Al cartel luminoso de bienvenida que anuncia qué pistas están abiertas:
Ahí se ve bien a qué hora llegué. Había tiempo para seguir haciendo fotos. A Cogulla en lontananza, con los cañones de Labert a toda máquina:
Al Hütte de Remáscaro y al final de la pista de Les Pllanes, también cañoneada a todo trapo:
A los cristalitos de hielo que veía desde el interior de mi coche, mientras esperaba haciendo sudokus a los gansos:
Intercalo nerviosas miradas al reloj mientras miro con envidia más cañones por todos lados:
Son las 9 y no veo a nadie. Hago una rápida llamada de comprobación y, tras corroborar que aún les falta un buen rato para salir del hotel, decido no seguir sufriendo con la espera. Cojo el telesilla y sigo saboreando la anticipación de lo que me espera: nieve.
Lo que me espera: pistas vacías.
Lo que me espera: más nieve.
Por fin empiezo a esquiar. Durante una hora no estoy para nadie. A las 10 empiezan los cursillos, y como Andrea se ha apuntado a uno, voy 15 minutos antes al punto de encuentro con la esperanza de ver a alguien. Miro con atención a los esquiadores que me rodean, por si reconozco a alguien.
Ni un solo ganso. ¿A ver por allí?
Nadie. Los cursillistas no madrugan. Espero haciendo leves estiramientos y sigo buscando entre la gente.
Van llegando pero no, ninguno es ganso. Finalmente aparece Jrr con su sobrino. Me anuncian que los demás están por llegar. Escarmentada ya, les digo que vayamos esquiando por nuestra cuenta. Dejo de hacer fotos y me dedico a lo mío. Finalmente, una llamada por el walkie nos anuncia que una bandada de gansos está a punto de aterrizar en Rincón del Cielo.
Se han hecho esperar, pero ahí los tenemos. Sobrevuelan todas las zonas de la estación: Sarrau...
Basibé...
...Se mimetizan con los locales en Rovellons...
...Se parpan al oído cuáles son las mejores pistas de Cerler...
Y nada, poco más tiempo compartí con ellos. Mi ruta de vuelo era diferente pero doy por hecho que volveremos a cruzarnos pronto por esos cielos de Dios y esas nieves de... Quione.