El autoconcepto es la comprensión y la opinión que tenemos de nosotros mismos. La dimensión cognitiva del autoconcepto se compone por la autoimagen (la percepción de nosotros mismos) y por la autovaloración (la valoración que tenemos de nosotros).
Al esquiar, desarrollamos nuestro autoconcepto a través de la introspección, de la comparación social, o mediante la autopercepción. El autoconcepto se configura mediante un conjunto de creencias sobre nosotros mismos que tendemos a reconocer como verdaderas. Nuestras experiencias, conductas, y características personales nos llevan a la toma de una conciencia significativa de nuestras propias fortalezas y debilidades.
Formamos nuestro autoconcepto como esquiadores en base a nuestra propia interpretación de las experiencias pasadas en el ambiente de montaña, así como nuestras atribuciones personales con respecto a ella y a los demás que la frecuentan. Al utilizar la comparación social, nos autoevaluamos en relación con otros esquiadores, los cuales pueden ser de nivel inferior o superior. En el primer caso, tendemos a realizarla con el propósito de elevar nuestra autoestima.
Cada uno de nosotros hemos enfrentado situaciones en que pusimos a prueba nuestro autoconcepto al experimentar impotencia frente a la propia esquiada. Frente a situaciones desafiantes, en general, somos propensos a autoevaluarnos negativamente, lo que sentencia anticipadamente un posible fracaso, al mismo tiempo que experimentamos el pesimismo asociado.
El autoconcepto influye en nuestro aprendizaje facilitándolo o perjudicándolo. Los pensamientos limitantes promueven la tendencia a la propia desvalorización: en ciertas ocasiones, solemos decir “si no puedo hacerlo bien, no vale la pena intentarlo”. Con este tipo de sentencia, no sólo cerramos de antemano las oportunidades para ensayar nuevas iniciativas; también nos lleva a considerar que el esfuerzo no aporta resultado positivo alguno.
La autoaceptación se entiende como el abandono de la actitud de confrontación con nosotros mismos. La modificación de esta condición permitirá la libre determinación de las necesidades en nuestra propia esquiada. La práctica de la autoaceptación se considera la base para desarrollar la autoestima.
Autoaceptarse es la capacidad para admitir la propia forma de esquiar, aceptando nuestros defectos y reconociendo nuestras potencialidades. Al aceptar tal cual como esquiamos, contamos con una visión positiva de la propia conducta. Así determinamos los cambios que deseamos para el propio bienestar, liberando las barreras psicológicas y sociales que fomentan el rechazo a las características individuales.
Aceptarse es quitarse las exigencias y las críticas para estimarse sin condiciones. Es dejar de compararnos con los demás porque cada uno cuenta con su propia versión del esquí. No aceptar tal cual uno esquía promueve la vergüenza por no considerarse un esquiador ‘apropiado’ o ‘correcto’, despreciándonos mediante el diálogo interno destructivo y, así actuando, no desaparecerán los aspectos negativos de la propia esquiada.
Todos exhibimos nuestros propios fallos y defectos, pero saber aceptarlos nos libera. Al hacerlo, nos transformamos y nos preparamos para un cambio al tomar conciencia de que las propias elecciones favorecen nuestras evoluciones. Las imperfecciones forman parte de nuestra personalidad, nos hacen únicos e irrepetibles ya que constituyen nuestra propia identidad, y reconocerlas significa que podemos corregirlas.
Proseguiremos con la autoestima en el siguiente artículo.
¡Hasta la próxima!