Pinochet en Sierra Nevada
Y a Sierra Nevada acudió una sola vez el Generalísimo Franco, pero parece ser que se mareó con la curvas y prometió no volver, como también prometió no volver a Granada, porque al asomarse al balcón del Ayuntamiento empezó diciendo ¡malagueños! a los granadinos por lo cual fue silbado. Confundir a un boquerón con un malafollá es imperdonable, incluso para los que no responden más que ante Dios y ante la Historia.
La presencia de Pinochet en Sierra Nevada se produjo a través de la diáspora de aquellos que tuvieron la suerte de escapar del largo brazo del genocida y aprovechando la diferencia estacional del hemisferio norte con el hemisferio sur, se plantaron en Sierra Nevada para ejercer de profesores de esquí o de otras profesiones en la estación. Curiosamente, también se produjo este efecto en la época posterior de la represión argentina, por lo que cabría escribir una historia sobre los refugiados políticos de las dictaduras sudamericanas en Sierra Nevada.
Pero en sierra Nevada, lo curiosos del caso, es que también estuvieron residiendo varias temporadas los defensores del dictador, feliz aunque tardíamente fallecido, por lo que la convivencia que era posible en Sierra Nevada era guerra civil en Chile.
El director de la estación de esquí de Sierra Nevada era chileno y fue contratado entre otras cosas, para aprovechar su experiencia en la organización del Campeonato de Mundo de Esquí Alpino en Portillo en el año 1966 para la final de la copa del Mundo de Esquí Alpino en Sierra Nevada del año 1977.
Era una persona muy amable que se hacía recibir El Mercurio, el más tradicional y derechista de los periódicos de Santiago de Chile y que procedía de una acomodada familia de origen inglés dedicada a los negocios de la óptica en todo Chile. Solía llamar a horas intespectivas españolas a su anciana madre para preguntarle como iba el golpe de D. Augusto, y se le notaba cara de felicidad cuando veía que se consolidaba el golpe pinochetista.
Tenía algunos amigos en la Costa del Sol (Marbella) que venían con frecuencia a esquiar y a comentar las noticias que se recibían del Mercurio y que a pesar de que en Chile mandaban “los suyos”, se encontraban tan ricamente en la Costa del Sol y en Sierra Nevada sin echar mucho de menos a la patria desde la “madre patria”.
Gente simpática, amable, de buen comer, beber y conversar no justificaban, al menos delante mía el cruento pinochetazo. Decían que era cosa de los “milicos” que no habían tenido más remedio que actuar ante la falta de seguridad y la miseria llevada al país por el gobierno de Salvador Allende. La clásica alegación de todas las derechas de todos los países, incluso de las que hacen vídeos.
Y decían que la prueba estaba en que ahora se podía pasear a cuerpo tranquilamente por esos bulevares cantados por Pablo Neruda, al que por cierto odiaban más que al Presidente democrático.
Le respondía otro contertulio, profesor de esquí, que se había traído a Sierra Nevada a su familia constituida por su esposa y por el arpa de su esposa, a las que devolvió a Chile (arpa y esposa) al divorciarse de ella y casarse él con una granadina, que esa seguridad se debía a que no habían dejado en la calle más que a los ricos, lo cual es cierto, porque hace unos días leí que en esa época, todos los hombres de una calle fueron liquidados de un plumazo.
Recuerdo que el director de la estación profesaba auténtica adoración por lo “milicos” y que tras una gran nevada antes de las pruebas de la Copa del Mundo, quiso convencer a los mandos de la compañía de Operaciones Especiales que colaboró en la preparación de las pistas de Sierra Nevada, que como mejor quedaban las pistas no era pisando con máquinas, sino con “milicos” cogidos del brazo, de 20 en fondo y pisando con sus botas militares la nieve.
Decía que así se hizo en Portillo en el año 1966, pero los mandos militares españoles consideraron que la mejor infantería de la Historia, o sea la española, no estaba para hacer de pisapistas en una montaña. Cuestión de prestigio.
Y así, mientras en el otro lado del Atlántico los chilenos eran represaliados brutalmente bajo la cínica sonrisa del todopederoso Secretario de Estado norteamericano, en Sierra Nevada se vivía el golpe chileno en paz y concordia entre unos y otros.
Ya en los años 90 tuve invitadas en mi casa de la sierra a dos guapísimas hijas del ginecólogo de la ahora reciente viuda de Pinochet, de origen catalán y a las que nos había recomendado la rama catalana de la familia. Estuvieron un fin de semana en el que no pudieron esquiar por el mal tiempo y al final tuve que acarrear sus maletas por la nieve a camino del aparcamiento para defender la dimensión internacional de mi amada Cataluña, no a la repugnante dictadura chilena, por cierto no menos repugnante que la española reciente a la que le hemos hecho una “ley de punto final” llamada Transición Española.
Porque generalmente los dictadores, salvo honrosas excepciones, suelen morir en la cama, pero unos lo hacen en activo y otros jubilados.....