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horacioclaudio
Enviado: 28-07-2006 01:28
He aquí la primera entrega, estimados compañeros. Ahora que estamos en verano, aprovechemos para leer algo tan serio como lo que a continuación se expone (que os sea leve, imploro):

CONCIERTO PARA GARFIO Y MANGUERA EN MI MAYOR


Primera parte


Capítulo I


¡Qué siga sonando, no tengo ganas de cogerlo! Así pensaba Don Oblongo Martínez Bicorne. En realidad, sabía que no podía tratarse de ningún amigo, pues no los tenía, ni tampoco nadie conocido, pues ninguno de estos lo estimaba tanto como para “dignarse” en llamarle, tampoco era algún acreedor, pues no tenía ninguna deuda. Difícilmente podría ser algún familiar, pues todos le odiaban, incluso los que sólo le conocían por referencias. Su padre y su madre hacía ya tiempo que habían fallecido prematuramente, con sólo 24 horas de intervalo el uno del otro, a causa de los disgustos que contínuamente les daba. Le quedaba, no obstante, un único hermano quien dejó de hablarle y hasta intentó cortarle el cuello a raíz de los óbitos, siendo la herencia la causa de tal agresión. Desgraciadamente, por desconocimiento, ignorancia y sobre todo por dejadez, los progenitores no habían hecho testamento alguno. En defensa de ellos, se debe decir que no esperaban morir todavía jóvenes; pero bien sabe el lector que así son las cosas y que cuando menos se espera, salta la liebre.
Se produjo, entonces, una situación de muerte “ab intestato”, esto es, sin testamento.
Deseoso de no verle más “el hocico” a su hermano, Don Oblongo, decidió partir los bienes y largarse cuanto antes “por esos mundos”, ya que en su pueblo (mejor no mencionarlo), era más conocido de la cuenta y hasta el propio párroco le había negado el saludo. Se dice que hasta los perros le ladraban cuando pasaba por su lado y el curandero del lugar le había echado todo tipo de maldiciones para que se perdiera del mapa cuanto antes. En verdad, era sumamente singular comprobar que cuando este tipo se dirigía a su casa para dormir sus borracheras y robarle todo lo que podía a sus padres y a su único hermano, después de apalearlos con el atizador de la chimenea, sonaban las campanas de la iglesia para que toda la vecindad rezase al unísono rogando por su ausencia indefinida.
Así las cosas, este buen hombre decidió ir al notario de la ciudad capital de la provincia (mejor no mencionarla tampoco), cuyo oficial y consejero le explicó que había de llegar, según ley, a un acuerdo con el hermano, como coheredero universal, para proceder a lo que ha venido en llamarse, en nuestro Ordenamiento Jurídico, “Declaración de Herederos” tras lo cual, pagados los preceptivos impuestos y tasas, podría gozar de los bienes que en derecho le correspondían, con absoluta libertad y dominio. ¡Formidable!, a no ser, claro está, que hubiesen llegado al mencionado acuerdo. Éste, lejos de vislumbrarse en el horizonte, se tradujo no sólo en desacuerdo, enfado, trifulca, golpiza, escupitajos, arañazos, trancazos, batacazos y ofensas y vilipendios de lo más florido y fermoso. Buen repaso, ciertamente, el que los púgiles hicieron del Diccionario de la Real Academía en lo que a los variados y riquísimos vocablos ofrece nuestra lengua desde que Gonzalo de Berceo y, más tarde Elio Antonio de Nebrija la honrasen con su pluma y talento.
Ante tales circunstancias, se recurrió, como era costumbre, y aún lo sigue siendo, a lo que podríamos llamar, un tratante o mediador. El del pueblo en cuestión era hombre quasi analfabeto pero dotado de la gran sabiduría y tacto que dan los años de experiencia y sobre todo la picaresca de la que tanto sabemos y a la que con tanta frecuencia recurrimos, unos más que otros, en aquesta nuestra Nación y Patria.
Mal asunto, desde luego, el que se les presentó cuando personados en la lujosa Notaría (cosa rara, como todos sabemos, ya que los notarios a duras penas si pueden llegar a fin de mes con sus escasos emolumentos tras su agobiante y extenuante trabajo), y ante el mencionado oficial y uno de los 19 auxiliares, ya que “el negocio” del humilde Fedatario Público no daba para más, no pudieron presentar escritura alguna de la propiedad de la casa, más bien del chabolo, integrado éste por una sola habitación y patio con muladar, que juntos casi llegaban a los treinta metros cuadrados, ¡nada menos! Ésta constituía la herencia en litigio, que recibían de sus padres, a excepción hecha de un botijo de barro con el asa rota, un camastro con somier oxidado y una pata de menos que era sustituida por algunos ladrillos robados en una obra, cuatro platos hondos desconchados y abollados de metal esmaltado hallados sabe Dios dónde, cinco cucharas todas ellas de distinto diseño y tamaño, un tenedor con una sola púa, dos cuchillos de cocina mellados y sin mango, de dudosa procedencia, una fuente, una olla, un cucharón, unas trébedes, unas tenazas para la lumbre,un palo para atizar (la lumbre digo, cuando no se le daba otros usos como el descrito anteriormente), tres mantas, una sábana y un canario con su jaula. Tan cuantiosa y suculenta herencia no era, cómo bien habrá adivinado el lector, cosa de desdeñar y explica las desavenencias y desentendimientos de los que iban a ser sus propietarios. Todo hay que entenderlo, dicho sea de paso.
Digamos, tras lo expuesto, que la tarea de presentar los mencionados documentos exigidos era algo del todo imposible, lo cual se comprende a la perfección si , sencillamente, no existían ni jamás habían existido.
En “la mansión” habían vivido varias generaciones seguidas de sus antepasados hasta llegar a ellos sin que se supiera cómo el primero de los propietarios llegó a adquirirla.
Bien. ¿Todo claro, no? Pues a nadie lograron convencer salvo al tratante quien terminó, tras tres años y nueve meses, por apoderarse, no se sabe bien cómo, de tan preciado inmueble aduciendo que se lo otorgaba como pago por su labor y mediación. El resto de los bienes fue a parar al hermano, excepto el palo atizador, que se lo quedó, con exaltada insistencia y renunciando a lo demás, Don Oblongo Martínez.
Huelga decir que ni notarios, ni registradores, ni jueces ni fiscales, ni funcionario o autoridad alguna actuaron de oficio o a petición de los afectados ante lo embrollado del asunto. ¡Horroroso!


Capítulo II

Fue Don Oblongo el que arremetió contra el beneficiado tratante con un certero golpe del atizador justo en la nuca mientras éste hacía sus necesidades en el muladar, de espaldas, agachado e indefenso tal como estaba, intentando “estrenar” su nueva adquisición. Fue lamentable que no acabara su fisiolófico cometido y tuvieran que enterrarlo con el mismo en las tripas. El ataúd, por supuesto, con el cadáver dentro, pesó, así, tres cuartos de kilo más. ¡¿Qué le vamos a hacer?!
Por tan insignificante delito, el homicida fue sentenciado a más de tres mil años de cárcel, de los cuales cumplió sólamente siete, tres meses, veintitrés días y seis horas. Su buen comportamiento, sus días trabajados y los estudios realizados, nada menos que los de Graduado Escolar y primero de Formación Profesional, rama de Administrativo, explican tan corto cumplimiento de su condena en el famoso Penal del Puerto de Santa María. Aprendió aquí, por si fuera poco a cantar flamenco, llegando a ganar, con su voz rajada por el tabaco y otros vicios inconfesables, todos los concursos de los recintos penitenciarios del país. ¡Todo un maestro! Ganóse el cariño y respeto de toda la comunidad presidiaria de la Madre Patria, incluidos los alcaides, carceleros y gentes libres que le conocían y admiraban. Producto de tan merecida fama, vino en ser reconocido y denominado con el título de Don, por lo que pasó a llamarse, a todos los efectos, administrativos y profesionales, Don Oblongo Martínez Bicorne, egregio cantaor y además con estudios. Todo un ejemplo de preso recuperado para la sociedad y digno de ser seguido por quien quisiere emularlo.
Una vez libre y en la calle, tras la despedida de compañeros reclusos y funcionarios, y habiendo recibido un abrazo del director de la prisión y la bendición del capellán penitenciario, su vida sería radicalmente distinta a la que había llevado hasta su internamiento y exclusión de la comunidad.
“Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido y sigue la escondida senda, por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido”. Con la mirada perdida hacia el horizonte, desde su asiento junto a la ventanilla del autobús que le llevaba a otra ciudad, no dejaba de repetirse en voz baja estos nobles versos cargados de filosofía que en su día compusiera la reflexiva mente de Fray Luis de León. No es que supiera mucho de tan ilustre hijo de las letras españolas, sencillamente tuvo que estudiarlo para sacarse el Graduado y aunque jamás fue dado a la lectura , ora en verso, ora en prosa, el mensaje de este poeta le caló hondo. Mal asunto, sin duda, si se dejaba llevar por su deseo de descanso y huida del mundanal ruido, pues era consciente de que la menguada prestación por desempleo que se le concede a todo expenado, tras el cumplimiento de su condena, no tardaría en agotarse y la necesidad haría acto de presencia más temprano que tarde.
Llegado a su destino (que también conviene no decir cuál), tras cuatro meses de estancia en una pensión de las llamadas de “mala muerte”, mientras buscó empleo activamente y fue rechazado una y otra vez por sus antecedentes penales, decidió, con el poco dinero del que aún disponía, convertirse en hombre de provecho y respeto.
Su intrepidez y audacia pero, sobre todo su desesperación, no en vano piensa más un hambriento que diez abogados, le habían llevado a la conclusión, detenidamente meditada, de que aprovecharía todo cuanto aprendió en “el talego” en pro de un mundo mejor. Para ello, los entuertos y misterios habían de resolverse de forma eficaz y a ser posible brillante. Nuestro protagonista, entonces, tomó la firme decisión de hacerse detective. Tenía madera de “sabueso” y el talento preciso para desenvolverse en el ambiente de una sociedad donde la estafa, el robo, el homicidio, la coacción, el cohecho y todos cuantos delitos contempla nuestro Código Penal, junto a los aún no contemplados de celos, desengaños, y amoríos varios le darían sobrado material de trabajo.
Trazado el plan preceptivo, debería partir de un capital mínimo para alquilar un local y abrirse la correspondiente Licencia Fiscal. Con tal fin compró un buen cuchillo de sierra acabado en punta, de aceptable tamaño, como el que se usa para cortar las hogazas de pan, en el que introducía cajillas de cerillas que vendía, cobrando sólo la voluntad, en paradas de taxis y de autobuses cuando sus usuarios no eran más de dos personas o tres si eran mujeres o enclenques. ¡Cualquiera se negaba a mercar los fósforos cuando oían la frase que con auténtica mala leche arrojaba por su garganta: “ Compae ( o conmae, según los casos), ¿me compra Vd. una caja de cerillas?”! mostrando tan temible armamento y tan mala pinta . No hace falta decir que su aspecto desgarbado, desaliñado, desgreñado, desaseado , quasi harapiento, con barba de más de tres semanas, uñas negras, boca con pocos dientes ( a raíz de la pelea con el hermano, que por relatada no es necesario volver a exponer), aliento fétido y uñas largas y negras hacían el resto. Se comprende, por supuesto, que la voluntad que se pedía como pago incluía todo el dinero, relojes, joyas y a veces una chaqueta, camisa o zapatos que él pudiera usar.
El negocio no le iba mal , desde luego; sobre todo si se tiene en cuenta que le dedicaba muchas horas con el entusiasmo, ilusión y fe que en él tenia depositados.
Tras “barrer” en no más de 16 provincias del suelo patrio, con la suficiente habilidad para no ser pillado y ni tan siquiera denunciado, consiguió un monto total de tres millones doscientas treinta y siete mil setecientas noventa y nueve pesetas con las que por fin pudo, con todo honor y gloria, montar su despacho. ¡Admirable! Bien pensado, y aclarando lo anterior, ¿quién iba a presentar demanda, queja o denuncia alguna contra un tipo que profería las peores maldiciones, aprendidas en su universidad y escuela, la cárcel, si se procedía a referir o chivar su “encantador e innovador” modo de venta?


Capítulo III


Asentó nuestro amigo (bueno…es un decir,) sus reales en una de las más populosas ciudades ( seguimos con el anonimato) de este gran país en donde decidió encontrarse a sí mismo ejerciendo la profesión para la cuál el destino le había reservado plaza y lugar.
Con los tiempos que corrían, ya bien asentada la Ley del Divorcio e iniciada una carrera decidida hacia la incorporación de la mujer al mundo del trabajo ; aunque sobre esto habría mucho que hablar ( y sería tema digno de exponer y desarrollar en otras tribunas), las causas de separación matrimonial dieron tanto trabajo a Don Oblongo que hasta terminó dando número a sus múltiples clientes. Éstos no tardaron en saber del ingenio de tan prudente, serio y eficaz profesional, quien se dio a conocer repartiendo su propia publicidad en las principales calles, avenidas y plazas de la urbe. Le bastó con descubrir y demostrar con pruebas fehacientes la infidelidad de un cónyge, por encargo de su esposa. Esta buena mujer era una popular taquillera del metro , lo cual fue suficiente para que la fama de su notable trabajo, cobrado a precio de ganga, se extendiera por toda la ciudad como un reguero de polvora. Parlanchina donde las hubiera, no se limitaba a vender las entradas mientras pensaba en voz alta,sino que además componía coplillas jocundas que ella misma interpretaba a viva voz durante su jornada, especialmente cuando más tránsito de viajeros había. Las mismas hacián alusión a todo aquel que no gozaba de su simpatía. No habrán tardado, mis estimados lectores, en imaginar que una de ellas, tal vez la más elaborada y contundente, fue dirigida a su futuro ex marido, pues ya había motivos sobrados para la concesión del divorcio.
¿Piensan, acaso Vds., que como si de Canon, McCloud o Colombo se tratase iba nuestro héroe (sigue siendo una forma de hablar) a pasar días y noches tras alguna pista de esas que llevan por enrevesados caminos al esclarecimiento de la verdad? Ni mucho menos. Bastó, en éste, su primer caso, con vender al esposo una caja de cerillas, siguiendo el método tan convincente anteriormente detallado, cuando estaba con su ayudante esperando el autobús que había de llevarles al mercado de abastos donde tenía un puesto en el que se ganaba la vida como casquero. Tras la venta realizada, por la que cobró “la voluntad”, cómo era su costumbre, la víctima tuvo que firmar, por duplicado y ante un testigo, quien no era otro que el propio subalterno, que por supuesto también firmó y compró otra caja de cerillas, una declaración firme en la que reconocía que ponía los cuernos a su esposa con bastantes más mujeres que con las que en realidad se acostaba. Echó, Don Oblongo, las maldiciones pertinentes tras la operación y fuese tranquilo a su despacho con las pruebas que posteriormente serían adecuadamente entregadas.
Excelsa persona nuestro detective en ciernes, sin lugar a dudas. ¡Cuánto terminó contribuyendo con su buen hacer a la paz interior y el sosiego de tantos hombres y mujeres quienes durante horas y horas hicieron cola para ser atendidos por quien humildemente y con toda profesionalidad les prestaba su honrada colaboración y entrega en pro de la causa de la justicia y el cumplimiento efectivo de la ley!
Tras sólo un año después de ejercicio incansable de su loable oficio y actividad, ya especializado en el tema de infidelidades , no tardó en llegarle, también, la investigación de asuntos de todo tipo relacionados con delitos tanto contra las cosas como contra las personas, e incluso y a petición no ya de los particulares, sino de la autoridad, los relacionados con el delito fiscal, los de las maquinaciones para alterar el precio de las cosas y en general los cometidos contra la Administración de Justicia. Además, por si fuera poco, se convirtió en todo un experto en el macabro tema de las inhumaciones ilegales y la violación de sepulturas.

(Continuará).
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Enviado: 28-07-2006 15:47
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menua pieza sorprendido todo un trapala don oblongo este risas bueno horacio haber como acaba esto al final pero me temo lo peor risas risas un saludo pulgar arriba
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Enviado: 02-08-2006 14:16
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Mensajes: 1.080
por favor , continúe "vuesencia", que engacha el relato. pulgar arriba
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horacioclaudio
Enviado: 02-08-2006 15:50
No hay que preocuparse por ello. El próximo viernes, salvo causa de fuerza muyor, vendrá la segunda entgrega, afirmo. Cordiales saludos y feliz verano.
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Enviado: 02-08-2006 16:17
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Este vuelve al trullo.... risas

jejeje

A ver como termina sorprendido
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