Muy pronto por la mañana el pequeño grupo de freeriders con el guía se instaló en los estrechos asientos del trenecito rojo que sube desde la estación de Wegen, delante de la cara norte del Eiger. La excursión duraba todo el día y volverían a Grindewald también en tren después de una gran jornada de montaña.
Desde lo alto de la Jungfrauhoch, a 3.454 metros de altura, el grupo iba a esquiar hasta la Plaza de la Konkordia, patear hasta el refugio Konkordia Hutte y posteriormente bajarían esquiando hasta Blatten. El espíritu estaba alto y las risas del grupo molestaban a los paisanos suizos y a algún japones.
Un maravilloso paisaje y unos seracs tremendos a mano izquierda y derecha jalonaban el camino hacia la plaza de la Konkordia. La bajada estaba siendo muy plácida y disfrutaban de un palmo de nieve virgen caída esa misma noche. Pepe pensó que eran unos privilegiados.
El guía lo había advertido antes…
–Todos detrás de mí. Nadie frena más abajo de donde esté yo cuando paremos y nadie se separa del grupo a menos que yo lo diga- Todas esas cosas que se oían una y otra vez cuando se salía con guía en la alta montaña.
En que estaría Juan pensando, el único telemarker del grupo, cuando sin decir nada a nadie y esquiando el último se adentró en diagonal en la ladera derecha remontando todo lo que pudo, buscando una bajada de nieve virgen más allá de la línea que llevaba el guía. Cuando estaba unos doscientos metros más arriba por encima de sus compañeros, decidió frenar para bajar hacía ellos con la intención de llevarse la foto del día.
La frenada fue justo encima de una maldita grieta que ni siquiera se veía o intuía ya que estaba tapada por la nieve recién caída. En el mismo instante que quedó parado, la reciente capa de nieve que la cubría cayó al vacío con un tremendo y sordo “whooossssh”.
Se quedó paralizado, perpendicular a la larga grieta de unos cincuenta metros de largo y unos sesenta centímetros de ancho, suficientes para tragarle y descubierta por su propia frenada… los esquís se aguantaban por la parte delantera y las colas, pero una buena porción de los mismos estaba en el aire… Miró hacia abajo entre los esquís. Solo veía un negro agujero sin final. Juan se dio cuenta que la había cagado.
No podía moverse ni hacia delante ni hacia atrás, pues el terror le dejó clavado y le era imposible reaccionar. Una eternidad más tarde, sin casi girar la cabeza para moverse lo menos posible, gritó a los de abajo que se había quedado clavado por el miedo y no se podía mover.
Los demás, que desde abajo estaban observando y gritando para hacerse oír, le animaron a dar el paso para salir de ahí, pero Juan estaba en shock. No podía pensar con claridad. Cuando poco a poco el terror dio paso al miedo, se calmo un poco y empezó a evaluar la situación… primero reafirmó los esquís encima de ese agujero. Suerte que eran largos, de 181 centimetos.
Le costaba pensar. Llevaba fijaciones de telemark. Estaba muerto de miedo, pues si adelantaba un pie para ponerlo en la nieve firme al otro lado de la grieta, tenía miedo de que algo fallara y al estar la cola en el aire, su pie cayera en el agujero, lo que le llevaría al fondo sin remedio o a quedarse colgado solo de un esquí y boca abajo, hasta que la fijación aguantara…
Salir hacia atrás estaba totalmente descartado, pues no podía por puro miedo a que sus espátulas dejaran de apoyarse y cayeran en el agujero. Les gritó que no podía… el guía parecía ausente y no participaba en su salvación, mientras sus amigos le animaban y gritaban que diera un paso hacia adelante poco a poco.
Con muchísima cautela fue adelantando el pie derecho, dejando deslizar la bota, con un palo firmemente clavado delante de él y el otro detrás, para que en caso de caer, pudiera tener los brazos preparados para cualquier cosa. Al final pudo dar un paso adelante y apoyar la bota bien en nieve firme. Paró un momento para calmarse, respirar de nuevo y re evaluar la situación. Cuando estuvo más tranquilo, con sumo cuidado empezó a sacar el segundo esquí del gran y largo agujero de la grieta. Sudaba a mares… Cuando logró juntar de nuevo ambos pies y no se había hecho pipí de milagro. Se quedó a un paso de la grieta, intentando recuperar la voluntad y la respiración normal, pero sin moverse un centímetro, pues no sabía a cuanto podía estar la siguiente grieta. Prácticamente no movía ni el pensamiento.
Una vez un poco recuperado, Juan tomó una decisión… bajó muy cerca de la grieta pero sin dar un solo giro todo el tramo que restaba hasta donde estaba el grupo, por si había otra grieta esperándole más adelante. La velocidad que pilló superó todas sus expectativas y a pesar del miedo a darse una tremenda ostia, de las que haría época, aguantó como pudo hasta llegar abajo sano y salvo, a tooooooda leche…. le costó mucho frenar y tuvo que volver donde estaban los demás desde unos cincuenta metros más allá.
Llegó hasta el grupo con las piernas temblando y la mente en blanco… la alegría de sus colegas se vio absolutamente superada por el cabreo del guía, a quien Juan le pidió disculpas mil y una veces. El guía, sin emoción alguna solo le contestó con un lacónico
-If you had fallen, I would have left you there-
Sonó terrible, durísimo y la vergüenza que estaba pasando Juan no tenía límites, pero el guía tenía razón y Juan sabía que se había comportado como un verdadero capullo.
Lesson learned, pensó Juan…
Dedicado a Mick San, uno de los mejores guías del mundo.