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horacioclaudio
Enviado: 07-06-2006 21:46
Va por Vds. y en especial por los que en la reciente edición de la S.N.L., arrojaron sus basuras manchando la inmaculada belleza de nuestros montes(ellos me han inspirado, les estoy "muy agradecido"guiño. SUCESIVIDAD, CAMBIO Y EVOLUCIÓN DE LO QUE ES PERPETUO, FIRME , INAMOVIBLE Y SUSCEPTIBLE DE MEJORA.


Prefacio

Acostumbrado al más duro de los rocks, para acometer tan encorajinado empeño, acabo de poner en “el cacharro” el más suave de los gospels y espirituales. Lo necesito. Debo tener la suficiente tranquilidad para ello y estos nobles sones son lo más apropiado. Cada vez que resbalen las lágrimas por mis mejillas, mientras golpeo el teclado, debo entender que todo lo hago en pro de un mundo mejor. En esto creo y en esto me afirmo, y por ello ruego al comprensivo lector que se digne en la lectura y comprensión de todo cuanto aquí voy a referir. Me ha costado trabajo, ciertamente, pero todo es poco con tal de poner mi granito de arena para que se tome conciencia del arduo y peliagudo asunto y tema en el que todos, autoridades y particulares, hemos de juntar hombro con hombro y avanzar por la senda que nos ha de llevar a un planeta globalmente concebido y que progresa adecuadamente inspirado y amparado en lo que ha venido en llamarse “desarrollo sostenible”.

Capítulo I

Aunque no hubiese llevado la corbata bien anudada al cuello, estoy convencido de que el resultado hubiese sido el mismo. No me considero, afortunadamente, para nada una persona de menguado arrojo y débiles fuerzas, pero tuve que enfrentarme a alguien que me doblaba en tales atributos.
Mientras lo recuerdo no dejo de sostener que han sido los extraños hilos de lo sobrenatural los que han trenzado la red en la que yo, víctima de mi afán en el esclarecimiento y búsqueda de la verdad, me vi atrapado. El estudio y la investigación es algo que, desde pequeño, ocupó la mayor parte del tiempo que he podido dedicarme a mí mismo. Sé de un tipo impresentable que dice haber resuelto el “Misterio de la Santísima Trinidad” y que ha dado por fin respuesta a las tres fatídicas preguntas que desde la noche de los tiempos se ha hecho el ser humano, “¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos? y ¿a dónde vamos?”, no le hagan Vds. caso, sólo es un charlatán. Háganmelo a mí, se lo ruego, es del todo necesario.
Sepan que concluí que era del todo preciso que sacrificase años de análisis profundo para averiguar hasta qué punto el problema de los residuos, desperdicios y basuras marca, actualmente, de seguir así , la diferencia entre la vida y la muerte, el bienestar y la mera supervivencia cargada de alergias, problemas metabólicos de toda índole, cefaleas, vértigos, disfunciones eréctiles, cardiopatías, neumopatías, hepatopatías, y, en general, enfermedades de etiología desconocida, llegándose, incluso a acúfenos y mal humor provocado por causas de origen incierto. Ésta es la terrible realidad. Si queremos poner fin a tal cuestión, debemos partir de una base, aunque les cueste creerlo, de tipo lingüístico. Así es, damas y caballeros. Fíjense si no que todo científico, en su calidad de investigador, lo primero que hace es dar nombre a lo que descubre. A partir de tan elemental punto de partida podrá seguir en el análisis y estudio pertinenetes. Citemos, a título de ejemplo, que antes de plantar batalla al indeseable “Helicobacter pilori”, causante de la mayor parte de las gastritis y úlceras de estómago y duodeno, fue prioritario bautizar con tal nombre a tal bacteria. Esto es aplicable a todos los campos del saber y a toda realidad social e histórica. Colón lo sabía. No en balde sus padres, que también lo sabían, cuando vino a este mundo, le dieron por nombre Cristobal, y éste, al descubrir la primera de las islas del Nuevo Mundo, no tardó en ponerle el nombre de “San Salvador”. Descubre, así, el lector, la tremenda importancia del sustantivo, sea propio o común, dejando este tema para ser expuesto en otras tribunas, pues nos desviaríamos de lo que aquí tratamos con interés. En mi opinión, los nombres son la base que vertebra toda lengua y dialecto. Son de mayor importancia, si cabe, que los verbos y los adjetivos, y por supuesto que los artículos, los pronombres, las preposiciones, los adverbios, las interjecciones y las conjunciones. Sólo con ellos, sería posible establecer cierta conversación y entendimiento entre dos personas. Acuérdense de Robinsón Crusoe cuando conoció al indígena Viernes…¿verdad que lo primero que le enseñó, tras darle un nombre, para poder comunicarse fueron sustantivos y no precisamente verbos o adjetivos? Lean todos cuantos libros puedan y vean cuantas películas necesiten para sostener un punto de vista distinto al mío, pero me inclino a pensar, que el héroe, el viajero, o el protagonista de éstos, que se encuentra con algún desconocedor de su lengua, no vacilará en gesticular, o hacer signos en un papel o en la arena haciendo referencia al sustantivo, bien se trate de agua, comida o alojamiento. Así lo afirmo, así lo sostengo.
En este orden de cosas, y en el tema que aquí se trata, vengo en asegurar que el término “basura” , en su acepción de inmundicia, suciedad y desecho, es de reciente incorporación a nuestro idioma, al igual que, con su respectiva traducción, al de los países industrializados o en vías de estarlo. Esto es una realidad. Baste con observar que en estas sociedades de consumo, o mejor dicho de “consumismo”, pues no hay persona alguna que en mayor o menor medida no consuma, el lema no es otro que el de incitar y estimular al mismo, habiéndose llegado, con frecuencia, a tenerlo en tan alto pedestal, que tanto se vale cuanto tanto se consume. Se vive más para tener que para ser. Esto es lo lamentable. “El usar y tirar” es algo tan cotidiano, que las jóvenes generaciones rara vez reparan en ello.
Hemos llegado, entonces, a tener que usar la palabra basura como una terrible consecuencia de nuestro estilo de vida y modelo de desarrollo. La basura, ya sea sólida, líquida o gaseosa, señoras y señores, más que un problema, es una terrible calamidad, que de seguir generándola por miles y miles de toneladas diarias, acabará con nosotros mismos como especie. Mal asunto, proclamo.
Antaño, esto no se conocia. En una economía de supervivencia, o poco más, todo era reutilizable. Fe de ello dan la mayor parte de los miserables pobladores del planeta que ni siquiera llegan a eso de la mencionada “supervivencia”. Colegimos, de este modo, que tales gentes, a menos que hayan tenido contacto, con los “privilegiados”, no disponen de tal vocablo y es algo para ellos desconocido e incluso difícil de comprender, como lo fue en su día para nuestros abuelos que sabían de la inmensa utilidad del estiércol y de los trapos viejos. Muchos de ellos sólo conocen la palabra “barredura”, como lo más aproximado a lo que hoy conocemos como basura.
Recurra el lector al diccionario y comprobará que el estercolero y el muladar formaban parte de la vida diaria de nuestros antepasados y, lejos de generarles problema alguno, les resolvía el de la fertilidad de sus campos y contribuía al alimento de especiés hoy en vías de extinción como el lobo y los grandes carroñeros, que surcaban con su majestuoso vuelo los aires de un cielo claro y limpio, hoy gris y contaminado al igual que los mares y la tierra firme. ¡Qué barbaridad!


Capítulo II

Forman parte intrínseca del paisaje urbano los innumerables contenedores de basura que, con no poca frecuencia, “contienen”, más fuera que dentro, especialmente durante el necesario descanso semanal de los aguerridos y arriesgados profesionales que con gran voluntad y “vocación” (no es broma, tal “como está el patio”, más de uno desearía serlo, pues cobran un buen sueldo y no les falta el trabajo) ejercen su labor, junto con los puentes, las vacaciones, y sobre todo las tan temidas huelgas de recogida.
Ha habido una clara evolución en el espacio y en el tiempo de tales antiestéticos “muebles urbanos”. De hecho, antes se les llamaba “cubos”, porque forma de éstos tenían. Eran de caucho negro y disponían , los más grandes, de cuatro asas, dos en el borde y otras dos en los costados. Se facilitaba, así, su buen agarre y traslado hacia el camión de la basura. Eran la delicia de las ratas, los ratones y sobre todo de los gatos. Al no tener tapadera, el acceso a su interior era bien fácil. Proliferaron, gracias a ello, auténticas bandas de felinos por toda la ciudad, que al tener el alimento seguro, diríase que hasta el pelo les brillaba del bienestar que gratuitamente se les suministraba. Hubo quien, amante de los mismos, lamentó la llegada de la nueva tecnología, que una vez aplicada, directamente y previamente desplazado el contenedor al recogedor del camión, mediante un eficaz sistema de palancas y sujeciones automáticas, atrapaba a éste y vertía su contenido al interior del mismo. Fue un pequeño paso para el hombre y un gra paso para la humanidad urbanita y consumista, claro está. Llegó toda una revolución en el diseño de los nuevos vehículos y, por ende, del contenedor de basura. Éste pasó a ser de tamaño mucho mayor y con ruedas y tapadera. Este último detalle fue lo que realmente preocupó al amante de la biodiversidad urbana: Los mencionados roedores y mininos, ahora comenzaban a dar muestras serias de preocupación. La terrible e inefable tapadera de duro plástico, impediría el acceso a lo que durante años les había servido de sustento y garantía de su progreso, expansión y aceptación en el gran plan de lo que los naturalistas han venido en llamar “proceso de selección natural”. Se sabe de buena tinta que algunas buenas y nobles gentes se plantearon la necesidad de asociarse en secreto y acabar con el mayor número posible de tapaderas. Afortunadamente no hubo necesidad de tan radical medida. Dado el alto grado de “civismo y educación” que siempre ha caracterizado a la especie humana, se optó por olvidarse de cerrar la mencionada tapadera para dejarla continuamente, o casi, abierta en su totalidad. Asunto resuelto, pues hasta los más pequeños diseños, de fácil y cómodo cierre respetan éste tácito acuerdo. Entre otros aspectos, es digno de mención el hecho de que rara vez, realmente rara vez, tan elevado es el volumen de detritos que generamos por persona y día, que los contenedores no dan abasto y se muestran insuficientes para atender a una demanda cada vez más ingente. Nos encontramos, claro está, con lo que anteriormente he señalado: Hay más inmundicias fuera que dentro. ¡Impresionante!
No importa. Son legiones los que junto a las antedichas alimañas, viven de este mundo del usar y tirar, y a veces tirar directamente sin el usar. Véanlos, fíjense en estas grandes personas que han entendido que poco importa cómo vaya la sociedad que los ha excluido, ellos tienen su mundo y sus propias normas. Se reparten la ciudad por zonas con sus respectivos contenedores y de ello viven. Son los grandes recicladores del sistema. Aprovechan lo que otros no quieren. O lo usan ellos mismos o mercadean con todo lo que es reutilizable. Venta directa a pequeños y grandes intermediarios satisfacen los pedidos de mercados y mercadillos más o menos regulares, estables y legalizados. Ya sea ropa, menaje, herramientas, muebles y artículas de la más variada índole, todo, o prácticamente todo es susceptible de volver a ser usado. Sé de un par de jóvenes estudiantes que todavía usan una vieja sartén encontrada junto a un viejo cubo, que veinte años después sigue dando las prestaciones que de ella cabrían esperarse. ¡Maravilloso!, sigan su ejemplo y ahorrarán tiempo y dinero. Afirmo.
Por otra parte, ya no sólo los gatos viven de los desperdicios todavía comestibles. Obsérvese cómo muchos hombres, mujeres y niños aguardan a la hora de cierre de muchos supermercados y restaurantes para recoger lo que aquí se tira. ¡Cuántos viven de esto! Cada día más y más. Hasta hay estamentos jerarquizados en torno a tan noble activadad. Los mejores barrios y comercios, para la clase alta, los peores para los más pobres y pringados. Y es que siempre hubo clases (y las habrá, ya lo creo). Tal como marcha este viejo mundo y el empobrecimiento repentino y no repentino de gente que antes estaba bien acomodada, aconsejaría que se estudiase supervivencia urbana desde la más tierna infancia (pues ninguno estamos libres de nada), y todas los medios para sobrevivir en esta jungla de asfalto son dignos de respeto mientras no se atente contra nadie. Estoy seguro.
Finalizaré este capítulo indicando que celebro que al menos hayan aparecido o se estén generalizando nuevos vocablos de uso cotidiano (volvemos al tema del lenguaje y los sustantivos), tales como “ecología”, “reutilización” y “reciclaje”. Con ello las lenguas de las naciones “desarrolladas”, se han enriquecido notoriamente. Ha sido una gran contribución, sin duda. Repárese, si no, en expresiones tales como “cementerio nuclear” o “residuo radiactivo”, sin ir más lejos. Hemos llegado alto, muy alto y el principal favorecido en este gran crecimiento, desatado sobre todo después de la última guerra mundial, ha sido, una vez más lo afirmo, el idioma. Hay que agradecerlo y reconocerlo. Así lo pido.

Capítulo III

Pues bien, mis respetados y estimados lectores, sepan que tras tan sesudo y meditado esfuerzo de observación y estudio detallado, siempre que tuve la oportunidad, en las más diversas formas de expresión y transmisión del conocimiento que nos brinda nuestra civilización, opté yo mismo, como alguien que, concienciado de lo limitado de nuestros recursos para un planeta que se queda pequeño para más de 6.000 millones de habitantes, debía convertir el hecho de tirar la basura, cada noche, en un acto de solemne reflexión y de seria responsabilidad.
En este sentido, algún tiempo después de haber llegado a tan firmes conclusiones, una noche, tras volver a casa después de una de esas fiestas de pecado y desenfreno que, de vez en cuando, tan bien vienen al cuerpo y al alma, encorbatado todavía y posiblemente con una copa, o dos de más, poniendo en práctica la costumbre adquirida, cogí el cubo de basura y me dirigí, no al contenedor más cercano, sino al que, aún estando algo alejado, había que ir. Tenía que ser así, pues junto a él estaba también el del vidrio, el de plásticos y latas, el de trapos y el de papel. Tan pequeño esfuerzo bien valía la pena y , de camino, daba ejemplo a otros. Previamente clasificada la basura, en sus respectivas bolsas, la fui sacando del cubo e introduciéndola en su correspondiente lugar. No hubo problema alguno hasta llegar al último, el de mayor tamaño, en el que se debía depositar lo inclasificable, a modo de cajón de sastre, donde todo cabía.
Pude haber lanzado, perfectamente, la bolsa desde un par de metros, sin necesidad de acercarme más. Algunos lo hacen con tal acierto, que el arte y la gracia se aúnan para dar a este sencillo trabajo un aire lúdico y deportivo. Yo no. Por tal motivo, me acerqué hasta el mismo borde y, encontrándolo (curiosamente) tapado, justo al levantar la tapa, un brazo fuerte, me cogió del cuello mientras que la mano del otro asiendo mi corbata, me introducía en el mismo.
Confusión, miedo, espanto…¿qué les puedo decir? Todo esto y más sentí en esos momentos. ¿Qué era aquello?, ¿de qué se trataba?, ¿qué estaba pasando? No comprendía nada hasta que tras desistir de mis esfuerzos, acompañados de todo tipo de gritos de horror y extrañeza, el culpable me decía que no gritase y que no opusiera resistencia, pues por allí, el continuo paso de coches y motos apagaría mis voces y su hercúlea fuerza rivalizaría con la mía venciendo en tal lid. Era un hombre fuerte, sin duda, feo y de sonrisa nada giocondina, etrusca , sarcástica o sardónica. Más bien la mueca de su boca no era de humor sino de pretensión, decisión y fijación en lo que me pedía a la par que mostraba una dentadura rala, cariada y sarrosa, dejando ver claramente el brillo de sus enormes paletas y sus dos incisivos inferiores implantados y realizados en oro. Esto fue lo que realmente me asustó, pues dado a los libros, como soy, no ha mucho tiempo que leí que especies como el dragón de Comodo, tras morder a su víctima, si ésta lograba escapar, no tardarba en morir por las terribles infecciones que los repugnantes bocados de tan hediondas mandíbulas, le habrían provocado.
Bien. Hasta aquí todo claro, ¿no? Lo que tal vez no le resulte tanto a Vds. sea el hecho de que tras el breve forcejeo, encendió una linterna que colgó de un alambre colocado para tal fin en la tapa que inmediatamente bajó. Él en un rincón, junto con un gato de aspecto enfermizo y cara de pocos amigos, y yo en el otro, agachados ambos, nos mirábamos mutuamente. Me dijo que nada temiera, que borrase todo rasgo de pánico de mi rostro y que estaba ante una persona civilizada y honesta. Su acento delataba que era extranjero, casi con seguridad alguno de los cientos de miles de inmigrantes indocumentados y situación ilegal. Tras sacar una baraja mugrienta de una bolsa también mugrienta, vigilada por el también mugriento felino, colocó en el centro, a pesar de la estrechez del habitáculo una pequeña mesa de patas muy cortas. Tan sólo quería echar algunas partidas de cartas conmigo, con la condición de que quien perdiese debía entregar al otro todo cuanto en su poder se hallase en ese momento, nada de lo que fuera de aquel escenario se poseyera. Alucinante, ¿verdad? Pues créanlo porque no exagero ni un solo ápice en todo cuanto aquí relato.
Poco tenía que perder él desde luego a no ser que se tratase de su camisa rota, su pantalón remendado o sus chanclos raídos y de forma y color distintos, lo que daba a entender que no eran del mismo par. Yo, en cambio, tenía una camisa de seda, corbata a juego prendida con un alfiler de plata, pantalón de marca de fina costura, y zapatos de piel de genuino diseño junto a mi reloj de cuarzo y gran elegancia y precisión, mi esclava de eslabones de oro de muchos quilates, un medallón comprado en una subasta a precio muy alto, y varios cientos de euros en una valiosa cartera de piel de Ubrique.
Ni que decir tiene que, aún considerándome un buen jugador, lo perdí todo. No gané ni una sola de las partidas. Me respetó, eso sí, los calzoncillos, por ser hombre de buen corazón, me dijo; pero los calcetines también cayeron, porque aunque agujereados y con sus conspicuos “tomates”, le vendrían muy bien para lavarse o para lavar al gato, y llegado el caso, para hacer el té. Él estaba acostumbrado, ante la escasez de donde venía, a improvisar con lo primero que pillase.
Tras darme la mano, agradecido, y desearme suerte y salud para el resto de mi vida, me dijo que hiciese un esfuerzo por comprender que no hacía aquello por gusto y que bien visto, sólo era una forma honrada de ganarse la vida y reunir algún dinero para regresar a su país de origen y montar algún pequeño negocio del que poder vivir él y los suyos. Sorprendente y digno de un análisis pormenorizado, opino.
Sin embargo, ruego al honorable lector que se ponga en mi situación y juzgue por sí mismo si, llevado por el más enrabietado de los talantes, procedí, sin dilación alguna, tal como me encontraba, cubo en mano (pues éste fue respetado por quien acababa de desplumarme), a dirigir mis pasos y poner la pertinente denuncia en el cercano cuartel de la Guardia Civil.
Nadie de los allí presentes se extrañó de mi presencia en aquella forma y figura. No tardé en comprender por qué. Sencillamente no era el primero en usar de tales servicios de demanda y ayuda. Junto a mí, sentado en un banquillo, había siete u ocho de igual pinta que la mía, y frente a nosotros otro banquillo con otros tantos de igual guisa. Venían de distintos sitios de la ciudad. Los agentes de servicio, y no precisamente por ser verano y además muy caluroso, iban descalzos y encuerados, salvo el calzoncillo, no necesariamente reglamentario y , eso sí, la gorra oficial de obligado uso. Nadie decía nada. Cada uno exponía su experiencia ante un oficial, de gesto adusto, sentado tras una mesa, quien tomaba nota con la mirada fija en el teclado de una vieja máquina de escribir. Llevaba éste su medalla al mérito militar prendida en el pelo de su desnudo pecho y al intentar mirar la hora en su reloj, comprendió que donde solía estar puesto, afloraba ahora una mancha de piel clara que contrastaba con la oscura del resto de su muñeca. Miró entonces al de pared , tras lo cual, imagino, la anotó en el parte que estaba rellenando.

Capítulo IV

No soy, para nada, supersticioso, pero maldigo una y mil veces que coincidiese en trece y martes aquel fatídico dia de primavera en el que mi úlcera duodenal aflorase con toda la virulencia de la que era capaz cuando mi jefe me comunicaba mi próximo cese en la empresa por haberse decidido en la junta directiva una drástica reducción de plantilla, por obsoleta, tras la firme decisión de deslocalizar la producción de la misma. Con todas las de la ley, se trasladaba, la mayor parte de ésta, a un antiguo país del este donde se trabaja el doble por la mitad, con el consiguiente saneamiento de las cifras y la generación de píngües beneficios.
Tras más de seis meses de búsqueda activa de trabajo, sin encontrar otra respuesta que el tan manido “ya le llamaremos”, me consolaba pensando que al menos me quedaban algunos ahorros con los que pagaría mis hipotecas y me permitirían poder vivir algún tiempo más con algo de dignidad.

Tomando la primera cucharada de sopa barata de sobre, frente al televisor, como solemos hacer los innumerables solterones que sobrevivimos en este país como Dios nos da a entender, al no tener a nadie con quien rajar del gobierno en esos momentos, veo con sorpresa las imágenes de los próceres de la política de la Unión Europea que ante las cámaras declaran que se reúnen, con carácter de urgencia, por causa grave y secreta, para tratar de solucionar un terrible problema que se extiende como un reguero de polvora por todo el mundo industrializado.
Observo con asombro cómo la cámara enfoca el rostro( alguno de ellos muy arañado y con signos de mosdiscos alevosos y ensañados) preocupado de ministros, comisarios y presidentes, . Al alejarse ésta, no es dificil percatarse de que todos ellos van sin corbata ni chaqueta, descalzos, sin reloj e incluso sin gafas. El encuentro tiene lugar en el Palacio de la Moncloa por especial petición y ruego del representate del país más afectado. Todo el recinto está literalmente tomado por los mejores integrantes de los Cuerpos de Seguridad y Defensa del Estado. Por más esfuerzo que hago, no consigo ver ni un solo contenedor de basura en ninguna de las múltiples imágenes mostradas. Particularmente, creo saber el serio motivo que impulsa a tan necesario encuentro en tan vigilado lugar. Posíblemente, también el avispado lector.
Por si fuera poco, la siguiente noticia que dan hace que se me atragante el pescuezo de pollo hervido, que comprado por kilos sale muy arreglado de precio: Las entidades financiero-mercantiles “Floro Flipapélico, S.A.(Sociedad Antónima)” y “Alfinsarna, S.H.(Sociedad Homónima)”, en las que tenía mis miserables ahorros, declaran su bancarrota por trapicheos y manos negras, que los representantes de las mismas se apresuran en negar hasta la extenuación.
¡Esta es mi ruína, mi humillación y mi derrota¡, concluí. ¿Y ahora qué? “Y ahora ka que blanquea más”. Es ocioso expresar aquí toda la terrible amargura que se apodera de quien todo lo ha perdido y sabe que más pronto que tarde caerá en manos del despiadado acreedor que se frotará las manos a costa de quien ha caído en desgracia. Ni que decir tiene que los siete ucho pescuezos que aún había en el plato y los dos higos secos que habían de servirme de postre, ni los toqué. Se me fue el apetito de repente y no hacía más que dar vueltas y vueltas alrededor de la mesa con las manos en la tripa por descomposición del contenido (escaso) de la misma y por la nueva visita de mi vieja amiga la úlcera que hizo acto de presencia en cuanto fue llamada a escena. Colera, indignación, rubor, espanto, desesperación…todos los calificativos son pocos para describir la situación en la que estaba. Así estuve durante más de dos meses y medio, sin apenas salir a la calle, hasta que lo vi claro. Lo había tenido delante de mí y no había reparado en ello. ¡Eureka!, lo encontré. Había una solución. Sólo tenía que buscar en el ordenador, antes de que me lo embargasen, dónde conseguir el libro “Yo y mi baraja. Memorias de un tahúr”, de un tal Luis Remigio Ñamense Troncoso, de la editorial Zopeña, que, según me constaba, era la que mejor traducción había hecho de este valioso manual. Una vez adquirido, antes de que se agotara, por grande y desmedida demanda, sólo me restaba quitarle la hucha a mi sobrino el mayor, y con el importe, así obtenido, marchar cuanto antes a algún país cercano y que todavía, por razones obvias, no haya sustituido los contenedores de segunda generación de plástico grueso con tapadera por los nuevos, soterrados, que sólo se distinguen por su bocana en forma de pequeño buzón que sobresale a flor de tierra, quedando el depósito bajo la misma, ya que éstos serían mi sentencia de muerte.

P.S.: Tan innovador sistema de recepción de basura, ha supuesto la ruina de muchos de mis compañeros. Curiosamente empezaron a instalarse justo después de la reunión del Palacio de la Moncloa. Por algo sería. Sé que aunque más estéticos, son mucho más difíciles y desagradables de limpiar. Jueces de mente preclara y mano firme castigan con frecuencia a estos quehaceres a quienes arrojan desperdicios indiscriminadamente por campos y ciudades.

FIN
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Enviado: 07-06-2006 23:30
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horacio por desgracia esto no tiene remedio ,aqui no hay cultura medioambiental en otro paises por ejemplo francia suisa o austria y mas paises no ves tanta mierda por la cuidades y en los parques naturales todo limpio no aqui, por ejemplo el parque natural de la sierra de andujar ,cuando subes por la carretera las cunetas estan llenas de latas y bolsas de basuras Triste esto es deprimente ,lo malo que quien las tira son chavales y los pradres tambien Enfadado - Angry yo veos que aqui es como si no importa lo de fuera de casa ,porque yo me supongo que esos cerdos de dos patas no van tirando las latas de cocacola debajo las camas y las colillas en el suelo no? creo que aqui la evolucion esta muy congelada ,muy bien horracio por escribir esto pulgar arriba un saludo
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Enviado: 08-06-2006 12:44
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Por desgracia el ser humano es destructivo y los que somos de origen latino mas, que cuesta meter los envases de glucosa,gel, barritas, etc.. en un bolsillo del maillot y luego vaciarlo en una papelera, lo dara el clima, por lo que veo los giris son muy cuidadosos con estas cosas, claro hasta que vienen e españa y ya se comportan como nosotros.
Diablillo Llorón
un saludo pulgar arriba
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Enviado: 08-06-2006 13:53
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Cita
horacioclaudio
Sé que aunque más estéticos, son mucho más difíciles y desagradables de limpiar. Jueces de mente preclara y mano firme castigan con frecuencia a estos quehaceres a quienes arrojan desperdicios indiscriminadamente por campos y ciudades.

Verdad tenía que ser, a ver si la próxima vez se lo piensan risas risas risas . De verdad, no sé que trabajo cuesta meterse en el maillot un papel de plástico que pesara..., ¿cuánto?..., ¿3 ó 4 gramos? Ah, bueno, es que el peso es el peso... Hay que fastidiarse sad smiley .

El relato, muy bueno, como acostumbras guiño smiling smiley .



Miguelico, anteriormente conocido como Miguel Lamberto, más anteriormente conocido otra vez como Miguelico... Perdido Acalorado Loco - Crazy
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horacioclaudio
Enviado: 08-06-2006 23:08
Joven Miguelico: He visitado tu página. Es ecúmbrica, ya lo creo. la excursión de la Silleta del Padul, la hicimos este otoño justo por donde vosotros, pero en bici. Puede hacerse, siempre y cuando vayas apeado por la cuesta que caracolea hasta el collado, para volver luego a Dílar por Ermita Vieja. Fue fenomenal. Me han encantado tus fotos, en especial la del plato alpujarreño, el mismo que pedí en un restaurante(mejor no decir el nombre, porque ya no es lo era ) de Trevelez tras estar trepando un par de días por la Sierra, y ¡no tenían de eso!. Alucinante.Pero no hay problema, sé de sitios donde lo siguen poniendo, exquisito y a buen precio. Un abrazo.
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Enviado: 10-06-2006 00:26
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chino amablechino amablechino amable

Me alegro de que te haya gustado mi página. Lo malo es que la tengo muuuuuuy abandonada desde que empecé a trabajar, allá por noviembre, como interino al servicio de la enseñanza de nuestros jóvenes (y jóvenas risas ).

A ver si ahora que viene el periodo vacacional tengo más tiempo para volver a recuperar las excursiones y para poder estrenar la nueva montura que me he agenciado, la cual os presentaré en cuanto pueda, pues muy contento estoy de ella smiling smiley.


PD. La foto del plato alpujarreño es genial, pero es mejor lo bien que sienta comerse "eso" después de estar unos cuantos días andurreando por las altas cumbres risas guiñosmiling smiley.

Un saludo y sigue deleitándonos guiño.



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