Juan era un buen esquiador... bueno, era algo más que bueno... pertenecía al equipo nacional Español de esquí alpino Junior. Corría el mes de julio y estaba estudiando alemán en una escuela de la ciudad de Innsbruck para cuando empezara la temporada de invierno, poder entrar a estudiar en Stams, el centro de alto rendimiento para esquiadores.
Una de las actividades del curso de alemán en el que tomaba parte consistió en subir un sábado a la preciosa montaña delante de Innsbruck, la Nordkette, que desde la ciudad se veía majestuosa y con clapas de nieve arriba. Juan, que la veía desde la clase, soñaba cada día con dar unos giros en esa cumbre pero su nuevo entrenador se lo había dejado muy pero que muy claro. “Tú solo puedes hacerte daño entrenando o compitiendo, si te haces daño de cualquier otra forma, estás fuera del equipo de forma inmediata”.Por ese motivo Juan no cogía ni la bici para ir de la casa donde vivía a la escuela.Temía que cualquier pequeña tontería le sacar fuera del equipo, algo por lo que había luchado tanto.
Ese sábado, con los demás alumnos de la escuela subieron en el teleférico al que se llegaba en autobús de línea y en la cabina coincidió con dos locals austriacos que iban vestidos de esquiar con botas y esquís.
– ¿Vais a esquiar?– preguntó Juan
–Si arriba en la cima hay un poco de nieve– contestó uno de ellos
– ¿Vale la pena?
–Si mucho. Se sube andando y podremos hacer unas tres o cuatro bajadas más o menos.
–Jo, ¡qué envidia tío!
– ¿Sabes esquiar? – preguntó el otro austriaco
–Sí, pero no tengo equipo aquí.
– ¿De dónde eres?
– Español – contestó Juan.
– ¿Y esquías? – Preguntó asombrado el otro...
–Bueno en realidad estoy aquí porque soy del equipo nacional de esquí Español y estudio para entrar en el Skigimnasium de Stams esta temporada.
La mirada que se dieron los dos austriacos, que luego más adelante Juan supo que eran profes de alpino, le indicó claramente que no creían una sola palabra de lo que oían.
–Bueno, pues si nos vemos arriba, ¿quieres probar? – preguntó el primero.
–Seguro, me encantaría.
Y cada uno a lo suyo.
Al filo del mediodía Juan prácticamente ni se acordaba de los dos esquiadores. Mientras estaba con los demás alumnos de la escuela tomando algo en el restaurante al final del teleférico, desde donde se veía una larga lengua de nieve hasta la cima, apareció uno de los austriacos y se dirigió a Juan
diciéndole que su amigo estaba cansado y que si quería hacer una bajada con él.
– ¡Por qué no, claro, gracias! – contestó Juan con una gran sonrisa.
Le pasaron las botas, unas especialísimas y viejisimas Scott de un solo gancho que él solo había visto en sueños y que le iban un pelo pequeñas, unos esquís Blizzard de noventa de patín, bastones y guantes. ¡Hala! ¡Para arriba!
Subieron caminando sobre una nieve bastante pasteta y entre grandes rocas que jalonaban toda la bajada. La verdad es que una caída ahí podía ser bastante chunga. Recordó las palabras de su entrenador... “solo te puedes hacer daño entrenado ” y eso era lo que iba a hacer. Iba a entrenar... de manera diferente, pero entrenar al fin y al cabo.
En su fuero interno Juan creía que los dos austriacos se habían propuesto reírse un poco de él, pero en esos momentos solo tenía una cosa en la mente. Una bajada de esquí en la lengua de nieve que llevaba viendo desde hacía semanas desde cualquier punto de la ciudad.
Arriba de todo se puso los esquís y el austriaco le cedió el paso. Juan ya no lo vio más. Bajó a toda velocidad en una nieve perfecta, pastosa, pero que giraba un montón, entrelazando giros ente las grandes rocas y sin parar hasta tres cuartos de bajada.
Cuando el austriaco llegó hasta él, en su cara había cierta sorpresa, bastante admiración y reconocimiento. Fue ahí donde Juan se dio cuenta que probablemente había esperado reírse un poco a su costa. Hicieron el resto de la bajada juntos y llegaron hasta la terraza donde el otro austriaco, más alucinado si cabe, les esperaba con una gran sonrisa.
Comentaron la bajada, lo buena que era y quedaron para repetir el siguiente fin de semana. Amigos para siempre, pero Juan ya no los volvió a ver nunca más ni tampoco volvió a probar de subir, haciendo caso de las palabras de su entrenador. Eso sí, por primera vez en su vida Juan esquió en verano, libre, sin tener que pasar por dentro de un slalom, en cada una de las bajadas, con unas míticas botas Scott.
¡Dio unos giros de más y eso sí que fue un lujo!