Era un sueño pendiente con pendiente, con muchísima pendiente.
Desde que hace tiempo vi uno de los reportajes de Viejolobo, lo tenía en cartera. Al principio, sólo pensé en llegar a Veta Grande; el resto, francamente me daba miedo. Pero la vida te guarda sorpresas que ni tú mismo te atreves a pensar.
El año pasado, muy bien acompañado, me deshice de parte de una de mis más atávicas fobias y conseguí subir la Fidel Fierro. Este año, después de mucho pensarlo, de pasar algún que otro desvelo, me aventuré con la arista de los Machos en compañía de un selecto grupo de Ytantos. Para culminar ese gran objetivo, únicamente me restaba esperar a que se me brindara el momento propicio para intentar convencer a algún valiente para que me acompañara (de natural soy muy cobarde y el reto en solitario me superaba).
De pronto, surgió la oportunidad: Boticario proponía repetir la arista de los Machos desde Veta Grande terminando por la Fidel Fierro de nuevo. Estaba claro, esa era la ocasión que tanto había esperado. A mis compañeros les propuse que me acompañaran… Nadie dio un paso al frente. ¿Sería culpa de mi mala fama? Un debate interior me incendió por dentro. ¿Era prudente intentarlo en solitario? En realidad, si lo planeaba bien, podría hacer la parte final del recorrido con los Ytantos y eso reducía el riesgo en gran medida. Sin dejar de buscar a alguien que se apuntara en el último momento, empecé a recopilar toda la información que pude. En esto, Viejolobo fue vital; él me dio todas las referencias que conocía (que son muchísimas). Después contrasté la información con José Luis (que también había hecho la ruta varias veces) con la secreta intención de que me acompañara. Mala suerte; le resultaba imposible.
Había que decidir, o iba solo o había que renunciar. Finalmente, hice de tripas corazón y me propuse intentarlo. El plan era salir muy temprano desde el aparcamiento en el Río San Juan, llegar hasta el pie de la Loma del Lanchar e iniciar la aventura propiamente dicha.
A las 4:48 de la madrugada del sábado 18 de Septiembre me puse en marcha dirigiendo mis pasos hacia la oscuridad total de una noche sin luna.
Nada más empezar a subir el primer tramo de la Vereda de la Estrella, un par de lucecitas tímidas y brillantes me sorprendieron desde una corta distancia. Algún ser vivo más andaba despierto a esas tempranas horas. Aquellos ojos fueron mis acompañantes durante los siguientes noventa minutos. Gracias a un zorrillo curioso y tenaz se me pasó más rápido el tránsito por la vereda y se me aplacaron un poco los nervios. En su compañía, fueron quedando atrás el Abuelo, los barrancos de las Tormentas y de la Loma del Muerto, el Arroyo de Cabañas Viejas, el cruce del Vadillo, los cortijos de la Probadora y de la Estrella, y, casi sin querer, me planté en el puente sobre el Guarnón.
Había llegado al punto sin retorno. Eran las 6:24 y la oscuridad aún era total. Antes de iniciar la Loma del Lanchar, me tomé un plátano y un poco de Acuarius. El corazón me latía con fuerza aún sin un motivo físico que lo justificara. No di con la vereda que me habían anunciado y decidir empezar a subir con la esperanza de encontrármela en algún momento. No hubo suerte, subí y subí deseando ver dibujarse sobre el horizonte algún tímido anuncio de amanecer.
Después de algo menos de una hora, me tropecé con el primer resalte. Recordé las palabras de Viejolobo: “siempre por la izquierda”. Volví sobre mis pasos por primera vez esa mañana y debido a la escasa luz tuve mi primer y único traspiés. Consecuencia: un golpe en el codo sin mayor trascendencia. Estaba solo y tenía que estar concentrado; si se repetía aquello podría no tener tanta suerte.
A eso de las ocho ya podía ver algo de lo que había subido y aún pensaba que mi plan de llegar antes de las 10:30 a Veta Grande era más que posible.
Obsesionado con evitar los “destrepes” y los resaltes, fui eligiendo, casi sistemáticamente las peores de las opciones; hasta en cinco ocasiones tuve que retroceder sobre mis pasos antes de llegar al único punto realmente complicado: el rapel de la cota 2.670.
A las 8:56 creí que aquello que tenía al alcance de mi vista era el mencionado resalte, así que decidí que, para abreviar, debería atacarlo por la izquierda directamente. Un nuevo error: aquel no era el lugar imaginado y para rodear por ese lado tuve que rectificar un par de veces.
Con tanto error, me planté en la corraleta desde la que realmente hay que iniciar el verdadero rodeo a eso de las 9:51. Tampoco ahí acerté con el camino correcto a la primera y me costó retroceder dos veces más; ¡para matarme, vamos!
Era demasiado tarde, pero la esperanza es lo último que se pierde. Si apretaba un poco y contando con los largos desayunos de los Ytantos quizás podría unirme a ellos. Conseguí finalmente llegar a la piedra con cabeza de leopardo a las 10:07, pocos instantes antes de que sonara el teléfono por primera vez. Era Boticario. Acababan de llegar y me preguntaba por mis planes. Tenía Veta Grande a la vista y tuve la ilusión de que podría recorrer aquel trecho en media hora; ¡hora y veinte tardé finalmente!
Les había oído dar voces e incluso creí que me hacían gestos con los brazos. Finalmente perdí sus siluetas dibujadas sobre el puntal de Veta Grande. Cuando llegué allí comprobé que hacía un buen rato que habían continuado la marcha ya que no se les veía por la zona.
Decidí descansar un poco, tomar un nuevo plátano y rehidratarme bebiendo un buen trago de Acuarius. Estaba animado pero notaba ya los metros recorridos en las piernas; si quería llegar arriba tenía que continuar pero con un ritmo más lento.
Después de algo menos de diez minutos de lucha interior continué la marcha. En el mismo collado de Veta Grande intercambié unas palabras con una pareja que iba camino del Mulhacén; me contaron que tenían pensado pasar por Laguna Larga con la intención final de dormir en la Caldera o Villavientos. Me vino bien un poco de charla.
El resto era terreno mucho más vertical pero conocido. Empecé a subir hacia la arista de los Machos cuando sonó de nuevo el teléfono. Boticario me decía que estaban a medio camino de la arista. No me podían ver ya que estaba detrás del resalte previo al paso más apretado del camino. Asegurados de que seguía vivo todos continuamos con nuestros respectivos planes.
Yo no tenía intención de pasar por la cresta de la zona previa a la arista propiamente dicha y me desvié por la izquierda una vez más. Durante un rato pude ver a los Ytantos coronando los Machos. Era mi turno. Empezaba casi una hora de trepadas. Despacio, metro a metro, fui ganando altura obligando a mis piernas a seguir cuando ya no querían hacerlo. Aunque parezca mentira a estas alturas del año, el hielo tímidamente ya va buscando sitio en las umbrías.
Hice cumbre a 13:40. Sentía ganas de gritar pero me contuve; aún restaba un buen trecho hasta coronar mi objetivo. No llevaba ni un minuto sentado cuando, de nuevo, sonó el teléfono. Que si yo era ese puntito amarillo que se veía sobre los Machos. ¡No iba a ser! Hablaba de nuevo Boticario desde la cima del Veleta.
Me tomé el último trago de Acuarius, una ciruela y reemprendí la marcha ilusionado porque no fuera verdad lo que me habían dicho por teléfono: “te esperamos tomando una cerveza en los Albergues”. Si finalmente no iban a estar allí, ¿quién me iba a sacar la foto?
Hice Zacatín, Salón y Campanario y me presenté al pie de la Fidel Fierro a las 14:34. Sentía una mezcla de agotamiento e ilusión contenida. Decidí ponerme el casco por si caía algo de arriba.
A las 14:49 el objetivo estaba conseguido. Tampoco pude gritar; estaba solo y rodeado de gente extraña.
Pero ahora sí, ahora, aquí, también solo, en el despacho, al recordarlo todo, toda mi persona grita de alegría. Es un grito sordo, extraño, íntimo, pero un grito al fin y al cabo. Creo que cada vez que lea esto, todo mi interior estallará en una explosión liberadora.
Dedicado a Lluvia.
Editado 1 vez/veces. Última edición el 22/09/2010 21:40 por Trevenque.