El antiguo régimen en Cutreski
En el antiguo régimen, el poder era ejercido conjuntamente por la nobleza, el clero y el estado llano, y en el nuevo, bajo los lemas de libertad, igualdad y fraternidad se consagra un sistema político en el que se sustituyen a los antiguos poderes por los nuevos, aunque la revolución terminó devorando a sus propios hijos y los jacobinos con Robespierre a la cabeza terminaron ahogando la revolución en un líquido rojo que no era precisamente procedente de los viñedos de Burdeos o Borgoña.
Pues bien, hasta la muerte del dictador Franco, que también se dio un buen festín de lo rojo a costa de los rojos, podemos decir que en España, a pesar de haberse abolido la inquisición en el siglo XIX aún estábamos en el antiguo régimen y que no entramos en el nuevo hasta la aprobación de la Constitución de 1978.
Y en Cutreski (Sierra Nevada) en ese tiempo esquiaba tanto la nobleza como el clero e incluso el estado llano, como ahora os explico.
Esquiaba el clero en dos representantes muy cualificados, uno un cura vasco, catedrático de derecho canónico de la Universidad de Granada y otro, un humilde seguidor de San Francisco de Asís (franciscano) que al principio subía con sus rústico hábito y sus sandalias cubriendo su pie descalzo a decir misa a las ovejas más o menos descarriadas del corral del Señor en Sierra Nevada.
Es obvio que el hábito no hace (nunca) al monje y el dulce y mínimo seguidor de San Francisco tornó sus rudos hábitos talares en caros conjuntos de esquí que disimulaba baja la alba vestimenta ceremonial, aunque se le olvidaba, como le pasaba al lobo de los cerditos, que bajo la vestimenta del Santo Sacrificio asomaban unas enormes botas rojas de esquí, más pezuña del Maligno que calzado franciscano.
Campeón de misas rápidas y precisas hacía coincidir el “ite misa est” (iros, la misa ha terminado) con la apertura de los remontes, y al igual que el profeta Elías utilizó un carro de fuego para subir al cielo, este humilde franciscano utilizaba veloces desembragables para acercarse a su Dios a la altura del Pico del Veleta.
Y esquiaban los nobles, lo cual tampoco es raro. Como decía un chista de la revista satírica de humor “La Codorniz” “cuando un monte se quema, algo suyo se quema, Sr, Marqués”. Porque a pesar de la doble desamortización, la de Madoz y la de Mendizábal, muchos nobles seguían y siguen detentando grandes latifundios recibidos de los Reyes Católicos y sus descendientes, como pago por sus ayudas en tropas y dinero, primero para expulsar a los moros de España, y luego para intentar mantener un Imperio que se desmoronó gracias al genocidio y la rapiña, y también porque se casaron entre idiotas, que de todo hubo.
Y concretamente la estación de esquí de S. Nevada era uno de esos latifundios propiedad de un grande de España que obtuvo un pingüe beneficio vendiéndole al Ayuntamiento de Granada lo que en una decena de años hubiera podido perder al quedar su finca incluida en el Parque Nacional de S. Nevada. Porque ahora ya no se desamortiza, simplemente te incluyen una finca en un parque nacional y se acabó el “ius propietas”.
Habituados a la caza, que ha sido tradicionalmente el deporte de reyes y nobles y si no que se lo pregunten a Vitrofán (oso ruso con tendencias alcohólicas), se encontraban muy a gusto bajando por las pistas de la Perdiz, el Zorro e incluso el Rebeco, y no tanto por la Trucha, no ya por su pendiente más acentuada, sino porque la nobleza no ha sido nunca aficionada a la pesca, que yo sepa.
Pero también había nobles no provenientes de tan alta cuna, sino de más baja cama, tal es el caso del afamado cardiólogo el Marqués de Villavarde, que obtuvo ambos títulos, el de marqués y el de cardiólogo, gracias a convertirse en el yerno preferido del dictador Franco.
Si hubiera echado las mismas horas de quirófano que de pistas, la ciencia cardiológica española hubiera tenido una referencia mundial en este señorito andaluz, pero mucho me temo que los “negros”, además de escribir libros a cuenta de otros, también circulan por los quirófanos, y a este señor le hizo de negro nada más y nada menos que el prestigioso Dr. Barnard, el primer trasplantador de corazón.
Aunque lo suyo eran los negocios. Le compró un apartamento a Cetursa y en la escritura de compraventa se hizo poner una cláusula a modo de servidumbre vitalicia en la que la empresa vendedora se comprometía a expedir forfait de temporada gratuitos para él, su esposa y sus descendientes, así como a los que se casaran con sus hijos e hijas.
El jurista que autorizó dicha transacción, por lo demás completamente legal, una vez muerto el Suegrísimo, y dado que se había metido en política en ese barullo llamado Transición Española, para hacer méritos democráticos, quiso privar al Sr. Marqués del privilegio que en su día él mismo le otorgó, y éste, naturalmente se cabreó muchísimo y andaba diciendo eso que ahora dicen los fachas: “eso en tiempos de Franco (o sea mi suegro) no pasaba”.
Y también esquiaba el estado llano, o sea los demás que en aquellas épocas podíamos esquiar, aunque dentro del estado llano, había unos que lo hacían con mas rumbo y tronío que otros. Grandes industriales gallegos y castellanos. Señoritos andaluces del cuerno y la bodega, banqueros mallorquines y asturianos financiadores de la dictadura y un largo etcétera al que aún no se había sumado la aristocracia del ladrillo.
Llegaban con sus abrigos Loden verdosos y su sombrerito con la pluma de la perdiz cazada en la última de sus cacerías, en sus Range Rover, esos coches que inventaron los jeques árabes para recorrer cómodamente las dunas de sus desiertos sin preocuparse de la factura de la gasolina, conducidos por sus mecánicos, ya que la gente de poderío a los conductores o chóferes les llaman “mecánicos”, sus criadas filipinas y acompañados de sus guapas esposas envueltas en pieles de lince.
Y la verdad, es que no se para que querían a las fámulas orientales, ya que siempre comían fuera de casa, principalmente en el Cunini, una referencia mundial en el marisco de altura que jamás será igualada.
Lo que pasa es que eran los años en que la famélica legión a la que hace referencia la Internacional y a la que Alfonso Guerra llamada descamisados, conducían quitanieves, de esos de los que arrojan la nieve por una chimenea a un lado de la carretera, y cuando en las nevadas noches de Sierra Nevada, la “bombonera” del Cunini centelleaba de ricachones y langosta algún malintencionado enchufaba la tobera contra el cristal del establecimiento.
A la mañana siguiente Miguel, el dueño (q.e.p.d.), me traía la factura del cristal roto para tramitar el siniestro ante la compañía de seguros y yo le decía: Miguel, nos van a echar de la compañía o vamos a crear un conflicto colectivo si sancionamos al obrero rebelde que le asusta a la clientela, así que le propongo una cosa: ¿por qué no le sube Vd. unas pesetillas a las angulas y hacemos un fondo para financiar la lucha de clases?
Y al bueno de Miguel le temblaba su oronda panza de tanto reir.
Ahora se habla del glamour de Baqueira. Payeses, al lado de lo que se “cocinaba” y nunca mejor dicho en Sierra Nevada en los años de la dictadura.