Acabo de enterarme de una historia reciente en el Himalaya, de esas que nos reconcilian con esos valores que todos hemos buscado, practicado y, en la medida de lo posible, transmitido a los demás.
Con mis dispulpas anticipadas, por el cilindro que os voy a soltar, creo que será interesante, sobre todo por contraste con algunas otras movidas que hemos visto en otros picos de ocho mil metros.
El pasado 25 de julio llegaban a la cumbre del G-II cuatro españoles, miembros de una expedición cívico - militar del Club Pirineista Mayencos, con sede en Jaca y el Grupo Militar de Alta Montaña.
Por premura de tiempo atacaron desde el C-III (7.000 m.), aunque tenían montado un C-IV a 7.400. A las 09.30 horas estaban los cuatro en la cumbre, y una hora después iniciaban el regreso.
Bajan por parejas, cuidando el más fuerte, del que va peor. Cuando la primera pereja llega al C-IV, se enteran por la redio de que uno de los que vienen detrás ha tenido un accidente. Al parecer ha resbalado unos 150 metros por la pendiente y está herido en un tobillo y en el cuello, lo que le produce fuertes mareos y no le permite mantenerse de pie.
A partir de ahí se organiza el rescate. Otra pareja de la expedición que viene subiendo por detrás para intentar la cumbre un día después, se olvida de su objetivo; carga con todo lo que puede (más sacos, comida, gas, cocinas, etc.) y sube hasta el C-IV para apoyar a los que están arriba.
Al mismo tiempo, otra cordada, en la que se encuentra el médico, sube con más equipo de apoyo hasta el C-III (no pueden llegar más arriba por falta de tiempo, aclimatación y espacio en el C-IV).
Mientras todo esto se va desarrollando, la otra cordada que bajaba de cumbre está en el C-IV. Ante la proximidad de la noche y viendo la situación tan precaria en que están los de arriba, se plantea hacer algo más, ya que el accidentado sigue sin poder caminar.
A pesar del agotamiento después de la jornada de cumbre, el que va más fuerte de los dos decide subir hasta los 7.700 metros, donde se encuentra el herido. Carga con una tienda que le prestan unos polacos que tambien han bajado de la cumbre, un saco de dormir, dos esterillas, dos cocinas y algo de comida y se lanza para arriba. Uno de los polacos - médico - intenta acompañarle, pero no puede pasar de los 7.500 metros, está agotado después de la cumbre.
Solo podemos imaginar lo que le costaría llegar, con peso, hasta los 7.700 metros, pero llega. Pasan la noche abrazados, dando calor al herido, que es el único que tiene saco y esperando que amanezca.
A la mañana siguiente se ha recuperado un poco. Muy despacio y ayudado por sus dos compañeros va descendiendo. Llegan al C-IV donde espera una cordada, con lo que ya son más para ayudar. Siguen bajando hasta el C-III y se encuentran con el médico. Como hay problemas de espacio, unos bajan y otros (el accidentado, el médico y los otros dos que bajan con él desde la cumbre) se quedan a descansar.
Al día siguiente, después de otra jornada agotadora, llegan todos al Campo Base entre las muestras de alegría de todas las expediciones que hay alli. Por unos días ha rondado la tragedia, pero gracias al esfuerzo, compañerismo y capacidad de sufrimiento de unos cuantos, por esta vez, se le ha ganado la partida a la de negro.
Espero no haberme extendido demasiado, pero creo que en el escenario de un Himalaya masificado y cada vez más rico en historias escabrosas, de egoismo e individualidad, merece la pena reconocer a los que son capaces de jugarse la vida por ayudar a un compañero. Con gente así da gusto salir a la montaña.
Y yo estoy doblemente orgulloso; primero por compartir afición con gente así y segundo, por que son amigos míos, así que Alberto, Fernando, Francisco, espero poder abrazaros pronto, en cuanto regreseis a España.
Un saludo para tod@s
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¡¡Dios mío!!
¡¡Amenaza bueno!!