Antonio Jara

Fernando W.

Enviado: 04-02-2002 08:20

<HTML>Ideal de Granada, 03 de febrero de 2002

CAMBIAR ACTITUDES, INVERTIR PRIORIDADES

Antonio Jara Andreu ex alcalde, profesor de universidad

La reciente decisión del COE, apoyando la candidatura de la ciudad de Jaca para organizar los Juegos de Invierno del 2010, ha producido en Granada, candidatura competidora, además de la lógica contrariedad, una desmedida sorpresa, alguna que otra inapropiada manifestación de agravio y descalificación y, sobre todo, un inexplicable desconcierto sobre el camino a seguir a partir de ahora. Generalmente, es preferible ganar una votación a perderla, y, probablemente, habría sido mejor para Granada, y para Sierra Nevada, obtener la nominación del COE. Pero no haberlo logrado no debería haber ido más allá, como bien dijo el alcalde de Granada, de los inevitables treinta segundos de desagrado y malestar. Ni uno más, ni nada más. Insisto en que ni las salidas de tono ni, mucho menos, el desconcierto tienen, en este caso, sentido.

No estoy en condiciones de analizar, con el rigor y la solvencia necesarios, las causas de lo sucedido, y tampoco puedo evaluar, por desconocimiento, el acierto y la bondad del trabajo realizado. En cualquier caso, me cuento entre los que piensan que regodearse en el infortunio carece de utilidad y, por lo general, evidencia falta de iniciativa y cortedad de miras. La morbosa y viciosa crítica de salón, 'a toro pasado', sobre lo hecho o sobre los actores, siendo ocasionalmente legítima, resulta tan estéril como el canto plañidero de los profesionales del victimismo. En Granada somos excesivamente proclives a cubrirnos la cabeza con ceniza y azotarnos duramente. Es sabido, -y si no lo es, hay que aprenderlo-, que el sobredimensionamiento artificial de un proyecto o la trasmisión interesadamente desenfocada de un objetivo pueden acabar generando frustración y desencanto. Y es, igualmente, una constante histórica a tener en cuenta que la tenacidad, la laboriosidad y el esfuerzo continuado son condiciones inexcusables del éxito, el desarrollo y el progreso social. Desde estas convicciones, y con toda sinceridad, debo confesar que no veo ninguna razón ni para el escándalo, ni para el victimismo, ni para el abatimiento ni, mucho menos, para el desconcierto.

Dadas las circunstancias, deportivamente aceptado el revés y asumida la innominación, considero que el presente sigue siendo un buen momento para hablar de planificación, de inversiones, de trabajo y de gestión. Si la estación de Sierra Nevada es un producto correctamente definido, acabado, consolidado y sostenible, si su incardinación en el tejido socio-económico provincial está lograda y si la presencia del sector público en el proyecto está seriamente comprometida, la nominación olímpica no era cuestión de vida o muerte y, por tanto, poco espacio debería quedar para el desconcierto. Cosa distinta es que esos condicionales no se consideren plenamente alcanzados. Y tampoco, en tal caso, tendría cabida el desconcierto. Lo que Sierra Nevada necesitaría prioritariamente, en tal circunstancia, no sería tanto una espectacular explosión olímpica, o un brillante golpe de efecto en la complicada y siempre difícil lotería de los eventos deportivos. Lo más urgente sería cerrar una planificación integral de nuestra Sierra, proteger y garantizar eficazmente su incalculable valor medioambiental, dimensionar adecuadamente la estación de esquí, corregir algunas graves disfuncionalidades, hacer efectiva su conexión con la ciudad, clarificar y cualificar nuestro producto y afianzar nuestros mercados. Semejante programa no puede ser flor de un día, ni sus objetivos se alcanzan mediante votación favorable del COE, del COI o de la FIS. Tenemos que aprender a trabajar sin señuelo. Tenemos que querer y saber hacer lo que, en cada momento, necesitamos hacer.

Lejos de mí la idea de que las cosas no se estén haciendo bien, y más lejos aún la intención de poner peros a las actitudes ambiciosas y valientes, y, con menos razón, al trabajo bien hecho. Mi personal aplauso y mi reconocimiento están expresamente disponibles para quien se considere acreedor a ellos. Una evidente posición personal de lejanía respecto de estos asuntos me impide mayores precisiones y, desde luego, me inhabilita para dar consejos a nadie en estos momentos. Únicamente me atrevo a sugerir la oportunidad de invertir el orden de prioridades: trabajar más y gestionar mejor para poder brillar con plena solvencia después, si la oportunidad llegara a presentarse, en lugar de apostar por la explosión brillante y esplendorosa, siempre incierta y, en cualquier caso, fugaz y efímera. Para albergar unos Juegos Olímpicos de Invierno hay que trabajar mucho, muy bien y durante mucho tiempo. Sin embargo, para trabajar mucho, continuamente y bien, los Juegos no son imprescindibles. Nuestros programas de desarrollo social y económico no pueden estar sometidos a inciertas o eventuales concesiones de grandes y espectaculares eventos; son éstos, más bien, los que deben estar siempre condicionados y dimensionados por nuestros planes.

Ni Granada ni Sierra Nevada tienen por qué renunciar a nada, pero sólo una planificación rigurosa y un trabajo continuado nos pueden hacer acreedores al reconocimiento nacional e internacional, y nos pueden garantizar el éxito, dentro y fuera de nuestras fronteras. Cambiemos de actitud: mantengamos viva la llama del trabajo continuado y huyamos de los fuegos de artificio. Si alguna vez llegásemos a adoptar esta actitud ante nuestro futuro colectivo, llegado el momento del infortunio o la contrariedad, siempre podríamos acudir a Don Quijote y proclamar con legítimo orgullo aquello de... «podrán los encantadores quitarme la ventura; el esfuerzo y el ánimo será imposible».</HTML>

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