17-3-2011 Manzaneda. Fin de otra etapa, regreso a casa
Si por mí fuera iría ahora mismo hacia el pueblo, pero Alejandro me convence de dejar pasar un poco el tiempo, a ver si el tiempo mejora. Yo contesto que ayer estuvimos todo el día esperando que mejorara y no lo hizo, pero hasta la tarde no sale mi autobús y al menos hoy no llueve.
A las diez de la mañana, de pronto, unos tímidos rayos de Sol parecen atravesar la nube eterna. En pocos minutos la niebla desaparece de las cotas más altas y se nos dibuja una sonrisa en la cara. La humedad ha hecho disminuir considerablemente el espesor de nieve y la calidad no es la más óptima, pero nos da un poco igual.
Me encuentro a Miguel, a quien saludo. Hoy la frase: ¡Buenos días! si que tiene sentido.
Recogemos el material de la escuela. Tanto los guantes como las prendas ya están secas, y calientes.
Cogemos el telesilla y empezamos a esquiar por la estación. Ahora por una pista, ahora por la otra, intentamos hacer todo lo que no pudimos hacer ayer.
Nos sacamos los esquís para caminar hasta la Serra da Queixa, desde donde tenemos una buena vista, con un mar de nubes al fondo.
Nos detenemos en una fuente que la nieve no ha podido enterrar del todo. Precisamente la que da nombre a una de las pistas de Manzaneda, la Fontefría.
Alejandro me enseña, desde aquí, el edificio de los apartamentos y me dice que al construirlo querían que tuviera la forma de un copo de nieve, con seis puntas, pero que se quedó sólo con tres. Los apartamentos están en la frontera entre la masa de nubes y el sol que luce sobre nosotros.
La nieve se transforma rápidamente, se pega y encarrila los esquís. Bajo por las pistas sin dar el 100%, con cuidado de no hacerme daño.
Álex y Hiram han acabado las clases y esquiamos un rato juntos. En la estación no hay mucha clientela y hace un día espléndido.
Me gustaría quedarme un poco más, pero es la hora de marchar, así que nos despedimos de ellos y del personal de la estación y bajamos hasta A Rúa.
Nos detenemos en un bar para asegurarnos del lugar exacto donde para el autobús dirección Ponferrada.
Tengo que recoger mis cosas esparcidas por la habitación y meterlas en la mochila. Lo hago rápidamente, sin seguir mucho orden. He acabado esta etapa, Ya no tengo que esquiar más hasta dentro de unos días en los que ya habré pasado por casa y lo tendré todo organizado de otra manera. O sea que todo hacia dentro. Dentro el coche he dejado la ropa de ayer, los esquís y las botas.
Vamos hacia la estación y llegamos con un cuarto de hora de margen, el tiempo necesario para sacar mis cosas del coche de Alejandro y acabar de meterlo todo dentro de las mochilas y la bolsa de esquís.
El autobús tarda un poco en llegar y la espera me agobia un poco, más que nada porque pienso que podría haber hecho las cosas con más tranquilidad.
Finalmente el bus entra en la estación. Me inquietaba un poco el hecho de no tener el billete físicamente, pero el conductor ya tiene mis datos y no tengo que sufrir.
Me despido de Alejandro. Ha sido una suerte conocer a este amante del esquí y de la nieve, con una memoria impresionante para los nombres de los remontes y pistas de las estaciones españolas, siguiendo con avidez la actualidad, tanto de los resorts como de las condiciones meteorológicas.
La sensación cuando subo al autocar es una mezcla de alivio, alegría, victoria y pena. Me siento aliviado por haber terminado esta etapa y volver a casa, eso me hace estar contento. Siento que he triunfado, después de todo lo que he pasado, vuelvo sano y salvo a casa, con un montón de experiencias vividas, teniendo más información sobre el deporte del esquí, habiendo conocido a mucha gente de buen corazón que me ha abierto las puertas de su casa o que me ha ayudado cuando lo he necesitado.
Pero hay un pero. Tengo la sensación de haber corrido demasiado, de no haber disfrutado del camino, buscando únicamente el objetivo de acabar. Las condiciones meteorológicas y esta peculiar temporada de invierno me han obligado a cambiar los planes, el calendario y mis objetivos y también están los comentarios que dejan algunas personas en los escritos que envío a nevasport y que no ayudan a subir mi moral porque, aunque intente seguir la política de hacer caso omiso, cuando veo depende qué palabras escritas me pregunto qué estoy haciendo mal o qué les empuja a criticar de manera tan dura el sueño que intento llevar a cabo.
Llego a Ponferrada. Ya conozco la estación, tienen una pequeña sala para los usuarios vip, pero sólo abren la puerta veinte minutos antes de la salida del autobús, una inutilidad teniendo que esperar casi hora y media.
Cuando estoy en el autocar en dirección a Barcelona llamo a mis padres y a mi pareja para avisarles de la hora que llegaré, si todo va bien, después de casi quince horas de carretera.
El Sol se pone y colorea las bellas formas que hacen las nubes.
El viaje transcurre sin problemas. Tengo suerte y puedo dormirme a ratos.
Es la una de la madrugada. Me despierto y me conecto a internet con el móvil para chatear un poco, pero no tardo en volver a cerrar los ojos.