Y llegó por fin.
Después de los avisos de los medios durante toda la semana y, para descanso de todos los esquiadores, la nieve llegó por fin. Y lo hizo con fuerza.
El sábado 31 no iba a ser un día de esquí cualquiera. Y cualquiera lo sabía. Desde primera hora de la mañana algo flotaba en el ambiente, y en esta ocasión no era un sueño, ni una ilusión. Nada más salir de casa cientos de miles de copos de nieve flotaban en el aire y se depositaban suavemente, como quieres que se depositen, junto a sus hermanos, sin empujones, con mimo, sin fundirse ni apretarse, sin mojarse ni congelarse. Se van poniendo justo como tú quieres, como lo has soñado, como lo estás esperando, pero en esta ocasión ellos te están esperando a ti. Saben lo que quieres y te lo van a dar. Solo tienes que ir a buscarlo. ¿Quieres? ¿De verdad quieres? Porque están ahí, pueden ser tuyos. Y no van a estar para siempre, ni te los vas a encontrar en mitad de las pistas de todos los fines de semana, ni en el bar, tampoco quieren que otros te lo cuenten. Ellos te están esperando a ti. Sal a buscarlos.
Para un esquiador turista como soy yo, y como seguramente serás tú, un día de nieve polvo puede ser muchas cosas. Puede ser un día duro en pistas si tu nivel no es muy alto. Puede ser un día de gloria por pista si te gusta disfrutar, como me gusta a mí, de una capa de 20 centímetros de nieve sobre una pista bien pisadita. Puede ser un día de aventuras con los amigos flirteando con la montaña alrededor de las pistas. Esos días en los que buscas que tu huella sea la primera en quedar marcada entre las pistas. Esos días en los que creces como esquiador poniéndote a prueba, utilizando las bondades de tu magnífico material y sacando lo mejor de tu técnica para disfrutar como un niño el día de Reyes. O puede ser un auténtico día de “freeride”.
Sábado 31.
A primera hora de la mañana, y sin el habitual retraso de cinco minutos de todos los fines de semana, aparcaba en el aparcamiento de El Tarter. Todavía no habían llegado los coches de los habituales, y faltaba el de mis compañeros de fatigas. Así que cuando llegan ya estoy casi listo. Hoy no hay esperas ni retrasos, hasta el telecabina parece que está dispuesto a aliarse con nosotros y con nuestras prisas. ¿Qué hacemos? ¿Arriba del todo? ¿Hasta dónde llega la nieve? No. Calma. Primero calentamos, vamos a sentir cómo nos encontramos con esta nieve. Veamos cómo está el tema.
Arriba del todo, en lo más alto de la montaña se ve una máquina y pequeñas manchas negras que parecen personas. ¡¡¡¡ PUUUUM!!!! Efectivamente, están provocando avalanchas con explosiones para la seguridad de los esquiadores. Eso nos pone en alerta. Hay riesgo de 4 sobre 5. Ojo. La estación trabaja para tu seguridad, pero la última palabra la tienes tú.
Bajamos por una pista azul, suave, tranquilos, las nuestras son de las primeras huellas. ¿Cuándo se hacen las otras? ¡Hemos sido de los primeros! Y la volvemos a hacer. Tomamos la decisión de recibir unas horas de clase y nos vamos a la escuela a buscar un profesor especializado en el fuera pista… Pero, lógicamente, están todos ocupados, así que nos asignan a un joven muy dispuesto… Hacemos una primera bajada para tomar confianza, este chico es muy fino esquiando. Pero mucho. Un poquito de pista, un poco de fuera pista, volvemos a la pista…
Una zona ideal para iniciarse en el fuera pista
Decidimos ir a un sitio bueno, unos fueras de pista entre pistas balizadas que conocemos todos. Ya tenemos bastante pendiente y buena nieve. Las sensaciones son buenas, no voy muy suelto, pero tampoco estoy tan tenso como había estado en los últimas días de nieve virgen. Nos ponemos en una pala muy buena, vemos cómo lo hace el profesor tras unas breves explicaciones y le seguimos. Primero sale nuestra compañera, que lo hace bastante bien, aunque se cae casi abajo del todo de la línea que habíamos pensado. Luego bajo yo, y me noto bastante bien, al pasar al lado pregunto a mi compañera que si está bien y me dice que no, pero pienso que está únicamente herida en su orgullo y hago un par de giros más. Llego al monitor y me felicita brevemente pero me comenta cómo podría mejorar, y tiene toda la razón en sus apreciaciones. Baja nuestro compañero, bastante bien y se detiene junto a mi amiga caída. Se ha hecho daño.
Ya sabéis cómo funciona esto. Un poco de pruebas con la rodilla, unos gestos de dolor, decidimos entrar en pista para facilitar la recogida, viene el chico de la camilla, bajamos al centro médico, esperamos… Y, no es mucho, una semana de reposo y valorar. Son buenas noticias.
Así que me subo a pistas de nuevo. Es la una de la tarde. No ha pasado nada y eso es lo importante, pero se ha ido el día. Ahí queda el sueño de la temporada, ahí se esfuma “EL DÍA”.
Pero yo soy UN TURISTA, y con un turista no puede cualquiera. Me paso la semana pensando en mis jornadas de esquí, leo libros, veo videos, busco información, tomo clases, me curro cada uno de mis giros como no lo hace nadie, me pongo en forma para sufrir menos, pago clases para saber más, me trago todo lo que me mienten las marcas de esquís sobre material, hago caravanas insufribles, y el día que tengo que estar no puedo. El día que toca recibir, hay para todos menos para mí. NO. Esto no se va a quedar así.
Apuro la comida, perdono el café, orino apretando con todas las fuerzas para tardar menos. Cierro todas las cremalleras, abrocho el casco, ajusto las gafas, limpio las botas, calzo los esquís, aprieto los guantes, suelto todo el aire, miro, veo una estación repleta de nieve, con no mucha gente y empiezo de nuevo. Recaliento. Está delicioso, saludo a un colega. Misma pista, tomo aire, sigo recalentando, está muy bueno. Esquío bien, estoy en forma, soy suave, soy ligero, soy rápido, sé lo que hago, sé lo que quiero, soy yo. Soy lo que quiero.
Aprendiz de “freerider”.
Y no sé si alguna pista más o cómo fue que, de repente, te encuentras en la silla con “los que saben”. Hablas del día, de la nieve, de todo, te enseñan por dónde se han estado tirando, te cuentan cómo está todo, te dicen cómo están disfrutando y te preguntan. ¿Te vienes? Y todo lo que sabes, todo lo que has leído, todo lo que esquiaste, todo lo que has sido, se va. Te deja. Ya has estado así antes, ya sabes lo que hay. La montaña te da miedo. Esa es la realidad. No quieres, pero esa es la realidad.
Hace años que compartimos estación y hemos compartido bajadas, sabemos cómo esquiamos cada uno, amigos comunes, mismas aficiones, ratos de esquí. En la pista todos esquiamos, unos esquían más y otros esquiamos menos, pero la pista es para todos. La montaña no, la montaña es solo para algunos, y estos son de esos. No elige la montaña, no lo olvides, eliges tú, y ellos un día, decidieron qué querían ser, y querían ser de los que sí. De los que sí pueden. Su esfuerzo les costaría, a cada uno el suyo, pero cada uno tiene ahora su recompensa.
Sí.
Lo he pensado, me he tocado la rodilla, y le pido que se porte bien. Yo me porto bien con ella, y hago todo lo que me pide, lo llevo haciendo más de un año. No he vuelto a esquiar igual, pero puedo hacerlo. Ella lo sabe y yo también. Yo sin ella no soy nada, pero ella sin mí tampoco, y aquí el que manda soy yo.
“Vamos, pero cuando os vayáis por “lo chungo” yo tomaré mi camino”.
Y al salir de la silla la velocidad es otra, todo sucede al doble de velocidad de la que yo uso. Llegamos a la otra silla, y lo mismo. En lo que yo haría 15 giros ellos hacen tres, o ninguno, pero ahí sigo. El último remonte. Y estamos. Somos unos cuantos, pero ahí estamos la montaña y yo. Ellos toman su camino y yo el mío, cercano a la pista, virgen pero conocido, manto blanco. Ni una huella. Mío, para mí. Detrás viene un grupo, y me siguen a mí, pensarán que soy de los que saben, tengo que darme prisa.
Lo he hecho antes, y no me salía mal. Paciencia, calma, suave, flota, paso a paso, no hay prisa. La teoría la sabemos, vamos. Expiro y salgo, deslizo, soy paciente, giro suave, soy paciente, suelto aire, giro, soy paciente, vamos, giro, lo estoy haciendo, vamos, lo estás haciendo, lo notas, lo eres. Bien, créetelo, vamos, sigue, muy bien, caigo, ufff, revolcón, qué suave está la nieve. ¡Qué gozada! Dentro de lo buenísima que está la nieve (y son más de la tres de la tarde) un talud imprevisto me ha acojonado, si lo volviera a hacer ahora no me caería, o sí, pero no me tiraría el miedo. Un surfero me ha alcanzado y me pregunta, le indico que yo salgo ahí abajo, a la pista, que mis colegas han ido por allí, que debe estar de maravilla, pero se viene detrás mío.
Y bajo hasta la pista. Terminan de bajar ellos. Miro por dónde han bajado. No bajo por ahí ni loco.
La hora de la verdad.
Se está haciendo tarde y quedamos tres. Alex y Albert saben cómo esquío, no entiendo muy bien por qué ellos quieren que vaya, en verdad voy a ser un lastre, y lo saben. Pero me animan y me pongo en sus manos.
— Hago un inciso porque aquí hay una cosa que NO QUIERO que hagan mis lectores turistas. Cada uno es consciente de sus posibilidades, si tú crees que no sabes cuáles son las tuyas piénsalo un minuto, porque a ti no te puedes engañar. Tú sabes lo que puedes y lo que no puedes hacer. En este caso yo me pongo en manos de personas a las que sé capacitadas. Ambos son esquiadores expertos que conocen el terreno que vamos a pisar, que llevan toda la jornada pateándolo y que saben lo que se puede y lo que no se puede hacer.—
Mismas sillas, mismo remonte. Pero todo ha cambiado. El viento es terrible, la visibilidad es muy escasa. Hace un frío intenso, el viento y la nieve te golpean la cara con fuerza. El equipo que llevo está haciendo su trabajo. Desde la punta del esquí hasta arriba del casco me he gastado una pasta, pero este material vale lo que cuesta. Solo la parte que queda entre la máscara y la parte alta de la boca está sufriendo, lo demás está casi como en el comedor de casa. Ajeno a casi todo mi cerebro va calculando, llegaremos arriba y tiraremos por la pista, pienso. Esto es un infierno.
Pero no. Con gestos me indican por dónde vamos a ir. Y vamos. En tres o cuatro giros hemos salido del infierno de la montaña y nos hemos quedado en el paraíso. No hemos bajado ni 20 metros, pero la orografía es caprichosa y ahí no hay viento. Hay calma, muy buena nieve, y tres tíos dispuestos a disfrutarla. El plan está claro. Alex baja delante, yo le sigo y Albert me vigila por si pasa algo. Chicos, estoy en vuestras manos.
CONTINUARÁ… (si has llegado hasta aquí te pido perdón por el corte, pero así la semana se te hará un poco más corta, dan polvo para el sábado)