En esto del esquí, como en otros deportes relacionados con la montaña, casi siempre nos perdemos en, como están las pistas, la nieve polvo, la línea a descender, el corredor solitario, la canal perfecta o la pala inmensa hasta arriba de nieve para nosotros, tenemos a la montaña como nuestro terreno de juego y la respetamos y necesitamos, pero en muchas ocasiones la “olvidamos”, un ejercicio que realizo desde hace algún tiempo, es este, donde este, para comenzar un descenso, un trabajo o un recorrido es parar, parar a mirar aunque sea cinco minutos lo que me rodea, jugar con la vista, seguir a las nubes, ver cómo evolucionan abrigando, envolviendo y desenvolviendo los picos, observar la luz del sol como da formas, sombras, efectos, mirar a lo lejos y quedarme prendado de lo que veo.
Un amigo me dice siempre que esta especie de obsesión por el material, las condiciones para realizar la actividad, nos entretienen demasiado y no nos deja ver donde estamos, así pues este post lo voy a dedicar a las montañas, sin nosotros en ellas, sin la presencia de un esquiador o un escalador o un caminante, para que si alguno le sirve dedique esos cinco minutos a observar el inmenso jardín en el que se va a mover las próximas horas.
Gracias a:
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