo deseado era también lo temido.
No podía seguir así, era necesario acercarme, aunque mis sentimientos me parecieran tan exagerados que pudiera llegar a pensar en echar a correr antes de hacerlo.
Al fin llegó el momento ansiado. Fue maravilloso. Muy pronto pude poner mis manos a su alrededor. Mis caricias expresaban tal ternura que era dificultoso pensar que pudiera separar mis dedos y dejar de hacerlo. La sensación que a través de estos llegaba a mi ser era indescriptible. Sin poder resistirme mis dedos empezaron a desabrochar para sin pausa acariciar sus zonas ocultas.¡¡ Tal era la excitación!! que de manera automática, y sin control de la voluntad, se produjo la penetración de modo apenas imperceptible, ahogada su sensación con el clamor de las emociones que inundaban mi cuerpo.
Después de aquello ya no habría día en que no dedicara largos periodos de tiempo para expresar mi amor proliferándome en miradas y caricias sin fin.
Soñaba con una nueva y duradera penetración y con compartir esa felicidad y la del esquí. Cuando de nuevo pude hacerlo, puse toda la suavidad y ternura de mi ser al servicio de ello, pero me inquietó el dolor que sentía. No quería forzar pues pensaba que no solo yo sufriría si lo hiciera ¡¡¡Y era tan grande mi amor!!! Pero era necesaria la penetración para el goce esperado. El momento fue angustioso y opte por hacerlo aumentando mi dolor y tratando de evitar el suyo. Uff, por fin el acople fue total y exultante, sus paredes estaban en todo momento, hiciera yo el movimiento que hiciera, en pleno contacto conmigo. Era lo que siempre había deseado. Al salir de esta situación volví a sentir dolor, pero me gustaba pensar que era consecuencia de la pena impuesta por salir de tan maravillosa acción realizada en la, para mi, mas sorprendente adaptación que jamás había soñado.
Pero tenia que solucionar el dolor pues temía pudiera enturbiar mi amor, si es que ello era posible. Sabia lo que tenia que hacer pero no quería hacerlo. Solo el producirle la menor incomodidad me rasgaba las entrañas. Sin embargo el mismo amor me lo imponía ante el deseo de que aquello fuera eterno.
Al final me decidí. Era necesario salir de aquel impas y de aquel silencio. Tenia que tirar de la lengua no había mas remedio. De hecho desde que tiro de la lengua ya no me duelen los pies cuando los introduzco en mis magnificas botas de esquí y al fin mi felicidad es total.
Desde hacía bastante tiempo, éramos grandes compañeros, inseparables.
Sabía la pasión que sentía por mí. Me prodigaba en elogios, en caricias.
Me sentía especial, como si no hubiera otra como yo.
Pero no hay pasión que dure eternamente.
Volvíamos un día de esquiar. La vio de refilón. Maravillado, volvió la cabeza hacia ella, y percibí como la miraba interesado.
Ya se había fijado en otras en varias ocasiones, pero no había mostrado el interés que hacia ésta.
En ese momento, supe, que a partir de entonces, nada sería igual.
Lo más doloroso, fue acompañarle cada día. Se empeñaba en volver a pasar por allí para verla. Cuando se marchaba, parecía triste, desanimado.
Cada vez las visitas se volvieron más frecuentes. Finalmente, llegaron a conectar.
Sin percatarse de mi sufrimiento, se acercaba a ella, posaba sus sensibles dedos sobre sus curvas, la miraba extasiado, la mimaba…
También ella le atrapaba fuertemente con sus dedos, como acercándolo. Después de haber sentido su proximidad, no quería renunciar a él.
Yo no decía nada, intentaba pensar que la idea de sustituirme, se le iría de la cabeza como ya había ocurrido en otras ocasiones.
Sabía que ella era más actual que yo, más disponible y complaciente, más técnica, como a él le gustaba. Pero no me podía abandonar así, yo le había proporcionado lo mejor de mí.
Un día se marchó a esquiar sin llevarme con él. Era la primera vez. Al volver, estaba exultante, feliz, satisfecho. Sentí que la había poseído, que el adios estaba próximo y sería definitivo. Lo corroboraron sus ojos angustiados cuando me miraron.
El final lo descubrí casi por casualidad. Su foto, que había sustituido a la mía, cayó de su cartera, y vino a posarse junto a mí.
Sólo te ruego una cosa querido: abandóname si lo deseas, pero jamás me entregues a disposición de cualquier otro.
Jessica, de verdad que lo siento, pero ya sabes como es la vida. Hoy una Lange, mañana una Salomón.
He de decirte sin embargo que no es la modelo de la foto la que me cautivó, sino la X9. Desde entonces en las pistas no muevo un pie sin sentirme dentro de ella.