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horacioclaudioh
Enviado: 21-07-2006 01:36
Respetados foreros: He aquí la tercera y última parte del efluvio ecúmbrico-literario. Ahora que muchos tenéis vacaciones o estáis en el paro (que no decaiga ese ánimo y mucha suerte), e incluso trabajando, ruego que se lea el final de la verdadera historia que aquí se relata.Los días son muy largos en verano y hay tiempo para todo (o casi), proclamo. Un abrazo a toda la peña.


Capítulo VIII

Derrotado, hundido y humillado, Cneus Pompeius Magnus (bueno…lo de “Magnus” mejor lo olvidamos, ¿no creen?), con su amada, su mejor esclavo y algunos de sus incondicionales, huyó a Egipto, donde pretendía comenzar una nueva vida en la corte del faraón Ptolomeo XIII.

Transcurrían aquí los días con sus noches mientras las heridas de su alma se restañaban al calor de su compañera y los guisos de Fastumgelius, quien inteligentemente había hecho acopio de las semillas y plantas, en macetas, de los poco comunes vegetales, que tanto le seguían encandilando, cuando partieron de Roma y, tras la guerra, huyeron hacia esta nueva tierra.

Sintióse el faraón muy halagado con las ofrendas culinarias que su nuevo huésped le ofreciera tras la singular cosecha, dirigida por el siervo, y dedicada para consumo exclusivo de sus señores. De igual forma, no tardó en compartir con Pompeyo el humo, tras las comidas, de aquella especie de canuto hecho de las hojas secas de unas plantas de hormosas flores sembradas y cuidadas por el valioso esclavo, llegando a ser un auténtico experto en lo de hacer volutas y más volutas con el mismo. Se aficionó tanto que hasta se ponía nervioso cuando le faltaba y, encontrándose fuera de su palacio, mandaba al más raudo de sus jinetes para que le consiguiese todos los “canutos” que Fastungelius pudiese prepararle. Con el tiempo terminaría llevando siempre consigo una bolsa colgada del cuello en la que portaba un considerable acopio de éstos, junto con yesca y pedernal para hacer el fuego ritual con el que los encendía. Si bien al principio todos los que le veían hacer esto se extrañaban sobremanera, llegó un momento en que lo veían normal y consideraban que al ser un dios, eso de echar humo debía ser algo propio de su condición sobrenatural, por lo que nadie se atrevía a imitarlo, a excepción, claro está, de su invitado, que lo hacía a escondidas para no rivalizar con él, y de su propia hermana y esposa ( casada con él según la costumbre de aquella época y aquella cultura) Cleopatra, quien siguió su ejemplo, también procurando no ser vista.

Todo marchaba bien hasta que ante las insistentes peticiones de Ptolomeo para que Pompeio compartiese, no sólo sus exóticos alimentos y plantas, sino también a su amada, éste se negó con rotundidad pues gracias a ella consiguió recobrar el tamaño de lo que le hacía valedor y cumplidor como hombre y varón. ¡Todo menos eso! No daría su brazo a torcer. Era suya y de nadie más y sólo a él estaba reservado el derecho de hacerle el amor siempre que quisiera.
Ante tal desaire, el faraón pagó a un sicario que le dio muerte un 29 de septiembre de ese mismo año 48 a. de C. cuando aún no se habían cumplido dos meses de la batalla de Farsalia. Acabó así su vida, a manos de un vil lacayo, del hombre que un día fuera dueño del mundo…o casi.
A pesar de todo, enterado del hecho, Julio César, quien seguía reconociendo en su adversario a un gran militar, marchó a Egipto y arrebató el trono al impío asesino para entregárselo a Cleopatra, con la que mantuvo una estrecha relación hasta que ésta cayó en incondicional amor hacia otro general romano que habría de brillar con luz propia: Marco Antonio. Éste, lócamente enamorado, plantó cara , fallecido ya Julio César, a su sobrino nieto Octavio Augusto, quien en la batalla de Accio en el 31 a. de C. aplastó a su ejército y hundió la flota de tan bella enemiga. Poco tiempo después ambos, por separado, se suicidarían por amor y por derrota.
Si César fue el gran arquitecto del Imperio, Octavio Augusto, recogería su testigo y se convertiría en su constructor.

Capítulo IX

Supo, el inteligente y hábil Fastungelius, sobrevivir a toda la barbarie que venía arrastrando desde su cautiverio en su rebajada condición de esclavo, haciendo frente a todo tipo de adversidades y humillaciones. Guiado por su picaresca y astucia, consiguió encauzar el destino del resto de sus días volviendo a las inmediaciones del monte Doganzis, en cuyas proximidades tuvo lugar la batalla referida de Farsalia. Encontró aquí al anterior dueño de la amada de Pompeyo y habiendo regresado acompañado de ella, se la devolvió con todo el cariño y respeto del mundo, guiado por la sana intención de quien es en esencia buena persona aunque, tal vez, taimado y hasta cierto punto vengativo con quien secuestró su libertad, hacía ya bastante tiempo, en aquel tranquilo asentamiento de su pueblo, los salvios,en el sureste de Las Galias.

Todo fue alegría y grata recepción por parte de sus nuevos vecinos, quienes le invitaron a vivir con ellos, ya calmados los bélicosos tiempos, hasta que éste desease. Aquí, en este bello marco geográfico del sur de Tesalia, pasaría el resto de su vida este misterioso personaje, quien no tardó en llegar a ser proclamado Gran Chamán, amigo y consejero particular de todos los jefes de las tribus por allí repartidas. Alimentó a estas gentes con las cosechas que otrora sembrase y recogiese cuando era siervo y fomentó y popularizó el consumo de aquellas extrañas hojas secas de las que se inhalaba y espiraba el divino humo. Eso sí, jamás llegaron a salir de aquellas laderas y valles tales cultivos y sus provechos. Tanto es así que cuando un tal Cristobal Colón y los que detrás de él vinieron, trajeron productos iguales a aquellos, de no se sabía bien dónde, ninguno de los descendientes de aquellos montaraces pueblos se extrañaron por serle familiares desde hacía más de quince siglos.



P.S.: Mientras Julio Cayo César , tras vencer a Pompeio, conseguiría dejar los cimientos del Imperio Romano listos para ser edificados, el pasatiempo favorito del ya hombre libre y chamán de las gentes del Monte Doganzis consistía en contemplar a la ex amada de su antiguo dueño corretear y brincar junto al resto de sus compañeras en el rebaño del que fue arrebatada sin piedad años atrás y pastando las tiernas hierbas de aquellos bellísimos prados , tras lo cual chocaba su cornamenta en lúdicos juegos con las mochas ( las que no tenían cuernos) de su especie, pues con las otras no se atrevía por miedo a romper tan bellos atributos. Era muy coqueta.

¡Ah, se me olvidaba!: ¿Adivina el inteligente lector cuál fue la causa de la traumática mengua del atributo masculino de nuestro galán…? Sí así es, en efecto, lo han acertado. Fastumgelius, vertiendo ciertos jugos conseguidos sabe dios dónde, en el vino que servía a su “bienamado” señor , pretendía que todo él empequeñeciese drásticamente, consiguiéndolo sólo en parte…y ¡vaya qué parte tan delicada!

Murió tan ecúmbrico chamán a la edad de 116 años llevándose sus secretos a la tumba. Sólo se sabe que había sido marinero y que había viajado mucho antes de caer en el cautiverio.


¿Pero qué ocurre?..., ¿Nadie ha reparado en lo que aconteció al emplumado parlanchín de tan ofensivas frases? Responderé diciendo que fue fiel compañero de Fastumgelius allá a donde éste fuese. Murió de pena algunos años después de que su dueño lo hiciese en primer lugar. Fue incinerado con grandes honores y sus cenizas esparcidas al viento. Todavía hoy, cuando sopla con fuerza en aquellas montañas, algunos lugareños afirman que oyen su voz que repite aquello de “Caesar capullus est”.

“FIAT IUSTITIA RUAT CAELUM” ( Que se haga justicia aunque caiga el cielo).


FIN
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Enviado: 21-07-2006 10:39
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Esperamos ansiosos tu próximo relato.chino amablechino amableNota - Note
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Enviado: 22-07-2006 13:32
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si senior pulgar arriba guiño Colocado - Dopeidea risas risas un saludo
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