Cargado con todo el equipaje voy hasta un centro comercial cercano y me encuentro una grata sorpresa: hay dos carros de supermercado medio abandonados. El problema es que están detrás de unas vallas, pero mi espalda pide un poco de incivismo, así que aparto las vallas y saco uno de los carros, donde meto todo.
Antes de entrar en el interior del centro, me fijo en las señales de la puerta que prohíben varias cosas, como ir en patinete, fumar, tomar fotografías, pero ninguna impide entrar con un carro de la compra, así que p'adentro que voy.
Intento orientarme. Busco la manera de bajar a la planta de abajo y encuentro un vigilante que lo primero que hace es decirme que no puedo estar allí con el carrito. Le digo que estoy intentando ir a la planta de abajo con un ascensor y me señala dos. Si me ve mucho rato más por el centro me echará.
Ya en la planta baja encuentro un Mercadona y entro decidido. Compro ingredientes básicos de subsistencia, tortilla de patatas envasada, pan, más pan, paté y unas piezas de fruta ... No me hace falta cesta, ¡ya llevo el carro de la compra!
Me siento en un banco y devoro parte de mis víveres.
Pasan más vigilantes de seguridad y ninguno de ellos me llama la atención.
Cuando me canso de estar en el mismo lugar, cambio. Me apetece salir al exterior.
Acabo sentado en la terraza de un conocido restaurante americano, mientras van pasando las horas, muy lentamente. Aprovecho para leer el libro de Nieve de Teruel.
Una mujer se me acerca y me suelta que ha salido de la cárcel, que le han quitado los hijos y que va a Albacete a encontrarse con ellos.
Le ofrezco un poco de empanada de atún comprada unas horas antes y me empieza a hablar de su vida hasta que uno de los chicos de seguridad corta la conversación que estamos teniendo. Cuando consigue que ella se marche me dice que es una timadora profesional y que tenga mucho cuidado.
Van pasando las horas. Me levanto y ando un poco por el centro para estirar las piernas.
Es la hora de cerrar. Vuelvo al exterior. Me fijo en que los bocadillos de un mostrador están al 50% y la gula me puede. Me compro uno de morcilla con judías baby que está buenísimo.
Se acerca la hora de salir hacia la estación, así que voy a donde he cogido el carro unas horas antes y abro la valla para facilitarme el trabajo de dejarlo dentro cuando vaya todo cargado. Busco un lugar para poderme cargar mejor la mochila. Una familia se está haciendo fotos con el móvil y les hago unas con mi cámara que les tengo que enviar. Veo dos chicos de seguridad. Voy hacia ellos.
Les comento que he abierto las vallas para poder dejar el carro de donde lo había cogido, que ya sé que he hecho mal, pero que necesitaba caminar con la espalda libre y que lo dejaré todo tal y como estaba cuando, de repente, una voz que sale de la emisora comienza a hablar: -Dile a este señor que el carro se propiedad de El Corte Inglés y que vale 200 €, que lo deje ... y camino. Resumido.
El compañero le dice que ya está arreglado y la voz robótica carga otra vez. Me río viendo la cordialidad de unos y escuchando el amargamiento de otros.
Encuentro un banco, saco las cosas del carro y me las voy poniendo encima. Les devuelvo el carro a los chicos, les deseo felices fiestas y me voy hacia la estación.
