Gaudeamus igitur, juvenes cum summus
Cuando aprobé el preuniversitario, con relativamente buena nota, mi padre, que era contable me dijo que qué pensaba hacer y yo le dije que ir a la Universidad, y él me respondió que esa opción no le gustaba porque en ella me volvería ateo y comunista. Él era un hombre creyente, defensor de lo que entonces se llamaba el Régimen, o sea la Dictadura y además era contable, así que pensaba que yo podía convertirme en un aceptable “tenedor de libros” que era como entonces se llamaban los contables (hoy les llaman licenciados en empresariales).
Pero eso era imposible porque como buen granadino yo estaba peleado con el 2+2. Ya decía Federico García Lorca que los granadinos estábamos peleados con la aritmética porque estábamos convencidos de que 2 y 2 nunca se juntan, ni para hacer 4 ni para hacer 22.....
Así que encaminé mis pasos al Derecho y con relativa ilusión me matriculé en el primer curso en el año 1963, el año que mataron al Presidente Kennedy, para formar parte del desacreditado grupo de los borregos y ser objeto de befa, burla y vilipendio en el ancestral patio de la Facultad de Derecho de Granada por parte los alumnos de los otros cuatro cursos de los que constaba la carrera.
Haciendo gala de ese dicho inglés de que los años de universitario no son para desperdiciarlos acudiendo a la Universidad, yo en realidad a lo que me dediqué en esos años, además de a lo que se dedicaban todos los jóvenes de mi época, fue a esquiar.
La cercanía de las pistas, así como la interesada amistad con algún compañero que tenía un seat 600, hacía que por la mañana yo me despidiera de mi padre con los libros en la mano y acto seguido nos largáremos a las pistas de esquí dejando que los empollones tomaran apuntes para nosotros.
Además, la Universidad de Granada, justo es reconocerlo, siempre ha fomentado el deporte del esquí entre sus alumnos y tenía unas instalaciones, el vetusto pero entrañable Albergue Universitario, en el que siempre éramos bien recibidos y alojados por su administrador, el inolvidable Antonio Zayas, que en paz descanse.
Además de las escapadas sorpresa entre semana, todos los fines de semanas y las vacaciones de Navidad y Semana Santa las pasaba en la nieve, con detrimento de mi formación jurídica y en beneficio de mi gozo, disfrute e inmersión en el maravilloso mundo de la nieve y el esquí alpino.
Así que ya sabéis: son más las horas de pista que de libro las que han conformado mi personalidad, aunque también debo decir que la carrera la hice en 5 años, si bien alguna asignatura la aprobé a base de darle clases de esquí a algún catedrático. He hecho del Derecho mi profesión y del esquí mi afición, en una clara demostración de que hay un tiempo para cada cosa y que todo es compatible.
Aunque en la Universidad española de mi época ya se vivía el germen de la rebelión antifranquista, lo cierto es que fuera de las aulas, y sobre todo en las actividades deportivas y culturales de la Universidad, la larga e intolerante mano del partido único, es decir el Movimiento, a través del sindicato único de estudiantes el famoso S.E.U. (Sindicato Español Universitario) al que había que afiliarse obligatoriamente al hacer la matrícula en la Universidad, se notaba claramente.
Al frente de ese sindicato, tanto en su ámbito nacional (entonces la nación tenía que coincidir obligatoriamente con el Estado) como en el ámbito provincial estaban estudiantes de los del caraalsolconlacamisanueva, que tenían despachos en las oficinas del sindicato, algunos de los cuales como Martín Villa u Ortiz Bordás llegaron a puestos importantes no solo en la administración franquista, sino en ese fraude colectivo llamado la Transición española, porque acreditaron en su currículo que ellos fueron los que lucharon contra el franquismo desde dentro, como ahora dice Fraga (¡vaya morro!)
A los que pasábamos mas tiempo en las pistas que en las aulas nos cabía el dudoso honor, pero el inefable placer de representar el Distrito Universitario de Granada en los Campeonatos Nacionales Universitarios que se celebraban cada año en una estación de invierno de España, con lo cual tuve la ocasión de recorrerme durante los cinco años de carrera casi todas las estaciones de invierno importantes, con cargo a los abundantes fondos del Sindicato, o sea, que yo también chupé de la teta franquista.
Para organizar la kdd, como ahora se dice celebrábamos estupendas merendolas a fin de poner en marcha la logística encaminada no a conseguir los primeros puestos en las competiciones, cosa asegurada en el fondo y en el slalom por algunos de los fijos del grupo, sino para pasárnoslo de la mejor forma posible durante el viaje y la estancia en tal evento.
Había que decidir los participantes, y si bien es cierto que para tal fin se organizaban unas pruebas selectivas, lo cierto es que no podíamos cubrir todas las plazas, sobre todos las de chicas y las de fondistas.
Para los fondistas, nos bastaba en el mejor de los casos con matricular a alguno de los buenísimos esquiadores que ha dado la acreditada escuela de Granada en una asignatura de Graduado Social, y para las féminas, acudíamos a la contratación directa e in situ en el bar de la facultad de filosofía y letras (también llamada Villabragas) en méritos no ciertamente a su conocimiento del esquí, sino de la longitud de sus minifaldas, que entonces empezaban a alegrar la vida de los españoles.
Había que elegir al “carpetas”, o sea al Delegado, que era el que gestionaba nuestras dietas y asistía a las reuniones del comité de competición de los campeonatos e ir a gestionar ante el jefe del SEU, por un lado una generosa dotación económica y por otro que nos permitiera llevarnos a nuestras amigas y ligues nacionales y/o extranjeros con cargo al presupuesto sindical.
Incluso un año nos llevamos un mormón americano que estaba de becario en la Universidad de Granada, que no sabía esquiar, pero era muy guapo (fue una concesión al equipo femenino) y tocaba muy bien la guitarra.
Causó estragos en los dormitorios femeninos universitarios, pero el pobre terminó fracturándose una pierna porque le obligamos a correr un descenso, ya que en ese caso no nos abonarían sus dietas como participante.
Y así nos lo pasábamos muy bien, gracias al Glorioso Movimiento Nacional.