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horacioclaudio
Enviado: 22-04-2006 00:01
Estimados y respetados foreros: Hoy he sido muy feliz. He estado dándole a los pedales, por vez primera, en la sierra de Huétor. Antes la he pateado con mis "Chirucas" y mi mochila. En bici es otra historia. Ecúmbrica experiencia. Proclamo. La única pega ha sido que el dolor en la ingle me ha dado bastante la vara.Haré caso a los sabios de este foro e iré al médico. Anuncio.
Por otra parte, pediros perdón porque el presente relato, un alegato en favor de la vida, es un poquitín más largo que los anteriores. Agradezco vuestra lectura. Un abrazo.



REO DE MUERTE



CAPÍTULO I

Ni los más viejos reviejos del lugar (hoy diríamos pueblo) se atreven a comentarlo por temor, claro está, a las posibles represalias, maledicencias , descrédito y opinión sobre ellos o los suyos, aunque ya tengan una pata aquí y la otra en el “Patio de los Callaos”. No obstante, yo estoy totalmente convencido de que el temor real es a la maldición, que sin que haya constancia de ella es la que realmente ahuyenta a hablar del asunto, y no solo a hablarlo, sino tan siquiera a mencionarlo. La MALDICIÓN, ciertamente , y ello hay que admitirlo, tiene y ha tenido su peso desde la Noche de los Tiempos sobre la condición humana y , por extensión, sobre la civilización en general, en todo tiempo y lugar. Háblese del “Mal de Ojo”, del “Vudú Macabro”, de “La Santa Compaña”, de “Las Almas en Pena”, de “Los Duendes del Patio Pino”, del “Carranco Sotao”, del “Jinete sin Cabeza”, del “Caballero con la Mano en el Pecho”, del “Caballero con la Mano en el Techo”, del “Caballero de la desdicha” y del “Caballero con la mano en la …(bueno, a éste, mejor lo dejamos para otra ocasión)”, del “Holandés Errante”, del “Buque Fantasma”, del “Fantasma del Buque” y también del “Buque sin Fantasma” y del “Fantasma sin Buque”, por no hablar del “Conde-Duque” (el de Olivares, claro ) y por supuesto del “Archiduque” ( el de los Melonares, claro); sin dejar en el tintero a la “Mano Negra”, “La Bestia Negra” y acabando con la “Peste Negra”, que todo en resumen responde a lo mismo, esto es : Al miedo, al canguelo o al cagarre, como se quiera ver y entender.

La fortaleza (hoy diríamos Centro Penitenciario) en cuestión, estaba bastante retirada de la aldea , edificada en un promontorio rocoso azotado por sus caras Norte, Oeste y Sur, tanto de día como de noche, por el mar tenebroso .Tan sólo estaba unido a tierra firme por una estrecha franja de rocas y grava, sobre la que se construyó el camino hasta la misma, con no pocos esfuerzos y quebrantos de cabeza que acabaron con la paciencia , e incluso con la vida de más de un ingeniero, pues tan difícil estaba la cosa. Pero tras casi seis años logró acabarse . Curioso, realmente curioso; sobre todo si se tiene en cuenta que el edificio en sí, se construyó en tan solo tres y medio. Y es que había un misterio aún sin resolver . Aunque fue y sigue siendo objeto de estudio y pormenorizado análisis por mucha gente de ciencia , en muy raras ocasiones, la distancia de la aldea a la fortaleza es la misma que de la fortaleza a la aldea. He ahí el problema. Impresionante, ¿verdad? Juzquen Vds. mismos y lleguen a la conclusión que estimen conveniente.

Se decidió tal emplazamiento por ser estratégico y estar alejado, a excepción de la referida aldea, de todo núcleo humano. Construído con sillares de piedra caliza de buena calidad y firmes barrotes, daba un aspecto de solidez tan asombroso que todo penado al llegar a su nueva morada y confinamiento se sorprendía al verlo y abandonaba todo plan de huída antes incluso de ser encerrado en su correspondiente celda .


El alcaide (hoy diríamos director) era un hombre de gesto adusto, mirada profunda, labio caído, bigote encanecido y visto de cerca, rostro cadavérico en general . Quienes le conocían bien sabían que era persona de pocos , pero que de muy pocos amigos que no fuesen su propio perro o su gato, que por otra parte se llevaban fatal entre ellos y jamás se les veía juntos. Gozaba de un brillante expediente profesional y jamás había incurrido en falta alguna . A decir verdad, nadie de sus superiores, inferiores e iguales lograba explicarse por qué voluntariamente había elegido aquella prisión tan alejada, siniestra y tan poco apta para progresar en la escala de la Dirección General de Prisiones (hoy diríamos Dirección General de Instituciones Penitenciarias). Algunos sospechaban que huía de algún “asunto de faldas”, otros , incluso que “de pantalones”, y los menos que en el fondo era hombre dado a la reflexión interior y la filosofía profunda y que lo que pretendía era encontrarse a sí mismo en tan remoto lugar.

CAPÍTULO II

La ejecución estaba fijada para ese día sin posible dilación, lloviese o tronase. Estaba firmada, rubricada y sellada por el Presidente, El Ministro, el Secretario de Estado, el Director General, y el señor Alcaide. Con las primeras luces del alba, como viene siendo costumbre, llegaron los dos ( 2 ) verdugos (hoy diríamos ejecutores), junto con el alcaide y dos carceleros (hoy diríamos funcionarios de Instituciones Penitenciarias), en busca del condenado . Sus pasos , diríase que a propósito remarcados por ellos mismos, se venían oyendo en aquel silencio sepulcral, o conventual (que también vale para el caso), desde el inicio del lúgubre pasillo, apenas alumbrado por dos o tres ventanucos. Prorrumpieron en la celda tras un grave ruído de llaves, cerrojos, candados, cadenas , cerraduras varias y un par de combinaciones maestras propias de las cajas fuertes, hoy en bastante desuso por complicadas cuando no imposibles de resolver.

El pobre preso (hoy diríamos interno) había pasado, como es tradición inveterada, toda la noche en vela con el pater (hoy diríamos cura o sacerdote). Jamás llegó a saberse su nombre real ni fecha de nacimiento, pero sí su delito flagrante y su conducta , en general, según la opinión de Procuradores Generales y Oidores (hoy diríamos fiscales y jueces respectivamente) como socialmente inaceptable. De esta forma, estaba tan sólo registrado, marcado y anotado como el nº. 13. Dichosa casualidad. Era hombre de pocas palabras, poquísimas, más bien ninguna . En realidad era mudo de nacimiento, pero tan sólo él mismo y su madre eran conocedores de ello. Se avergonzaban al pensar que podía haberse tratado tal desgracia e inconveniente de una , cómo no, maldición de alguien cargado de odio contra la criatura , de tal modo que le echó “el mal de ojo” justo al venir a este mundo. Todo eran suposiciones, claro (al menos ese es mi punto de vista). La madre jamás refirió nada de este asunto a nadie, absolutamente a nadie, ni siquiera a los de mayor confianza. También ella era mujer de pocas palabras, de poquísimas, más bien de ninguna. En realidad también era muda de nacimiento.

Siempre fue este pobre hombre (esto se ha sabido recientemente) poco sociable . Tal conducta la había heredado, según dicen los que lo conocieron, de su padre, quien a su vez era todavía menos sociable, pues tan sólo se relacionó una vez en su vida y fue con su esposa para “encargárselo a la cigüeña” y que le ayudase en las tareas propias del campo . En esto tampoco hay consenso pues hay quien lo niega rotundamente ya que hay rumores de que su mujer se “llevaba muy bien” con el pregonero del pueblo, quien una fría mañana de invierno fue encontrado sin vida frente a su chimenea aún encendida y con signos de violencia. Este sujeto tenía muchos enemigos en el pueblo ( todos ellos casados) y la versión oficial , acordada entre todos e incluída en el informe oficial del médico forense, fue que murió por causas naturales.



CAPITULO III

Dada su experiencia , no tardó uno de los verdugos en maniatar al justiciable y encaminarlo hacia el patio de ejecuciones. Todos en solemne cortejo se dirigían a este fatídico lugar del presidio precedido por una enorme puerta de la cual sólo disponían de la llave el señor alcaide y el Director General de Instituciones Penitenciarias, de obligada presencia en el acto, pero que argumentó indisposición a última hora para no presentarse, esto es, para escaquearse. Nunca le gustaron demasiado este tipo de festejos. La verdad, se supo, más tarde, es que prefirió quedarse con su amante en la cama, toda vez que le resultaba bastante más placentero el placer carnal que el “ejecutorial”en cuestión.

CAPITULO IV

Allí estaba: Imponente, majestuosa, silenciosa, impertérrita. Se ve que no tenía prisa. Para eso la habían diseñado y construído con la mejor madera de roble y el más trabajado de los aceros. Me refiero naturalmente a la GUILLOTINA. Llevaba más de cuatro años esperando esta ocasión, y bien podía esperar otros tantos. Como bien he dicho, no tenía prisa. Hoy tenía trabajo. La última vez que realizó su infame labor fue con un indivíduo acusado de quemar un rastrojo, afeitarse en seco cada día y tener por uso y costumbre llevar un calcetín sí y otro no , conductas, todas ellas, constitutivas de delito y merecedoras del despescuezamiento, descabezamiento y muerte. Cumplió con su deber en décimas de segundo con tan espectacular eficiencia que a la víctima no le dio tiempo de saber si estaba viva o muerta hasta bastante tiempo después de que su cabeza cayese en la cesta de mimbre dispuesta para ello. Se sentía especialmente orgullosa de su agudísimo filo, prerarado, esmerilado, pulido y abrillantado para su cometido, del cual se sentía responsable plenamente y se enorgullecía hasta la soberbia por ello.


Todos la contemplaban fríamente a excepción del reo, que jamás había visto nada igual ni había, tan siquiera, oído hablar de ella. Estaba , por decisión del alcaide, situada exactamente en el centro del patio que se abría tras la puerta mencionada. De este modo, todos los presos podían verla cada día , pues las ventanas de las galerías daban a él. Nadie dijo nada , incluso el pater cerró su biblia y guardó severo silencio, aún más que el obligado por penitencia en sus tiempos de seminarista. Sin duda, estaba bien enseñado.

CAPITULO V

Caminaron despacio hasta la pequeña rampa de acceso a la vil cuchilla. Ya sólo los dos verdugos acombañaban al descabezable sujetántolo cada uno de un brazo. Siempre lo hacían así, aunque en esta ocasión no hubiese necesidad alguna, por encontrarse el reo, nadie se lo explicaba, absulutamente tranquilo. Incluso sonreía y mostraba un extraño aire de sorpresa. Fue colocado hábilmente cabeza abajo e inmovilizado en esta postura en el hueco del artefacto destinado a tal fin.

El pater , no abrió su biblia en esta ocasión, sino que con una voz grave, profunda, con personalidad, comenzó a rezar en un perfecto latín, fruto de muchos años de aprendizaje y preparación. Uno de los verdugos ya tenía en la mano la cuerda de la que bastaba con dar un fuerte tirón para que se deshiciese el nudo maestro que sostenía la hoja de acero en todo lo alto. Este tipo de nudo estaba especialmente estudiado para esta función. Todo buen verdugo,que se preciase de ello, sabía hacerlo. Mal asunto si no fuese así, ya que todo el espectáculo se vendría abajo por una simple lazada. Era conocido como”ligadura de desate rápido”, o más coloquialmente como “ligadura del ladrón”. Bien hecho es realmente eficaz. No lo hay mejor.

Después de mirar durante unos segundos al cielo, a instancias del señor alcaide, dio el temido tirón con tal fuerza que casi se cae del patíbulo. Pero esto estaba previsto, no era la primera vez que le ocurría y sabía perfectamente guardar el equilibrio. Conocía bien su trabajo.

¡Sorpresa!: La hoja no había bajado por sus correspondientes carriles. Estaba empotrada en el mismo sitio, no había cedido ni un solo milímetro.
El asombro del séquito, y de los presos que miraban desde sus ventanas era indescriptible, esto es, inenarrable. Nuestro reo seguía, una vez más, tan tranquilo. No sabía, por más vueltas que le daba al asunto, de qué iba todo aquel juego. Siempre fue un tipo bastante, mejor dicho, sobradamente mentecato, o sea de cortas luces, en otras palabras, un perfecto imbécil (hoy se diría gilipollas). No era esta caracterítica de su personalidad algo que le hubiése venido bien hasta que fue apresado, juzgado, condenado y parcialmente ejecutado. Jamás entendió nada de nada desde el primer momento. Tan sólo en la soledad de su celda se preguntaba con frecuencia que por qué estaba rodeado desde los últimos cuatro años de gente tan extraña y porqué le daban de comer gratis en tan raro lugar.

CAPÍTULO VI

Hubo un preso que, fuertemente agarrado a los barrotes de la ventana y a pleno pulmón gritaba que aquello era un milagro y que el Todopoderoso había intervenido evitando la muerte de alguien cuyo único delito había sido violar durante varios años seguidos a las gallinas del vecino, sin que éstas mostrasen, al parecer, ningún tipo de inconveniente, hasta que fue sorprendido en pleno acto por el dueño de las mismas.

-¿Qué diablos es esto? Gritó el alcaide . Los dos carceleros se miraban mutuamente sin decir nada y el pater se arrodilló en el duro suelo y mirando hacia el cielo sostenía fuertemente la biblia contra su pecho. No decía nada. Callaba. Estaba como fuera de este mundo, ausente, transido.
En esto que el verdugo que hizo magistralmente el nudo y tiró de la cuerda, miró con terrible enfado al compañero y le espetó en pleno rostro que el culpable de todo esto era él, pues la noche de antes habían acordado (eso sí, entre trago y trago de cerveza, vino, ron , ginebra, coñac ,whisky y algún chupito que otro de Anis del Mono) que debía ser él el que desoxidase y engrasase la guillotina, pues éste era su trabajo. El otro dijo que habían quedado en justo lo contrario y que él para nada era responsable, pues bastante hizo con maniatar al reo y transportar el maletin con los productos necesarios para tal labor. En esto que, el uno por el otro y el otro por el uno, se enzarzaron en terrible contienda culpandándose mutuamente y arrojándose sapos, culebras, lagartos, tortugas, y maledicencias e insultos de todo tipo. Pero lo que realmente envalentonó al del nudo fue cuando el otro, tras mencionarle a sus pasados y antepasados, incluída su propia madre, le dijo con estridente voz y con auténtico sadismo malhiriente que había sacado las oposiciones a verdugo por enchufe, mientras que él había sufrido cinco duros años de academia tras acabar las carreras de Derecho, Económicas e Ingeniería de Caminos mientras que él no tenía ni el Graduado.


Para qué le dijo más. Se dirigió con su vieja pero no por ello menos eficaz navaja barbera, que sacó del fondillo de los pantalones (no en balde se ganaba un dinero extra como barbero durante sus largos períodos de descanso para acabar de una vez por todas de pagar la hipoteca del piso, que pesaba sobre él como una losa desde hacía casi treinta años, tal vez más). Le arreó un tajo en el cuello con tal rapidez, que ipso facto cayó muerto, sin vida, cadáver, incluso fallecido y fenecido. Todo fue inesperado y rapidísimo, sin que les diese tiempo a reaccionar a los dos carceleros, a quienes también les dio muerte, al intentar detenerlo tras su crimen, usando el mismo arma y la misma estrategia. Tal era su grande habilidad en el manejo de su “herramienta”. Fue entonces cuando el alcaide, lleno de confusión, ofuscación, espanto, dolor, ira y rabia, descerrojó un balazo en plena frente a tan terrible homicida, usando su arma reglamentaria. Hubo un silencio absoluto. Hasta los pájaros callaban . El pater seguía arrodillado y abstraído. No se había inmutado ni por un solo momento. Seguía con la mirada clavada en el cielo, como esperando alguna señal o mensaje del Más Allá. El reo seguía mirándolo todo con su habitual extrañeza y diciéndose a sí mismo que todo aquello era muy raro.

El alcaide miró a su alrededor. Recorrió con su vista los 360º que describió en su lento pero firme giro hacia las galerías que daban al patio. Nadie decía nada. Arrojó el arma al suelo y se dirigió al patíbulo. Había comprendido que realmente el culpable era él y nadie más que él, por instalar la guillotina al aire libre y no en lugar cerrado, durante años. El óxido había, literalmente, soldado la hoja descabezadora a los carriles metálicos de descenso por los que tenía que pasar. Ésta era la causa. Lo entendió todo. Volvió a anudar la cuerda como dios le dio a entender, pues este no era su trabajo. Con mirada fija y serio hasta la acritud trepó hasta encontrarse con la parte superior del artefacto y dando golpes y más golpes con la suela de su propio zapato logró liberar la hoja, no antes de escupir todo lo que en su boca tenía, incluyendo sus más repugnantes esputos gargajáceos y los mocos de sus narices, llegando incluso a orinarse en la parte oxidada , pues tal era su fijación. Bajó tal como había subido, o sea, serio, muy serio, realmente serio. Soltó al reo que seguía sin comprender nada y tras indicarle que bajase al suelo, tomó él su lugar y gritando : “¡Lecter, Lecter, maldito Lecter!”, soltó la cuerda que previamente había desanudado y sostenía con su mano derecha . La guillotina, esta vez sí, cumplió una vez más a la perfección con su trabajo. El Alcaide se había autodegollado.

CAPÍTULO VII

Fue, curiosamente, este ruído seco y penetrante el que devolvió al pater a la pura y dura realidad que le rodeaba. No salía de su asombro y estupor. ¿Qué había pasado allí durante su ausencia? ¿Quién le daría una aceptable y objetiva explicación de lo acontedido delante de su persona sin haberse enterado de nada? También él miró los 360º de su giro hacia las galerías repletas de cabezas de presos atónitos tras las rejas. El silencio seguía imperando.

Fue el “parcialmente ejecutado” quien tomó de la mano al pater y se dirigió con él a su celda pues bien sabía que hoy era domingo y el desayuno no tardaría en llegar.: chocolate con churros y a veces una torrija que otra. Esto no se lo perdía él por nada del mundo, y aunque mentecato, era bastante pillo y astuto. Pensó que si le veían con su acompañante, tal vez también a él le diesen la misma pitanza y en un momento dado podría afanarle algún churro que otro sin que se enterase, ya que no en vano aquel tipo vestido de negro de pies a cabeza se lo merecía por haberle hecho pasar toda la noche en vela leyendo un grueso libro y hablándole de esta vida, de la otra y de lo que hay enmedio.

EPÍLOGO


Al reo se le perdonó la pena de muerte, pues la normativa penal vigente prohibía una segunda ejecución. Actualmente sigue recluído y muy contento, por cierto, teniendo en cuenta que el alcaide sucesor le deja cultivar el huerto del presidio y cuidar las gallinas, cosa que hace con más frecuencia de la debida. Todos en el penal saben por qué.

Los verdugos están enterrados en el mismo patio, escena de los dramáticos acontecimientos, pues ningún Camposanto se dignó a acogerlos en su seno. Sería una vergüenza terrible. Nadie, en la prisión, se acerca a sus tumbas. Hay mucho recelo al respecto.

Los carceleros recibieron cristiana sepultura y están enterrados (con estos no hubo problema) en Camposanto. Los enterraron “muy juntos”, a petición del Pleno del Ayuntamiento del que pertenecían, ya que siempre se supo que eran inseparables, “realmente inseparables”.

El resto de presos sigue guardando silencio, a excepción de uno. Al igual que los de la cercana aldea temen a las maldiciones (supuestamente existentes) si comentan algo de lo allí sucedido. Ya pueden salir al patio, y la puerta que daba acceso al mismo fue cambiada por una más humilde y sencilla , disponiendo todo el personal de llave para la misma.

El alcaide, más tarde se supo al incinerar su cadáver (ésta era su voluntad en vida, y así lo dejó reflejado por escrito y ante Notario), tenía una una pierna ortopédica de rodilla para abajo, se la había devorado un preso en su anterior destino . Fue la obra de un tal Lexter, Hannibal Lexter. Y fue tanta la vergüenza, que ésta y no otra fue la causa de su cambio, extrañísimo, por su propia voluntad, de destino a tan remoto lugar. Quería olvidar.



La guillotina, en una tarde de un día calurosísimo de agosto, ardió en su totalidad. Todos en el recinto penitenciario saben que el incendiario fue el recluso que se atrevió a hablar, quien le arrojaba colillas encendidas uno y otro día durante el consuetudinario paseo de media hora de después del rancho , consiguiendo finalmente su objetivo, a sabiendas, sin importarle el castigo, que estaba totalmente prohibido acercarse a ella. Se dice que con su hoja, clavos, tornillos y demás partes metálicas, no fácilmente combustibles, tras fundirlas se ha hecho una campana que aún suena en alguna iglesia o convento desconocido. No hay constancia de ello.

Y en cuanto al pater… ¿Qué les voy a decir a Vds. de este buen hombre?. Pues que el pater soy YO, si no, ¿ quién diablos iba a contar tan tremenda historia con tanto conocimiento? Por cierto, el único reo, fallecido recientemente con unas extrañas marcas en manos y pies (se dice que por la maldición que le cayó al hablar del tema , aún hoy tabú), fue el que me contó con todo lujo de detalles lo que aconteció mientras, de rodillas estuve …digamos que ausente.


REFLEXIÓN

A mi buen entender, y presumo que al de gran parte de los lectores, si en lugar de dos verdugos hubiese habido uno y tan sólo uno, que para tal labor y cometido, habría sido bastante, la terrible historia, aquí referida, hubiese sido total y radicalmente distinta. ¿Por qué entonces eran dos? Toma, pues, cuerpo y forma la firme idea de que en efecto el 2º verdugo ocupaba esta plaza por “todo el morro”, esto es, estaba realmente “enchufado”. Estaba de más. Sobraba. Las acusaciones del 1º estaban totalmente fundadas . Murió diciendo la verdad doliente.

CUESTIÓN ÚLTIMA

¿Acaso el ávido lector no se ha preguntado por qué los demás carceleros y personal vario de la prisión no acudieron al tumulto, escándalo y vociferío del patio?
Hay sólida y clara explicación al respecto: Al ser domingo,tan sólo había cuatro funcionarios, que no se enteraron de nada, absolutamente de nada de lo allí acontecido. Dos de ellos llevaban durmiendo debajo de sus propias camas sobre una manta dispuesta a tal fin desde que entraron de servicio, para no ser serprendidos por nadie, ni por presos ni por el resto del personal laboral, ya fuese contratado o funcionario de carrera, aunque en realidad todo el mundo lo sabía, pero “hacían la vista gorda”. Los otros dos jugaban a las cartas en una habitación retirada, tan entregados a su lúdica pasión que se dice que incluso uno de ellos tras haberlo perdido todo en absoluta entrega a la causa del póker llegó a jugarse a su propia mujer (era un machista impresentable…, de la vieja escuela), algo que el oponente rechazó de forma tajante ( no porque fuese hombre de justo raciocinio, y civilizado) sino porque la conocia y sabía de su “simpar belleza” y “carácter endiablado”.
El resto estaba o bien de vacaciones, o bien dado de baja, o era el día que , según convenio, le correspondía por “asuntos propios”.

CONCLUSIÓN

Tras muchos años de seminario, meditación, reflexión y profesión, he concluído que todo ser humano, sin excepción, tiene algo bueno aunque sea su AUSENCIA.
FIN DE AQUESTE RELATO CORTO (hoy diríamos breve)
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Enviado: 22-04-2006 18:26
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pulgar arriba
Moraleja:engrasa tu bici. Eso es lo que quieres decirnos ¿no? risas
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Enviado: 22-04-2006 22:37
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sorprendido sorprendido la virgen horacio que gente mas chunga habia risas risas pulgar arriba
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