Es curioso como los grandes días de esquí suelen empezar siempre de la misma forma: Te levantas comatoso, sobre las ocho de la mañana, y abres la ventana. Ahí es cuando te das cuenta que la nevada que anunciaban en las noticias de la noche anterior ha sido mucho más fuerte de lo previsto. De repente te pones nervioso, empuñas el teléfono y tecleas ansioso el teléfono de algún amigo. Contesta y dices: ¿Hola, has visto el paquete? A lo que él responde: ¡Si claro, ya estoy en el coche, quedamos en la base de la estación!
Esta vez, fue a principios de febrero, cuando cayó “LA GRAN NEVADA” en todo el Pirineo. Todas las estaciones se quedaron enterradas bajo la nieve. A mi me pilló en Grandvalira. Por la mañana, llamé a Joaquin Vena (rider de freeride para Grandvalira, Gore-tex, Blackcrows, Level, Poc, Haglöfs, Whitefeather, Kask y Flok). Enseguida me contestó, me dijo que ya estaba listo y quedamos en la telecabina de El Tarter.

Cuando subimos con la primera telecabina, había un ambiente muy especial, había nevado toda la noche y seguía. Los días de paquete, parece que los sonidos están ahogados por el manto de nieve. Se escucha un silencio muy peculiar, es como si la naturaleza y el tiempo estuvieran en suspenso. Por momentos, parece que se podrían escuchar los copos caer.
Pero de forma contradictoria, en la estación había un ambiente eléctrico, debido al frenesí de los esquiadores. Pues, para ellos, la única meta era ser los primeros en bajar por las mejores pendientes de nieve virgen. Nosotros también, estábamos excitados a la idea de disfrutar de lo que prometía ser uno de los días más intensos de la temporada. Pero en cuanto nos lanzamos en la primera bajada, inmediatamente nos dimos cuenta que sería aún más extraordinario de lo que pensábamos.

A penas habíamos salido de la pista que la nieve nos llegaba por encima de la cintura. Los esquíes y todo lo que estuviese por debajo del tronco desaparecía bajo una nube de polvo blanco. La nieve estaba excepcionalmente fresca, en cuanto tuvimos un poco de pendiente y velocidad la nieve nos sumergía por completo, llegando a perder la visión por momentos.
Enseguida nos reunimos con otros fanáticos del polvo, como pueden ser Robert Lindsay, Joel Albaladejo u Oliver Kinchella. Evidentemente, estos chicos no son solo grandes esquiadores, también son unos grandes conocedores de la estación de Grandvalira y amigos. Me hizo mucha ilusión esquiar con ellos, pues me recordó viejos tiempos. ¡Además, es curioso como algunas cosas no cambian, incluso con los años! Ellos esquiaban a fondo por lugares muy técnicos e yo iba rodando por detrás, como si una bola gigante de nieve les persiguiese.

Pero todo el mundo sabe que los días de paquete no hay amigos. Nos perdemos, nos encontramos, esquiamos un rato juntos y nos volvemos a separar. Se podría comparar a la formula matemática de una variable. Pero al final, acabamos esquiando Joaquin, Robert y servidor, casi todo el día. Robert nos paseo un rato por su patio, del lado de Soldeu, en los bosques estrechos que bordean la pista de Gall de Bosc. Mientras que Joaquin aprovecho el primer claro para llevarnos a Encampadana y sus amplios bosques.
Al final de la mañana, ya estaba hecho polvo y las energías de las primeras horas habían menguado con fuerza. Ya solo quedaba una borrachera, mejor dicho, una vorágine de polvo, uno de esos días de antología que quedan en el recuerdo.











