Antonio Zayas: Un Zaratustra Granadino
Fuimos, por tanto, nó sólo compañeros de "arma" sino también de alma.
Pasó ese trauma que ya pocos de los que viven conocieron en directo y a pocos de vuestra generación interesa: la guerra civil española y terminada la guerra tomó una decisión, que curiosamente es la que tomó el Zaratustra de Nietzsche, su alter ego, (por cierto que Nietzsche escribió esta obra desterrado voluntariamente, en St. Moritz, Suiza. Entonces la montaña y la nieve eran sitios de meditación y de encuentro con uno mismo ¡que tiempos!).
Antonio Zayas, al igual que el sabio Zaratustra que se subió a la montaña dejando la ciudad llamada Vaca Multicolor, lo hizo a Sierra Nevada dejando esa Vaca Multicolor y mala follá que es Granada, en la que según García Lorca, residía la peor burguesía de España. y desde Sierra Nevada predicó muchas y buenas cosas a sus seguidores, entre los que humilde y felizmente me cuento.
Al igual que a Zaratustra no le gustaba bajar a la “capital” como él le llamaba, y sólo lo hacía para “suministrar”, como él decía, en un viejo jeep de la guerra de Corea que entonces no era tan viejo. También bajaba con un renqueante Land Rover cuando había mucha compra que hacer. Por cierto, que en uno de esos suministros me lo encontré yo cuando salía de clase de la facultad en primero de derecho y me invitó a mi y a otro compañero a cerveza y a cigalas. Fué la primera vez que comí cigalas en mi vida y que me emborraché. Llegué a casa después del almuerzo, pero dije que había estado con Antonio Zayas, conocido de mi padre, y la cosa no preocupó excesivamente.
No creo que hiciera un gran negocio arrendando el Albergue Universitario, pero eso le permitió vivir libre y decentemente, dar carreras a sus hijos y lo que es más importante: hacer feliz a mucha gente.
En ese Albergue prestó su exquisita hospitalidad a todos: reyes (de Bélgica), al dictador Franco, a los Nuncios Apostólicos y a la más alta nobleza que entonces aparecía por Sierra Nevada, porque entonces SÏ que S. Nevada era lo más importante de España para el esquí.
Recibió, tuteó y aconsejó a catedráticos y doctores, no sólo sin desmerecer antes ellos, sino sorprendiéndolos con su capacidad de razonamiento y de sentido común, porque aparte de descender de los Fernández de Córdoba, familia de nobles y de las más importantes de Córdoba y Andalucía en la España de los siglos XVI y XVII, él pertenecía a la mejor de las noblezas: la nobleza del pensamiento, que es la mejor, porque según Platón encierra la bondad.
Pero ni a reyes ni a jefes de Estado, ni a cardenales, ni a nobles ni a catedráticos trató tan bien como a nosotros, sus niños, a los que nos cuidaba con esmero no exento de cierta paterna severidad.
Terminado “el parte” como el llamaba a las noticias y sobre todo el “hombre del tiempo”, generalmente se acostaba, salvo que hubiera partida de cartas, no sin antes cerrar el bar, donde atendía el camarero Antonio y el ayudante Domingo, hombre tuerto, descarado y de mal aspecto que era el cuidador de Solyvoltio, el enorme perrazo guardián, y que invariablemente libraba los lunes para irse de putas a la ciudad. Ni la nieve ni la ventisca impedían que “Domingo” apareciera los “Lunes” por “Los Candiles”, casa de lenocinio de baja estofa y precio asequible, a espaldas de la Plaza del Carmen.
Además de cerrar el bar para que no nos emborracháramos, también se ocupaba de la preceptiva separación de sexos (ahora le llaman géneros) en el dormitorio, aunque algunas trampas le hacíamos. Pero nosotros terminábamos convenciendo al camarero Antonio y nos hacía “barralibre”. Organizábamos un botellón de altura y cierto revuelo en pasillos y dormitorios, hasta que aparecía D. Antonio en camisón y gorro de dormir y con una escopeta antigua amartillada. Si el revuelo era en el “gallinero”, o mejor dicho, en el cuarto de las chicas, la que aparecía era Lolita, la gobernanta, en camisón y gorro de puntillas hablándoles de Vd. a las “señoritas estudiantes” y pidiéndoles se comportaran como tales.
Por la mañana todos resacosos, echando alka-seltzer en enormes vasos de agua y esperando que el día estuviese malo para NO lanzarnos a las pistas, bajábamos al comedor a desayunar y allí estaba D. Antonio entre divertido y regañón, como siempre fue.
Malas lenguas decían que ponía el pan duro para que comiéramos menos, pero la verdad es que cuando queríamos extras en la comida, que había que pagar aparte, entrábamos en la cocina y su esposa, Mariquilla, que siempre estaba de buen humor nos daba todos los extras que pedíamos y el pan más crujiente, y lo apuntaba en una cuenta que a veces no se saldaba.
Él era feliz en verano y en invierno, e incluso un año organizó unas regatas de vela ligera en la laguna de la Caldera (bonitas y curiosas fotos, por cierto, las puestas en este foro) y siempre subía en el jeep a la misa (que no romería) del Veleta. Porque en verano también tenía trabajo ya que tenía que atender a los suspendidos en botánica de la facultad de farmacia que debían hacer prácticas en el jardín botánico de al lado, y dar de comer a los hambrientos suspendidos del catedrático Fontboté de la Facultad de Ciencias (que por cierto fundó una cátedra de catalán en la universidad de Granada) y que se pasaban picando piedras todo el verano en las laderas del Veleta. Incluso en una ocasión llegó un entomólogo de centroeuropa que puso unos focos gigantes y se puso a estudiar las mariposas.
Y para que contaros del socorro a los accidentados. Él era el primero, a pesar de no saber o no querer esquiar, pero con raquetas y crampones, en salir a buscar a los congelados en las nieves, entonces perpetuas, de S. Nevada. Recuerdo en este capitulo el arriesgado rescate de Demetrio Espínola en los tajos de San Francisco, al estrellarse con su avioneta delante mismo de sus hijos, que estaban en el Albergue.
Y también andan por ahí los hijos, tal vez nietos, de Rafael Abellán que es el que hacía esos cortes que ahora os maravillan tanto, en la nieve de la carretera. Hacer esas obras de arte efímero semejantes a las esculturas de Chillida no era fácil,ya que llevaba muchas horas de máquina, pala y orejas y manos congeladas de los heroicos hombres de las máquinas quitanieves, a los que les dedicábamos el 6 de enero el llamado “Día del quitanieves” en el que si no estaban trabajando porque la carretera estaba cerrada, ponían una máquina, como la que hay ahora y en el mismo sitio que la que podeis contemplar frente al Centro de Interpretación del Dornajo y al pasar les poníamos regalos o le dábamos dinero, lo mismo que se hacía el primero de año con el “Día del Guadia Urbano" en Puerta Real.
Luego, en el calor del bar del albergue o en los días de primavera, con las máquinas quitanieves encerradas en las cocheras del Dornajo, había divertidas tertulias donde se maquinaban bromas (ahora le llamaríais juegos de rol), como el caso de Juanito Medallas, que ya he contado alguna vez en este foro, y que consistió en hacer ver a un amigo industrial, que había sido condecorado por el rey de los Belgas.......a cambio de entregarle en una comilona que él pagó, una medalla y títulos falsos redactados por un catedrático de francés.
Y fue el inventor y patrocinador, dentro de ese capítulo de juegos de rol, de la prueba Solyvoltio. Después la copió Baqueria (entonces Baqueira siempre nos copiaba en todo) pero con mucha menos gracia y sobre todo con mucho menos esfuerzo. Se trata de la prueba Era Baixada.
Un solyvoltio era un vaso de vino tinto, concretamente de Tinto Espinosa (Valdepeñas) de esos de “dúralex” de 1/5 creo recordar. La prueba consistía en salir de la puerta del Albergue Universitario tras hacer un disparo D.Antonio con su carabina, subir al Mojón del Trigo y desde allí bajar al fondo de la Hoya de la Mora. En esa durísimo recorrido, que podía hacerse con cualquier medio, esquíes, trineos o a pié, había que pasar una serie de controles que te obligaban a beberte un “solyvoltio”, con pena de descalificación del que rehusaba o no se tragaba entero el contenido.
Prueba durísima, sobre todo por la subida a pié desde el fondo de la Hoya de la Mora., porque había que subir con lo que se usaba en la bajada. Había premios para todos y ese día invitaba la casa, o sea, Antonio Zayas, al almuerzo (habas con jamón) y a la barra libre. Con esa prueba finalizaba la temporada de esquí, y muchos despertábamos a la amarga realidad de los inminentes exámenes y nos arrepentíamos de todos nuestros pecados sobre la nieve, prometiendo año atrás año empezar a estudiar más pronto, y sobre todo no saltarnos los parciales eliminatorios para irnos a esquiar.
Aunque se me perdió el húsar de porcelana que me regaló para mi boda, sí tengo un libro con su dedicatoria: se trata de una ensayo sobre El Amor, las Mujeres y la Muerte de Shopenhauer un filósofo pesimista, al igual que Nietzsche.
En una larga velada, entre solyvoltio y solyvoltio reflexionamos de la mano de ese otro gran filósofo que era el enjuto, requemado y clarividente Antonio Zayas, sobre esas tres cosas que a todos o a casi todos nos pasan en la vida y a los amantes de la nieve y de la montaña en esos sitios maravillosos, como a él, que la muerte lo encontró donde quería y como quería: de infarto fulminante en su cátedra del Albergue Universitario donde nos dio mucho, mucho más que comida y alojamiento.
Nos dio un ejemplo de cómo actúa el llamado “hombre fuerte” al que hace referencia el Nietzsche alemán.
Saludos
Publicado en los foros de nevasport.com el 27 de Mayo de 2008