Javi lo tenía todo controlado.
Javi nunca creyó en la controvertida regla de que quien está más arriba tiene que mirar por quien esquía más abajo. Siempre defendía que el esquiador de abajo debía seguir su línea de giros sin desviarse de ella para permitir al esquiador más rápido pasar por cualquiera de sus lados sin peligro y que no podía salirse de esa línea y si se salía de su propio trazado, cualquier accidente que provocara era culpa suya.
Las discusiones con sus amigos durante las subidas en el telesilla sobre este tema eran a veces un poco subidas de tono. Sus colegas siempre le decían que estaba demasiado cerca del límite y que algún día tendría un serio disgusto. Javi seguía en sus trece, pasando de los consejos de los amigos y buscando siempre ese límite en sus bajadas.
Solo un par de veces había tenido un encontronazo, pero no con esquiadores, si no con los pisteros, quienes en una ocasión casi le retiraron el forfait de temporada.
Durante las subidas en el telesilla estudiaba y analizaba las líneas de los esquiadores que iban rápido como él, observando atentamente cómo evitaban a los más lentos. Registraba los movimientos, las curvas que hacían, las anticipaciones... analizaba cómo reaccionaban los más lentos y como pasaban los más rápidos.
Ese día todo iba bien... la nieve estaba perfecta y haber llegado a primera hora para subir en la primera silla le llenaba de satisfacción. No había mucha gente todavía y podría exprimir las tres o cuatro primeras bajadas a tope sin ningún problema.
A medida que pasaba la mañana las pistas se iban llenando de esquiadores para satisfacción de Javi. Empezaba la diversión... las primeras bajadas habían servido para calentar, para ver cómo estaban las condiciones y ahora en la siguiente bajada que tenía por delante, ya podría empezar a sortear a saco a los más lentos.
La bajada estaba siendo perfecta. Adelantó a un tío que iba bastante rápido, pero lo fulminó. Después a una chica que iba lenta, pero le pasó cerrando el giro hacia ella y fardando todo lo que pudo mientras le pasaba a un metro de distancia.
El tercer pase fue perfecto... calculó el siguiente giro del monitor que iba de lado a lado de la pista para cuando él hizo por fin el giro a la derecha, Javi pudo pasar por su izquierda y la de los niños sin frenar un ápice y dejarlos atrás. Creyó oír algo del monitor, pero le importaba un pimiento.
A unos cien metros de la cola del telesilla vio a otro monitor que llevaba también un largo gusano detrás de unos seis o siete esquiadores adultos. Calculó la trayectoria del monitor, imagino que le quedaba un par de giros antes de que él llegara a ellos y ese giro seria a la izquierda mientras él pasaría rápidamente entre ellos a su izquierda y el límite de la pista a su derecha. Lo tenía todo calculado.
Siguió apretando y todo iba como había anticipado. Cuando estaba a unos pocos metros de su pase supersónico, la penúltima alumna sencillamente no hizo el giro que tenía que hacer a la izquierda y continuó en diagonal.
Javi solo tuvo tiempo de pensar ¡ostia! a la vez que su vida pasaba por su mente como un flash. No sintió nada en el mismo instante que todo se puso negro. Pero él ya no lo vio.