Hay bastantes estadísticas que dicen que cuando se cumplen 30 años hay muchas probabilidades de dejar de esquiar. Si me fijo en algunos amigos, la verdad es que se cumple en bastantes casos.
No hace falta ser ninguna lumbrera para darse cuenta de que a partir de esta edad es cuando es probable que uno tenga o vaya a tener en breve algunos churumbeles a su cargo. Y los que hemos pasado o estamos en ello sabemos que no es fácil, ni económica ni logísticamente, mantener las esquiadas como si nada pasara. Y todo eso teniendo en cuenta que el otro socio en el proyecto familiar sea esquiador, porque sino la cosa ya se complica a unos niveles mucho más difíciles de salvar.
Vamos, que básicamente sobreviven los forofos, porque esquiar no es un deporte fácil ni barato ni cómodo, hay que desplazarse, cargar con mucho material y gastarse un buen dinero, por lo que o es una de tus aficiones favoritas o es fácil que deje paso a otras cosas. Vamos, que no tiene nada que ver subir con toda la familia que hacerlo en pareja o con cuatro amigos.
Lo peor de todo esto es que una vez lo dejas por un tiempo, parece que cuesta mucho volverse a enganchar. Al menos es lo que me dice la gente que lleva años sin esquiar, que nunca encuentran el momento.
Lo bueno de no dejarlo es que si más adelante los niños también esquían, entonces aparece la magia del esquí en familia, que vale realmente la pena. Así que si te gustaba antes de los 30, un consejo: haz lo posible por no desconectar porque lo que viene después es mucho mejor. Y con hacer una visita al año es suficiente para no desconectar.
Y si lo has dejado y tienes niños, es una buena excusa para volver a intentarlo.