23-12-2010 Javalambre. La primera de las turolenses
En mi cabeza sólo tengo un pensamiento, pero me tengo que obligar a actuar. Me ducho, me visto, me preparo un bocadillo, cojo los esquís, el casco, las botas, las cámaras, la comida y todo lo demás, incluyendome a mí y salimos en dirección a El Corte Inglés, desde donde sale un autobús hacia Camarena de la Sierra, municipio al que pertenece Javalambre.
Llego a las siete y cinco aproximadamente. Desconozco qué impresión deben tener las personas que van entrando al complejo (con una garita de seguridad dividiendo la entrada y la salida del recinto vallado) cuando me ven, pero al poco rato aparece el guarda de seguridad, a quien le explico, antes de que me pregunte, quién soy y qué hago allí. Satisfecha su curiosidad (lógica y laboral) le pido que me confirme lo del transporte y charlamos un poco mientras no llega el autobús.
Reconozco al conductor, que me recoge a la salida. Me despido del vigilante y nos vamos a Camarena, sin más pasajeros. Durante el viaje, me duele escuchar que los pueblos de la zona están muriendo.
No es hasta que empezamos a ganar altura que el paisaje cambia y grupos de pinos pintan de verde el entorno. Asimismo se levanta el día y puedo contemplar mejor el espectáculo. Un arroyo baja unos metros allá, las rocas ... la Naturaleza coge color.
Llegamos a Camarena. La conversación amical con el chófer acaba de repente, me da la sensación que le sobro, pago y salgo, descargando las cosas bajo los porches del ayuntamiento. Coste del billete: 3 € con 20. No me da ningún comprobante.
En la plaza donde estoy, delante de mí hay un bar, donde entro para asegurarme qué dirección tomar. El olor me choca y la esencia del lugar me trae recuerdos de otros tugurios donde, por circunstancias varias, he hecho escala en otros momentos de mi vida.
Me dirijo hacia donde me han indicado, confiando en que a la hora que es habrá tráfico por la carretera. Son las 8:25 cuando salgo del pueblo.
El día está tapado y de vez en cuando cae una lluvia fina que para los pocos minutos. No moja.
Al cabo de más de una hora ha pasado el primer vehículo, que se ha parado al verme caminar por el lado izquierdo del asfalto. Eran tres chicos de la escuela de esquí de Javalambre, Dani, Ander y Tito, con quien he hecho el resto del camino.
Había llegado hasta las Cabañas de Javalambre sin poder hablar con nadie más que con un gato que me ha seguido un trozo desde una casa unos cientos de metros más abajo.
Ya en las oficinas de la estación me he presentado a Jose, el jefe de pisteros, mientras esperaba a David. Después de hablar con él ha venido en Marcos, pister de Javalambre, que me ha enseñado la estación de una forma excepcional. El mal tiempo impedían ver la belleza de los lugares que me describía.
Hemos hecho varias bajadas hasta que hemos recorrido todo el sector que estaba abierto.
Cuando nos decíamos adiós me he fijado en unos monitores. Dos de ellos iban en sillas adaptadas para personas con discapacidad, la ocasión perfecta para poder trabajar sobre el terreno uno de los objetivos del proyecto.
Fede, de la escuela de esquí de Javalambre, enseñaba a unos monitores las sensaciones de esquiar de esta manera, así como ponía en práctica la teoría explicada antes. He hecho varias bajadas con ellos, grabando siempre que el frío y la nieve me dejaban.
Hemos quedado en encontrarnos más tarde porque me enseñaría más cosas y me he ido a esquiar un poco por libre, hasta que he vuelto a coincidir con Ander y Tito, con quien he esquiado una rato.
La información que tiene Fede es muy valiosa y le agradezco mucho que me la haya ofrecido, lo que me permite ampliar mis conocimientos sobre el tema de las discapacidades en muchos aspectos. Le paso las fotos y los vídeos que he hecho del rato que he pasado con ellos. También le pregunto si sabe de alguien con quien subir mañana en Valdelinares y me pasa el teléfono de Néstor, un chico que también trabaja con discapacitados, monitor de aquella escuela.
Pregunto con quién puedo bajar a Teruel y son David y Miriam quienes lo hacen. Me dejan delante de la estación de trenes, al lado del hostal. Por el camino hemos ido hablando y ha resultado que David también es pistero, de nivel tres y que ha trabajado en varias de las estaciones por donde tengo que pasar.
He entrado en la habitación y he puesto los esquís y la bolsa, todo bastante mojado, en la ducha, para evitar mojar el suelo de mi dormitorio. He ido al bar, porque ya sabía cuántos días me quedaría y esta mañana, a la hora que me he ido, no lo he podido aclarar. He pagado tener la habitación hasta el domingo, día en que la tengo que abandonar o avisar que me quedo una noche más, lo que descarto porque espero haber podido terminar el sábado. Me doy cuenta que quemo dos días de presupuesto. Espero que sea para bien.
Instalado en mi provisional despacho, he empezado a pasar parte de la información a limpio, sin poderme sacar de la cabeza un problema personal y, sin poder hablar con el Néstor ni localizar el mejor punto para ir a Valdelinares, me tumbo sobre la cama, muy cansado y abatido. Sé que no he hecho el trabajo que tenía que hacer y que no he aprovechado la tarde como lo debería haber hecho, pero no he tenido ganas de hacerlo.
Son las nueve y media pasadas y cierro los ojos, muy triste y un poco preocupado, con la luz encendida y el móvil al lado.
Al cabo de media hora suena. La llamada es de Néstor, que me saca a regañadientes de mi letargo. Me dice que él mañana no sube a la estación.
Vuelvo a recordar y me arrepiento de no haber aprovechado la tarde, ahora con más razón que antes. Y me hundo más. Tengo suficiente ánimos como para desnudarme y meterme en la cama, encogiéndome de piernas, por frío y para hacer el gusano.
No me ha dado tiempo de apagar la luz, que he recibido una llamada que resumiré: pasaré la próxima noche con mi pareja. Y la siguiente también.
Cuando acabamos la conversación, me quedo un rato más despierto.
Apago la luz e intento que la emoción no distorsione mi reposo, pero no puedo ...