Habían caído veinte centímetros más esa noche. Juan y Pepe volvían a estar sentados en el telecabina preparados para una nueva y dura jornada de entrenos. Eran solo las ocho y media de la mañana y habían urdido un plan por la noche.
En sus grandes mochilas de entreno no solo llevaban todo lo necesario para entrenar slalom gigante ese día, si no que habían puesto una mochila pequeña con el arva, la pala y la sonda.
Lo tenían claro. El plan A era esperar tener suerte y ver en alguna bajada los freeriders del día anterior que no les dejaron ir con ellos a petar un couloir por llevar sus largos esquís de gigante. Las pequeñas mochilas se quedarían arriba del teleférico, donde Franz, el remontero, las guardaría durante el tiempo que hiciera falta.
Si tenían suerte, no deberían esperar mucho y si aparecían los freeriders, subirían y los seguirían sin decir una palabra y a unos metros de distancia hasta la entrada del couloir.
El plan B era más sencillo. Si no los veían en ninguna bajada, al mediodía le pedirían al entrenador poder ir a hacer un par de bajadas de powder, por que hoy era el cumple de Juan y seguro que el entrenador no se lo negaría.
En la tercera bajada tuvieron suerte y mientras llegaban al teleférico vieron como los dos freeriders estaban subiendo a la cabina justo dos por delante de la suya. Llegaron arriba y se fueron rápidamente a buscar las mochilas. Sacaron los arvas y unas preciosas capelinas. Comprobaron el funcionamiento de los arva, se pusieron las capelinas y empezaron a subir hacia la cima siguiéndoles a unos metros de distancia.
A media subida, uno de los freeriders le dijo al otro...
-Oye, ¿no son esos los dos mocosos de ayer?
-Si. Pasando de ellos.
-Ok.
Una vez arriba en la entrada del amplio couloir Juan y Pepe se pusieron rápidamente sus preciosos esquís de gigante y plantando sus largos palos curvos en la nieve se apoyaron en ellos esperando en silencio a que los freeriders inciaran la bajada. Les dieron una buena ventaja y viéndolos bajar, se miraron y sonrieron: Eran pan comido para ellos.
-¿Vamos?
-¡Vamos!
Juan y Pepe se impulsaron y empezaron a bajar en la profunda nieve haciendo lo que mejor sabían hacer. Giros medios a toda pastilla con sus largos palillos de dos metros, en una posición de esquí semi racing. Cada uno de sus giros sacaba grandes estelas de nieve virgen. Juan y Pepe se hundían en la profunda nieve, pero su velocidad no disminuía nada.
A media bajada los dos freeriders pararon y miraron para arriba. Cuando vieron cómo venían esquiando los dos chicos, se quedaron embobados viéndolos bajar. Pronto pasaron por delante de ellos a toda velocidad, gritando de placer a cada viraje con las capelinas flotando al viento.
Como Pepe y Juan estaban fuertes, pudieron seguir hasta donde el couloir se abría y una larga bajada llena de nieve virgen les esperaba. Ahí se dieron el gustazo de aumentar la velocidad a base de alargar los giros. Sus líneas eran brutales y desde su posición, los dos freeriders los miraban flipando.
-Nos han pasado la mano por la cara, tio.
-Si, mucho.
-Mejor no lo contamos por ahí.
-Mejor. Si los vemos abajo les pedimos disculpas por lo de ayer.
-Hecho.
Cuando los freeriders llegaron a la cabina, uno de ellos gritó a Pepe y Juan
-¡Eh! ¡Esperadnos que subimos con vosotros!
Cuando estaban todos sentados en la cabina, uno de los freeriders les dijo.
-Chicos ¿podemos venir a esquiar con vosotros?
-Solo si nos cambiamos de esquís- contestó Pepe con una gran sonrisa.
La cabina se llenó de risas y buen rollo. La siguiente bajada en el segundo couloir sin pisar por nadie la hicieron todos juntos. Las excusas al entrenador ya las darían luego. Seguro que lo entendería.
El diecisiete cumpleaños de Juan fue el mejor que había tenido hasta el momento.
Dedicado a tod@s los Pepes y Juanes, Marias y Lauras que cada mañana suben a entrenar con una sonrisa a pesar de lo difícil que es.