nevasport.com

horacioclaudio
Enviado: 14-07-2006 02:17
Ya queda menos para el final. También yo, que lo he escrito, estoy intrigado. ¿Qué queréis que os diga? Va para toda la afición. Cordiales saludos y feliz fin de semana (para el que lo tenga, claro).





Capítulo IV

Seguirá preguntándose el ávido lector acerca de los acontecimientos de la tan fatídica noche que tanto marcó al general y cónsul Pompeyo, los cuales no fueron otros que los derivados de la entrega sumisa y crédula a las peticiones de Fastumgelius, quien , aunque sin lengua, era fácil de entender por sus gestos, ademanes y muecas de todo género. Consistieron éstas en deglutir, totalmente desnudo, arrodillado y a la luz de la luna, en el atrium de su mansión, una vez dormida toda la servidumbre, una gran cantidad de unos extraños vegetales de forma cónica, algo retorcidos y de color totalmente rojo. Este proceso debía realizarse sin protestar ni mostrar rechazo, ingiriendo hasta las semillas blanquecinas de los mismos y el rabillo del que habían pendido de un cordel, durante semanas, expuestos al aire y a la luz solar, insertados mientras eran verdes hasta adquirir la tonalidad adecuada, siempre siguiendo los pasos y ritos del siervo curador.

Hombre de gran resistencia y espíritu de sacrificio, como era nuestro gran militar y político, aguantó con estoicismo hasta ver acabado el último de los conos, aunque el rechazo natural a tal ingesta y las copiosas lágrimas cayesen a mansalva de sus ojos y sus pupilas se dilatasen hasta el punto de poder ver en plena noche lo que ni el más dotado de los felinos, ni la más favorecida de las rapaces nocturnas podrían jamás haber llegado a vislumbrar. Todo ello por no hablar de su lengua y demás partes descritas anteriormente, que para no caer en la repetición, baste decir que hasta el rostro de tan insigne ciudadano llegó a transfigurarse y mudarse la color y forma. Hubo momentos en que ni el esclavo lo reconocía; y eso sin haberse separado de él durante todo el ritual curatorio, salvo cuando estornudaba, ya que lo hacía vuelto hacia atrás, tal era su alto grado de educación y buenos modales. Bien es cierto que probablemente simulaba tales achaques para soltar grandes y silenciosas carcajadas ante el trágico espectáculo que presenciaba y del que él mismo fue artifice a sabiendas de sus, llamémosles, bochornosos resultados.
Así transcurrieron las horas y así devoró hasta el último de los rojos vegetales, nuestro protagonista, quien para mayor sufrimiento, recibía, de vez en cuando, una ardiente rociada de una fuerte infusión preparada con un cocimiento de los mismos, vertida por el esclavo, directamente sobre las partes pudendas de su señor. Apagaba éste sus gritos de dolor y desesperación pensando, según la afirmación de su cuidador, que todo aguante era poco con tal de recuperar el tamaño y hermosura anteriores de su viril verga.

Era, el cónsul, plenamente consciente de que empezaba a ser echado de menos en las termas a las que solía asistir con asiduidad al igual que las casas de lenocinio para las clases dirigentes y el generalato romamos, donde siempre hizo gala de lo bien dotado que estaba, con lo cual, toda prueba le parecería pequeña con tal de recuperar lo perdido. Es por ello por lo que cuando sentía desfallecerse, sacaba fuerzas de flaqueza pensando en que el resultado bien valdría la pena.

Apiadóse el criado ante los estremecimientos del amo y justo un par de horas antes de que amaneciese diole a beber un brebaje hecho con plantas de las cuales sólo él conocía sus efectos. Recordaban éstas a las hoy pertenecientes a la familia de las adormideras. No tardó en tranquilizarse y olvidar sus quejidos hasta caer en un profundo sueño que aunque breve, fue del todo reparador. Al despertar no se atrevió a mirar sus atributos directamente, y servido para ello de un pulido espejo de bronce, comprobó que de nada sirvieron su sometimiento y sacrificio de la noche anterior. Antes de que comenzase a proferir los más crueles insultos y amenazas de muerte hacia Fastumgelius, apareció éste en sus aposentos con otro bebedizo indicándole que con su ingesta concluiría el tratamiento, tras la cual antes del medio día volvería a ser el que era hacía dos años, antes de que se produjese el terrible y turbador empequeñecimiento de su preciado tesoro. Tras mirarle inquisitivamente y guardar silencio durante unos momentos, asintió y tragó de una sola vez el contenido del frasco que le fue ofrecido, no sin antes agitárlo enégicamente obedeciendo a los gestos de quien se lo entregaba. Tras acicalarse y engalanarse como correspondía a su rango y condición, confiado y eufórico marchó, como ya he descrito anteriormente, ante la sala donde le aguardaban los senadores del Pueblo de Roma.

Capítulo V

No convendría repetir, por lo trágica, la experiencia del cónsul en el Senado. Baste decir que el ladino esclavo, docto entre los doctos y conocedor de sus artes, sabía perfectamente los efectos tardíos de sus extraños caldos y emulsiones, y aguardando la llegada furiosa y vengativa de su amo lo esperó cruzado de brazos, junto a la extraña gallina parlante, en el recibidor de su lujosa morada.
La guardia personal que lo precedia (lictores), lo escoltó hasta la entrada de su residencia, donde a su vez, la allí apostada junto a la puerta, tras el reglamentario y enérgico saludo militar, sin poder decir nada, por serio respeto a las normas del centinela, fue recibido con asombro y confusión al verle entrar enrojecido y colérico, con su gladius (espada ) en la diestra mano y su pugio (daga, espada corta) en la siniestra. Scandalum (escándalo), pensaron.
¡Arrodíllate y disponte a morir, descuartizaré tu cadáver y arrojaré tus pedazos a los buitres!, fueron sus palabras hacia su siervo, proferidas con un tono que asustaría a dioses y a diablos.
Obedeció. Justo en el momento en el que iba a descargar su ira contra el cuello de éste, un exquisito olor al revuelto de unos extraños tubérculos de piel amarronada troceados finamente, a modo de medallones, luego fritos con una pizca de sal y mezclados con huevos batidos para ser pasado todo esto por la sartén, con un poco del alimenticio y popular aceite de oliva, a fuego lento, le hizo detenerse en seco para preguntar al genuflexo esclavo que si era con dos o con tres los huevos con los que le había preparado aquella especie de torta que tanto alegraba a su paladar. “Con tres, mi amo”, respondióle mediante señas. A la nueva pregunta de si estaba tan exquisito plato acompañado, como entrante, por esos pomos rojos, jugosos y carnosos, adecuadamente troceados y aliñados con sal, vinagre y aceite y oyendo la gutural y afirmativa respuesta que esperaba, no pudo por menos que concluír aquella escena pidiendo a Fastumgelius que se levantase cuanto antes y atendiese a sus menesteres culinarios, no sin antes insistir en que le preparase también algunos de esos conos de color verde (que no rojos y picantes) fritos, y que el postre fuese el de los días especiales, esto es, aquel rico y espeso jarabe de color marrón oscuro y dulce hasta el empalagamiento, en el que tanto le gustaba mojar tiernos bollitos. Mientras tanto, y esta vez con dulce tono de voz, pidió vino acompañado, como aperitivo, de una buena ración de esas como bolitas rebolondas de color blanco y suaves al diente, que tanto crepitaban en la sartén cuando eran preparadas por las diestras manos de su singular y enigmático servidor.
Recostado en el triclinium, no hubo necesidad de que pidiese el cilindro de hojas secas que solía sostener entre los dedos mientras lo dirigía a sus labios y chupaba de uno de sus extremos , estando el otro encendido como si de un ascua se tratase, para echar enormes y placenteras volutas de humo. Era aquel un espectáculo totalmente mágico, y a él se entregaba con auténtica fruición después de cada comida, dando orden a los criados de que no le molestasen bajo ningún pretexto, a excepción claro está de su fiel Fastumgelius, su maestro sanador, cocinero y brujo, gracias al cual había entrado en el mundo del placer hedónico que le aportaba sus extrañas viandas, sólo conocidas por él, cultivadas en la campiña de una de sus villas en las afueras de Roma y vigilada noche y día por más de dos docenas de sus fieles legionarios.
Era el mayor de los gozos, para éste, echar por su boca y narices aquel denso humo, con toda calma y sosiego, impertérrito ante cualquier problema e ignorando el paso del tiempo. Era de tal calado la necesidad de experimentar tal placer varias veces al día, que llegaba a suspender sus obligaciones militares y civiles mientras que no consumiese totalmente el mencionado cilindro.
En no pocas ocasiones preguntó al siervo el origen de las semillas de tan raras plantas. Éste jamás respondía, ni antes ni después de perder la lengua. Poco o nada importaba mientras el más poderoso de los romanos siguiese disfrutando de aquellos suculentos deleites. Y esto, pensaba para sí, era lo realmente importante.







Ni que decir tiene que después de la merecida y acostumbrada siesta, tras el ágape, levántose el general hasta de buen humor. Todo se turbó, no obstante cuando recibió noticias de que su contrincante y enemigo, muerto Craso, Julio César, en ese año 49 a. de C. había cruzado el río Rubicón, frontera natural entre Italia y la Galia Cisalpina, dirigiendo sus bravas legiones hacia Roma, con la idea de deponer al Senado, aniquilar a Pompeyo e instalarse en el poder. No en balde, siendo miembro de una de las familias patricias más laureadas de Roma, los Julios, que se decían descendientes de la diosa Afrodita, había llegado alto. Inició su carrera militar en Asia Menor y la política al ser nombrado en el año 69 a. de C. Cuestor de la Hispania Ulterior, Máximo Pontífice y Pretor en el 63 y Cónsul en el 59. Vertiginosa carrera la suya, ciertamente . Poderoso enemigo, sin duda, para el también poderoso Cneus Pompeius Magnus.

Capítulo VI

Volvía César victorioso de sus campañas en las Galias iniciadas ocho años atrás. Tras atravesar el antedicho río y hacer caso omiso al mandato del Senado, que no le apoyaba, con la célebre frase: “Alea jacta est” (“La suerte está echada”). Victorioso y aclamado por gran parte del Pueblo de Roma, encabezaría una encarnizada guerra civil contra Pompeyo y sus seguidores, llegando a enfrentarse ambos en Farsalia (norte de Grecia).

¿Y quién nos lo iba a decir, mis admirados lectores? Fue aquí, precisamente aquí, en estas montañas , en estos bellos y agrestes parajes poblados por salpicadas aldeas de pequeños labradores y pastores, donde el héroe legendario mil veces aclamado y mil veces engrandecido, firme enemigo de César, encontró, sin esperarlo ni buscarlo, el remedio a su silenciado mal, a su terrible sufrimiento. Su quasi “desvergamiento” empezaba a desaparecer justo cuando paseaba reflexivo pensando en la adecuada estrategia a seguir contra su oponente y rival en la gran batalla que habría de librarse.

Fue un amor a primera vista…”con todas las de la ley”. Allí estaba. Caminaba también por aquellos lares, tranquila, sin perturbarse ante la presencia de alquien a quien, probablemente veía por primera vez. Sus ojos grandes y hermosos, su pelo negro, abundante y brillando al sol, su sinuosa figura, sus formas, su rostro dulce y simpático, sus sensuales movimientos y la nobleza de su mirada hicieron que al contemplarla, el general, detenido y con su mirada fija, notase como su miembro iba adquiriendo paulatínamente mayor y mayor tamaño, hasta adquirir el que en su día tuvo y del que tanto presumía. Regresó a su pabellón donde, sin decir palabra, sólo pensaba en ella, en el objeto de su, como caido del cielo,amor espontáneo, sincero e incondicional . Sería suya, costase lo que costase, le había devuelto su hombría y nada impediría su unión. Bien es cierto que ya había estado casado, pero ninguna de sus esposas ni esclavas consiguió despertar en él lo que su reciente descubrimiento en tan apartado lugar, había logrado.
En esta sociedad de amos y esclavos, de patricios y plebeyos, mandó buscar al dueño y señor de su nuevo amor y tras ser llevado a su presencia, acordaron la adquisición de ésta por tan sólo cuatro sestercios, o diez ases, que venía a ser lo mismo, ni uno más ni uno menos. Bien podría, en su calidad de jefe, haberse apoderado de ella por la fuerza, sin más. Hubiese bastado con mandar matar a su dueño, pero su felicidad era tal que se mostró generoso y respetuoso y procedió a tal transacción.

Yació con ella varias veces durante toda la noche sin importarle que tan sólo unas horas después habría de vérselas en el campo de batalla con el peor de sus enemigos. Poco le importaba ya ganar o perder, se conformaría con conservar su vida y la de su nueva propiedad aunque tuviese que vagar por los recónditos rincones del Imperio con tal de tener el suficiente sustento y que su esclavo, Fastumgelius, atendiese a él y a su amada con la debida eficiencia.

Capítulo VII

Estratégicamente emplazado en una zona elevada de la ladera oeste del monte Doganzis, proyectada hacia el río Eunipeo, el campamento de Pompeyo sirvió de base para la dirección y preparación de sus tropas.
La batalla de Farsalia, aún hoy, sigue siendo estudiada en las más destacadas academias militares del mundo como una obra maestra en el arte de la guerra, en la que uno de los contendientes arrebatará para su beneficio las ventajas de las tácticas del otro. Una obra de genios que tan sólo Alejandro, Aníbal, César y Napoleón conseguirán, a lo largo de la Historia de las Civilizaciones, de forma tan rotunda. De ellos, solamente Alejandro y César morirán sin ser vencidos, triunfantes en la cumbre de su poder.
De los más de 66.200 pompeianos, 10.000 dejarían su vida en los terribles combates de tan decisivo enfrentamiento, frente a los 1.200 de un total de de 31.400 cesarianos. Asistimos, así, a una gloriosa victoria por parte de César enfrentado al otro gran espada y soldado romano desde que el legendario Cayo Mario pasase a mejor vida sesenta años antes.

Romanos contra romanos, legiones contra legiones, desenvainaron sus armas y derramaron su sangre en una de esas pocas batallas que como la de Gaugamela, a orillas del Tigris,donde en el 331 a. de C. Alejandro Magno venciese con clara inferioridad numérica a las tropas de Darío, han cambiado el curso de la Historia. El reducido ejército de César era el mejor cuerpo de combate que se haya conocido jamás, dirigido por el más grande militar y estratega de todos los tiempos. Los brazos de sus guerreros obedecián a una sola cabeza, la de su jefe y maestro. La inmensa mayoría le habían seguido desde Las Galias y aún en clara inferioridad aplastaron a las huestes enemigas en aquel memorable 9 de agosto del año 48 a. de C.


(Continuará)
Karma: 0 - Votos positivos: 0 - Votos negativos: 0
Enviado: 14-07-2006 08:41
Registrado: 19 años antes
Mensajes: 1.080
pulgar arriba
Karma: 0 - Votos positivos: 0 - Votos negativos: 0
Enviado: 17-07-2006 00:33
Registrado: 19 años antes
Mensajes: 4.032
sorprendido madre mia pulgar arriba pulgar arriba
Karma: 0 - Votos positivos: 0 - Votos negativos: 0
Escribe tu respuesta






AVISO: La IP de los usuarios queda registrada. Los comentarios aquí publicados no reflejan de ningún modo la opinión de nevasport.com. Esta web se reserva el derecho a eliminar los mensajes que no considere apropiados para este contenido. Cualquier comentario ofensivo será eliminado sin previo aviso.