13-2-2011 Valdesquí. O ponerle vallas al monte
Por eso me he levantado esta mañana con la incógnita de saber si podría esquiar por toda la estación (por las pocas pistas que tenían abiertas) o bien debería poner las pieles a los esquís y subir haciendo travesía.
Los ronquidos de varios compañeros de habitación eran considerablemente fuertes, por lo que, cuando sonó el primer despertador, yo ya hacía rato que estaba despierto.
Hemos desayunado en el comedor, con la estufa de leña encendida y compartiendo la comida que teníamos.
Cuando he terminado no me he entretenido y he subido rápidamente a cambiarme.
Una vez listo me he despedido de todos, me he cargado los esquís y la mochila de ataque y he bajado al parking donde he hecho dedo un rato hasta que se ha parado un chico.
Iba a hacer una excursión y me ha dejado en el aparcamiento de Cotos, a unos dos kilómetros y medio de la estación.
Me he puesto a hacer dedo otra vez y ha parado un coche que no me pensaba que lo haría.
Ya en la estación, he ido hasta la escuela donde he encontrado a Jesus Sarabia, director de la escuela de esquí, y encargado de decirme que debería acceder a la estación como un usuario normal y corriente . Me ha dicho que llamaría a la gerente y que nos viéramos a las nueve y media, para ver que podía hacer. Mientras tanto he ido a dar una vuelta, confiando en que podría entrar dentro de esta montaña con vallas por todas partes.
La casualidad o el destino han hecho que me fijara en un anorak de color rosa claro con unas inscripciones en la espalda que hacían referencia a deporte adaptado. Sin pensármelo mucho he iniciado conversación y he acabado conociendo a Jose, del club Bola de Nieve. Me he quedado admirado de la iniciativa que esta gente lleva a cabo, juntando varias disciplinas con un objetivo común, hibridando conocimientos y poniéndolos en práctica para fabricar ellos mismos el material.
Los acompaño mientras hago tiempo para volver a la escuela de esquí mientras Jose me cuenta una serie de cosas, que algunas podré decir y algunas no. Tendré que esperar a contactar con ellos.
Voy a la escuela para encontrarme con su director, pero no está. Cuando salgo fuera lo veo que viene hacia mí, hablando por el móvil. Por la cara que pone ya me imagino la respuesta y, efectivamente, me confirma la negativa de la estación a facilitar mi paso por sus cerrados dominios.
Me despido de él y de los de Bola de Nieve y camino por el aparcamiento hasta que encuentro a unos esquiadores que hacen travesía al otro lado de los hierros. Les pregunto cómo entrar y me dicen que hay un agujero unos metros más allá.
Localizo la apertura y paso el material que llevo al otro lado. Me pongo las botas, meto las pieles y empiezo a deslizar mis maderas montaña arriba.
La ascensión no tiene nada destacable, sólo el viento que sopla fuerte y que ayuda a que el día sea más deprimente. Me pierdo un poco entre los matorrales al principio hasta que no consigo llegar a pistas y encontrar una línea de subida.
Las nubes se empeñan en ser protagonistas, tapando el cielo constantemente. En un momento que se apartan me dejan ver las dos antenas majestuosas que se alzan en el lugar llamado La Bola Del Mundo. Ya estoy prácticamente arriba de donde quería llegar.
Un grupo de montañeros también está llegando; esto está muy concurrido a pesar del mal tiempo.
Me preparo por el descenso. Quería ir hasta la llegada del telesilla Guarramillas, ya en los dominios de Navacerrada, pero cambio de idea y bajo por una de las pistas de Valdesquí.
Paso los tornos que me permiten salir de esta "cárcel" al aire libre
y me cambio de calzado para caminar hasta la carretera donde me pongo a hacer dedo. Se detiene un señor que me lleva hasta el puerto de Navacerrada.
El refugio está cerrado. Esta mañana he devuelto las llaves confiando en que habría alguien.
Error.
Me siento delante de la puerta para estar un poco al abrigo del viento que sopla y que trae consigo algún copo de nieve. Pasan cerca de dos horas y no aparece nadie.
Como me ha cogido frío bajo a una de las cafeterías para entrar en calor. Sale Coral, le comento mi situación y me dice que suba a las oficinas. Le respondo que iré dentro de un rato si no veo movimiento en el refugio.
La verdad es que la niebla impide ver si ha llegado alguien. Cargo el material y me acerco al edificio, donde veo que los candados están abiertos. Han llegado tres participantes de la travesía.
Estoy un poco aturdido por el frío y me cuesta reaccionar. Me quedo quieto ante la estufa un rato.
A los pocos minutos me acerco a las oficinas para darle las gracias a Coral por el ofrecimiento y concretar un poco el día de mañana.
Vuelvo al refugio. Llegan más participantes de la marcha, que comen algo y recogen los trastos. Yo me hago una sopa de sobre de "ave con fideos" para comer algo caliente.
Acaba marchándose todo el mundo hasta que nos quedamos solos el señor holandés y yo. Planificamos el día de mañana, pues él tiene llaves del refugio y yo quiero hacer unas gestiones antes de irme.
En el dormitorio, encima de mi saco de dormir veo una botella y un papel. Primero pienso que a alguien se le ha caído y cuando me agacho veo que es una nota y que se trata del orujo de naranja que prepara Chema. Leo el escrito con cariño y lo guardo entre mis recuerdos.
Me quedo un rato solo en el salón y me siento frente al fuego. La estancia está más fría ahora que todo el mundo ha ido.
Lo mismo ocurre con el dormitorio, cuando entro para meterme en el saco a dormir.