Sólo nosotros lo sabemos. Los amantes de este deporte / actividad / afición tan particular que es el esquí, o el snowboard, dormimos un largo sueño de ocho o nueve meses, que por momentos se transforma en pesadilla. Pronósticos climáticos, estadísticas, previsiones, sensaciones, noticias buenas y de las otras, ilusión, deseo y por último, ansiedad sin límites. Y un día sucede. Por fin, sucede. Comienza una nueva temporada.
Utilizo una vez más, aunque creo que no suelo abusar en esta sección de Nevasport del recurso, el relato en primera persona. Ese método que tan bien manejan los amigos españoles en esta web. Ese que nos hace compartir sus vivencias casi como propias o al menos, disparar nuestra necesidad de montaña y nieve hasta límites insospechados... para el resto de los mortales.
Cosas de la vida, estos meses han significado para mí ir mechando todo lo dicho en los párrafos anteriores con gran profusión de obligaciones personales y laborales. Esta vez, ni siquiera me di tiempo para llevar a mis queridas compañeras de aventuras, las tablas, al muy necesario ritual de base, canto y cera.
La temporada había empezado. Primero en Cerro Bayo, tímida. Luego como una explosión de blanco en el resto del país. Era domingo. Las Leñas lucía pletórica de nieve y abierta al público desde el día anterior. Dos, tres horas para conseguir uno de esos amigos de fierro tan enfermo de nieve como yo, y a las cinco de la tarde de ese domingo, ya estábamos en camino desde la ciudad de Mendoza.
Esa noche llegamos al hotel Los Molles, en el valle del mismo nombre, apenas a 19 km de Las Leñas.
Generalmente se asocia el esquí en Las Leñas con altos costos de alojamiento y comida. Es cierto que a pie de pistas estos valores suelen ser significativos en cualquier lugar del mundo de que se trate. Particularmente me encanta el aire bucólico de Los Molles. Sus hoteles y cabañas brindan una opción excelente a los que prefieren disponer otro presupuesto para sus viajes de esquí a la zona. El hotel Los Molles particularmente nos permite eso: comodidad, calidez, una buena comida y un buen desayuno. Sin lujos, sin falencias.
Por fin en la mañana del lunes, el último tramo del viaje tan esperado:
Por fin, todo lo que el camino insinuaba se muestra ante nuestros ojos.
Seguiría el dolor delicioso de calzarse las botas duras, frías, por primera vez. Mochila, tablas al hombro y peregrinaje hasta la venta de tickets y ahora sí, los medios.
El trabajo de pistas permitió que viviéramos un par de lindas jornadas de esquí. Rápidos, previsores, los responsables de dejar todo en las mejores condiciones posibles pisaron y fresaron febrilmente. Se sabía que el viento se desataría con furia esos días: lo que no se pisaba, probablemente se perdía. Fueron noches con ráfagas de 150 km/h, y se notó. Las cumbres se perdían en una nebulosa de nieve volada, los sectores "venteados" ganaban terreno sin pausa.
Lo dicho, el buen trabajo de pistas, sumado a la fabricación de nieve aprovechando las bajas temperaturas permitió disfrutar en gran forma los sectores que el viento permitió abrir. Anécdota pura. Lo importante, lo escencial, es que la temporada está en marcha. Felicidad pura para los que tanto esperamos.